El trigo del futuro, el futuro del trigo
La aprobación del trigo HB4®, aún en vilo, promete revolucionar el mercado. Sin embargo, la promesa de un cultivo tolerante a la sequía y más amigable con el medio ambiente se da de bruces con los temores de consumidores, productores y científicos. Cartas abiertas, protestas y hasta boicots en redes sociales. ¿Por qué los expertos no se ponen de acuerdo?
Las moscas blancas, pequeños insectos parecidos a los pulgones, pueden alimentarse de ciertos vegetales sin envenenarse porque hace millones de años incorporaron un gen que les permite protegerse de las toxinas que estos producen. Al parecer, se lo habrían “robado” a las mismas plantas que les sirven de comida. Estos bichitos llevan en su ADN material genético de otra especie y eso las convierte, técnicamente, en organismos transgénicos.
La naturaleza viene haciendo esta clase de experimentos desde hace millones de años. Tan solo unas décadas atrás, los humanos aprendimos a hacer lo mismo, y con algo de esfuerzo. Hoy es posible darle a una especie ciertas características “deseables” de otra, simplemente insertando genes de la segunda en la primera. Tendremos así un organismo genéticamente modificado (OGM), lo que vulgarmente se conoce como “transgénico”.
El girasol, por ejemplo, tiene un gen que le permite tolerar condiciones de sequía y salinidad. Un grupo de investigadores argentinos, que ya había hecho lo propio con la soja, logró dotar al trigo de este superpoder. El trigo HB4® (así se llama la variedad obtenida) nació de una colaboración, encabezada por la investigadora Raquel Chan, entre el Instituto de Agrobiotecnología del Litoral (IAL, UNL – CONICET), y la empresa argentina Bioceres, una estrella ascendente en el rubro.
El 9 de octubre del año pasado el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación autorizó la comercialización del HB4® con la condición de que Brasil la aprobara también, decisión que fue presentada como un logro no solo por Bioceres, dueña de la patente, sino también por el CONICET y la Universidad Nacional del Litoral. Desde el IAL aseguran que no solo aumentará el rendimiento de los cultivos sino que impactará favorablemente en el ambiente. María Luz Zapiola, responsable del área técnica del Consejo Argentino para la Información y el Desarrollo de la Biotecnología (Argenbio), apunta en la misma dirección y señala que “claramente tendrá un efecto positivo sobre el ambiente, ya que contribuye a una mayor estabilidad de los rendimientos del cultivo, y por lo tanto a una mayor eficiencia del uso de insumos”.
¿Qué puede salir mal?
A pesar del entusiasmo inicial, la decisión no estuvo exenta de críticas: a semanas de conocerse, un amplio grupo de científicos argentinos firmó una carta abierta cuestionándola en duros términos. Y las polémicas se acumulan. Hace unos meses, el convenio que firmaron Bioceres y la famosa fábrica de alfajores Havanna para elaborar productos a base de trigo HB4® se encontró con el boicot de grupos de activistas y consumidores que inundaron las redes bajo la consigna “Chau Havanna”. Tan solo semanas atrás, un colectivo de vecinos de Tandil inició una campaña contra la radicación de un proyecto de Bioceres que involucra al trigo transgénico. Como si fuera poco, Brasil no hace más que demorar su decisión sobre la aprobación o no de la controversial semilla.
¿Cuál es el problema con los transgénicos, entonces, y con este trigo en particular? Masami Takeuchi, oficial de seguridad alimentaria de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), es terminante: “Hay un amplio consenso respecto de lo seguro que resulta ingerir alimentos de origen transgénico”. Según esta experta en el área, no hay registros oficiales de problemas ambientales o sanitarios severos asociados a la producción y consumo de OGMs. Aun así, ni consumidores ni productores parecen estar muy convencidos, sobre todo cuando se trata de novedades en el rubro.
Tal como señala Miguel Cané, presidente de Argentrigo, la mayoría de los integrantes de la cadena del trigo vio con preocupación la aprobación del HB4®, ya que temen una reacción negativa de los consumidores y dificultades para su inserción en otros mercados. Cané, que cree que tarde o temprano el trigo transgénico acabará imponiéndose, considera sin embargo que “es sano que el debate ocurra, ya que no parece ser conveniente imponer una medida de este tipo sin el previo consentimiento de los consumidores”. El conflicto principal se origina en torno al “otro” talento especial del HB4®, pues los investigadores no solo lo hicieron tolerante a la sequía sino también resistente al glufosinato de amonio, un herbicida de amplio espectro.
