Arsénico

Invisible y letal

Uno de cada diez habitantes de la Argentina puede estar consumiendo agua con niveles elevados de este tóxico que, a lo largo de los años, genera no pocos trastornos de salud e incluso la muerte. Los especialistas estudian mejorar los métodos de detección, así como las formas de remoción.

28 Jul 2015 POR

arsenico

¿Quiere un cafecito con arsénico? Casi nadie aceptaría la invitación a menos que pretenda suicidarse o fuera una de las víctimas de la familia Borgia, acusada de envenenar a quienes se interponían a sus ambiciones personales. Sin embargo, millones de personas en el mundo, e incluso usted, en este momento pueden beberlo en pequeñas dosis en el agua, sin notar ninguna diferencia en el gusto o en el olor. Tal vez, sólo sienta sus consecuencias dentro de unos años o décadas cuando sufra algún malestar que en ciertos casos puede llevarlo a la muerte.

El problema viene muchas veces de tierra adentro. Es que este metaloide está en el suelo y puede entrar en contacto con las napas de las que luego bebe la gente. “La Argentina es el primer país en cuanto a extensión en América Latina, afectado por este problema porque tenemos una amplia superficie con aguas subterráneas, que tienen altos niveles de arsénico. Unos cuatro millones de personas pueden estar en riesgo”, señala Marta Litter, doctora en Química de Exactas y presidenta del 5º Congreso Internacional sobre Arsénico en el Ambiente, realizado en 2014 en Buenos Aires.

Casi uno de cada diez habitantes de nuestro país puede verse perjudicado por las consecuencias del arsénico, y la mayoría no lo sabe. Es más, ni siquiera identifica el nombre del trastorno que puede provocar a largo plazo consumir este elemento en niveles no aconsejables: Hidroarsenicismo Crónico Regional Endémico (HACRE). “El Mal de Chagas, un problema endémico de la Argentina, está en boca de todos, y prácticamente desde el punto de vista medio ambiental tiene la misma envergadura que el HACRE. Sin embargo, el HACRE suena desconocido para la mayoría de la población”, compara el doctor Eduardo Scarlato, jefe de Toxicología del Hospital de Clínicas “José de San Martín”, dependiente de la Universidad de Buenos Aires.

Si bien el hombre a través de la industria minera, metalúrgica o de pesticidas –entre otras– puede arrojar este tóxico al ambiente, en realidad la mayor parte proviene de unos gigantes que cada tanto entran en explosión y lo desperdigan generosamente. “Las cenizas de origen volcánico de emanaciones que provienen de los Andes flotan en el aire y se depositan en distintos lugares geográficos del país formando capas de distintos espesores, o también puede venir a través del agua. En la Argentina, el arsénico se distribuye desde el río Colorado hacia el norte, prácticamente”, grafica la doctora en geología Griselda Galindo, del Laboratorio de Hidrogeología de Exactas.

Un distribuidor incansable de este vidrio volcánico con arsénico es el viento, y le cuesta poco trabajo trasladarlo. “Es tan volátil que se moviliza fácilmente. De los Andes llega hasta África”, detalla Galindo. Claro que antes de atravesar el Atlántico, una gran parte ya se quedó en territorio argentino en forma de loess o sedimento; la región chaco-pampeana, el noreste y el Chaco son las áreas más afectadas. El Litoral está dividido. “En la mitad este no hay, y en la mitad oeste hay mucho. Esto quiere decir que en algunos momentos del Cuaternario reciente hubo como un lavado de las cenizas volcánicas y se llevó parte del arsénico. Otra parte ha quedado en la tierra y va a ser incorporado al agua”, describe.

Al alcanzar las napas, este elemento pasa a ser un problema aquí y en otros lugares del planeta, como destaca la Organización Mundial de la Salud (OMS): “El arsénico inorgánico está naturalmente presente en altos niveles en las aguas subterráneas de diversos países, entre ellos la Argentina, Bangladesh, Chile, China, India, México y Estados Unidos”.

HACRE en la mira

Hacia el año 1500, el médico y alquimista conocido como Paracelso buscaba hallar cura a distintas enfermedades empleando arsénico, una de las diez sustancias químicas que hoy la OMS considera más preocupantes para la salud pública.

En la Argentina, al principio se la conoció como la “Enfermedad de Bell Ville”, porque en esa ciudad cordobesa se detectaron casos que tuvieron repercusión mundial. El nombre duró hasta 1913, cuando el doctor Mario Goyenechea relacionó las patologías observadas con enfermedades producidas por el consumo de agua con arsénico. Recién en 1951, se la denominó HACRE.

¿Los principales síntomas? “El HACRE es muy florido”, responde Scarlato. “Esta enfermedad se presenta muchas veces a través de la piel. Una de las primeras alteraciones es en su hidratación, en la sudoración de manos y pies. Otro estadío se caracteriza por manchas más oscuras y otras más claras, llamadas “manchas en huevo de paloma”. Asimismo, presenta lesiones hiperqueratósicas (callosidades) que, en algunos casos, se malignizan. “No sólo puede provocar el desarrollo de cánceres de piel sino de otros órganos. Se han descubierto poblaciones que pueden tener otro tipo de problemas, tales como presión arterial, trastornos hormonales o vasculares. No hay unicidad de síntomas”, subraya.

Resulta un verdadero desafío la variedad de señales que puede brindar. Además, no es fácil asociarla como la responsable de muchos de estos malestares. “Desde el consumo hasta el desarrollo de la enfermedad pueden pasar varios años o décadas. Esto es un gran contratiempo para establecer el nexo causal”, destaca Scarlato. También puede prestarse a confusión a la hora de realizar el diagnóstico temprano. Por ejemplo, una persona que hace trabajos rurales y comienza con callos en sus manos, lo más probable es que no vaya a ningún especialista o, si lo hace, el facultativo suponga que se debe a su ruda tarea. “Aquel que no está avezado y no piensa en esta patología puede llegar a no establecer la relación”, observa Scarlato.

Considerado como cancerígeno por el Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (CIIC), el arsénico ofrece versiones con distinto nivel de peligrosidad. Justamente, las formas inorgánicas son las más tóxicas y las más frecuentes en el agua; mientras que las orgánicas son menos dañinas y están presentes en peces y moluscos, según destaca Litter. “Estos animales lo transforman y los seres humanos lo pueden comer sin problemas”, añade.

Aún en la forma inorgánica, las reacciones son diversas. “El consumo de agua contaminada no quiere decir que la persona desarrolle la misma enfermedad con la misma intensidad. En el sudeste asiático se da principalmente con problemas vasculares, con una dolencia conocida como “pie negro”, relata Scarlato. Este mal que causa gangrena no se ha visto en América, donde se dan situaciones dispares. “En Puno, Perú, no hay casos de afecciones porque la población es resistente. Seguramente durante mucho tiempo tomaron agua con arsénico y hoy no les afecta a pesar de que sus aguas tienen altos niveles”, puntualiza Litter, profesora de la Universidad de San Martín.

En cualquier lugar del mundo, cuando se consume accidentalmente en altos niveles, el cuerpo reacciona con vómitos, dolores abdominales y diarrea, seguidos de entumecimiento u hormigueos en las manos y pies, o calambres. “En el caso de intoxicación aguda –precisa Scarlato– hay un tratamiento específico, que consiste en administrar unas drogas que favorecen su pronta eliminación. Sin embargo, esta terapia no es efectiva cuando la intoxicación es crónica en bajas dosis como en el caso del HACRE. Aquí debe tratarse cada enfermedad en particular que desarrolle el individuo”.

Lo ideal, claro está, es la prevención para no sufrir estas nefastas consecuencias. “Si el agua que se toma está contaminada con altos niveles de arsénico, no debe beberse más de la misma. El segundo paso será una consulta al médico especializado”, aconseja Scarlato.

Sed de calidad

Si bien se sabe que en altas dosis esta sustancia es dañina, todavía está en discusión cuál es el límite tolerable. “La OMS recomienda un máximo de 0,01 mg por litro. En la Argentina, ese valor fue adoptado en un momento, pero con un período de adaptación de 5 años. Luego salió una modificación acerca de que el valor será adoptado una vez que se termine un estudio epidemiológico que actualmente realiza el Ministerio de Salud junto con la Secretaría de Recursos Hídricos y que tal vez esté listo para el año próximo. Mientras tanto, el valor que se adopta en la Provincia de Buenos Aires es 0,05 mg por litro”, menciona Litter.

¿Cómo saber cuál es la calidad del agua en nuestra casa? Aquellos que tengan sistema de pozo y quieran saber si el agua está en condiciones de ser consumida, pueden tomar una muestra para ser analizada en distintos organismos como la Comisión Nacional de Energía Atómica “que tiene unos equipos impresionantes para medir arsénico y hace servicios a bajo costo”, informa Litter, investigadora del CONICET.

Más allá de estos análisis en centros especializados, Alejandro Nadra y su grupo integrado por docentes y estudiantes de Exactas, pensaron en desarrollar una alternativa distinta: un sensor fácil de usar en el mismo lugar, que sólo requiera un instructivo e indique el resultado sin necesidad de contar con formación académica para entenderlo. El modelo teórico del dispositivo, llamado SensAr, fue premiado el año pasado en un certamen organizado por la fundación IGEM (International Genetically Engineered Machine) en Boston, Estados Unidos, y resultó la primera distinción para un equipo de América Latina.

“Modificamos genéticamente la bacteria Escherichia coli para que, en presencia de arsénico, cambie de color. La idea es que el sensor sea sencillo como un test de embarazo”, enfatiza Nadra, docente de Exactas e investigador del CONICET. Si el resultado arroja color blanco, el agua es apta para el consumo; si es rosado, contiene algo de arsénico, pero se puede tomar; y si es rojo, no se puede consumir. “El objetivo es hacer un sistema económico para que la gente que consume agua de pozo, sin necesidad de enviar muestras a algún centro académico, analice en su casa cuán potable es lo que toma a diario. Si uno puede detectar cuándo hay o no arsénico, esto podría tener un cambio de conducta muy grande”, señala, al tiempo que anticipa: “Estamos desarrollando el prototipo de la carcasa y dónde van a estar las bacterias. Aún no está terminado, pero estamos muy avanzados”.

Cómo deshacerse de él

Desde otro laboratorio en Exactas, en el INQUIMAE, estudian mecanismos para quitar el arsénico del agua. “Los óxidos de hierro puros se utilizan en la adsorción de arsénico en agua. El proceso está ampliamente difundido y también se lleva a cabo en los lechos acuosos naturales. En nuestro laboratorio modificamos los óxidos de hierro sustituyendo parcialmente el hierro por otros cationes de metales de transición (este proceso ocurre también en la naturaleza). Esta sustitución afecta las propiedades de adsorción y las de disolución del óxido, modificando asimismo el tamaño de las partículas obtenidas. Finalmente, analizamos cómo la sustitución afecta la reactividad química (la disolución) y la adsorción de arsénico. Hemos realizado varias incorporaciones en las que se lograron partículas de bajo costo económico con un aumento notable de la adsorción de arsénico, por lo que el óxido sustituido resulta en un mejor agente secuestrante de arsénico”, describe la doctora Elsa Sileo.

Mientras continúan distintas investigaciones, ya existen métodos de remoción en uso. Las más utilizadas en nuestro país son la ósmosis inversa y los procesos de coagulación-adsorción-filtración. “Cada una tiene sus ventajas y desventajas. Hay varias plantas de ósmosis en la Argentina, en general a cargo de municipios u organizaciones diversas. Es caro”, estima Litter. En este caso el agua pasa a presión por membranas que filtran las sales, entre ellas el arsénico. En este sentido, los diferentes mecanismos se topan con uno de los problemas claves. “El tratamiento del arsénico –enfatiza– es complicado en el sentido de que los componentes de un agua real pueden influir muchísimo en los métodos de remoción. Cada agua puede ser diferente y, por lo tanto, no hay métodos universales”. Este desafío es uno de los tantos que este tóxico presenta a los científicos, y que Litter enfrenta a diario desde hace años. Justamente, ella busca sistemas efectivos de bajo costo para hacerlo accesibles a los sectores de escasos recursos, que suelen consumir agua de pozo con riesgo de contaminación.

Entre sus últimos trabajos, ella ha puesto la atención en materiales muy pequeños, en la escala del micrómetro, es decir la millonésima parte de un metro. Se trata de nanopartículas de hierro, en este caso nanomagnetitas, que son producidas por una empresa nacional. Estas diminutas partículas se colocan en una botella transparente con el agua a tratar, que se deja al sol o bajo una lámpara ultravioleta durante cuatro a seis horas. Se obtiene así un flóculo (precipitado) que se deja decantar durante la noche y al otro día se filtra a través de un cerámico o una tela. “Logramos obtener agua apta para el consumo con los niveles de tolerancia indicados por la OMS. Los materiales que se usan no son costosos, porque es muy poca la cantidad de nanopartículas requeridas, y la energía solar es gratis”, concluye.

Mientras los científicos siguen probando para hallar la solución más práctica a un severo problema y ayudar a detectarlo a tiempo, coinciden en dar un último consejo: “No intente en su casa hervir el agua para lograr deshacerse del arsénico, porque lo concentrará aún más”.