Un lazo complejo
Numerosos investigadores y activistas sugieren que los cultivos tolerantes a pesticidas impulsan el uso indiscriminado de estos últimos, lo que supone riesgos asociados tanto a su toxicidad para el ambiente y la salud humana como a la aparición de malezas e insectos resistentes. El trigo HB4®, en este sentido, parecería no ser la excepción.
Daniel Cáceres, ingeniero agrónomo y experto en sociología rural, ve en estos paquetes tecnológicos “transgénico más herbicida” la expresión de un modelo de agricultura industrial que “promueve la concentración económica y productiva”. Según Cáceres, que es uno de los científicos que firmó la carta abierta contra el HB4®, “la promesa de que la agricultura transgénica iba a permitir utilizar cada vez menos agroquímicos no se ha materializado. Más bien ha ocurrido todo lo contrario”.
Para este docente de la Universidad Nacional de Córdoba e investigador del CONICET, “es posible que en el futuro se desarrollen transgénicos que permitan, por ejemplo, producir medicamentos a partir de un determinado cultivo, pero lo que hoy tenemos es otra cosa: grandes extensiones sembradas con dos o tres cultivos transgénicos, lo que está produciendo una serie de problemas ambientales y sociales”.
Desde el IAL, en cambio, señalan que la motivación para el desarrollo del trigo HB4® siempre ha sido apuntar al problema de la sequía y aseguran que es capaz de reducir la huella de carbono y contribuir a una práctica sustentable. Sobre el gen que la confiere la tolerancia al glufosinato, aclaran que “se usa solamente como marcador”, es decir que una vez seleccionadas las semillas transformadas, “no es necesario utilizar el herbicida”.
Esto mismo explica Esteban Hopp, profesor de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA e investigador del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). Al parecer, en un ensayo típico, se generan las condiciones para que las plantas incorporen los genes esperados pero, y aquí está la trampa, la mayoría de los especímenes no lo hace. Una forma de distinguir a los que sí los incorporaron de los que no lo hicieron es “pegarle” al gen deseado otro de tolerancia a cierto herbicida. De este modo, una vez que se realiza el ensayo será fácil distinguir a los individuos con el genoma modificado: basta con ver cuáles sobreviven a la aplicación del herbicida.
Aunque reconoce luces y sombras en el uso de organismos genéticamente modificados, este biólogo molecular y experto en ingeniería genética apuesta al HB4®, al que distingue de otros transgénicos por ser un desarrollo íntegramente nacional. “A los que se preguntan si los Havanna serán de ahora en más transgénicos, debo informarles que los alfajores de todas las marcas contienen harina de maíz y están endulzados con jarabe de alta fructosa también de maíz transgénico desde hace más de 20 años”, dispara Hopp.
No tan simple
Entonces, si la tolerancia del HB4® al glufosinato de amonio es meramente anecdótica, ¿a qué se debe tanto alboroto? Ocurre que, aunque desde el IAL insisten en que la resistencia al herbicida es solo parte del diseño experimental, esa no parece ser la opinión de Bioceres. Ya un año antes de su aprobación, Francisco Ayala, líder en cultivo de trigo de la compañía, destacaba frente a las cámaras del canal Rural que la firma se encontraba desarrollando, junto a la empresa ACA, el herbicida Prominens®. No es de sorprender que esta fórmula, promocionada como aliada del transgénico, esté hecha a base de glufosinato de amonio.
Ocurre que, en la práctica, las empresas agroindustriales que lideran el mercado global son a la vez productoras de semillas transgénicas y fabricantes de agroquímicos. Es común que transgénicos y pesticidas lleguen a los productores en tándem, aun cuando la venta sea “por separado”. Aun así, el hecho de que el uso de agroquímicos tenga o no efectos nocivos, o hasta qué punto los tiene, es todavía objeto de intenso debate. Lo que parece innegable es que el vínculo existe y que merece una discusión amplia, incluso cuando las condiciones no sean las óptimas. “Este tipo de conversaciones deben tener lugar, pero la FAO, por ejemplo, aún no puede dar este debate abiertamente porque la mayoría de la gente sigue enfocada en dirimir si los transgénicos son seguros o no, entonces no es posible dar el salto al siguiente nivel. Se trata de una discusión social, económica y política”, se lamenta Takeuchi.
Solemos mirar a la ciencia en busca de certezas, pero, si algo deja en claro la controversia sobre los transgénicos, es que ella no es inmune a las pugnas de intereses que atraviesan la vida política, económica y social de nuestra especie. Al contrario, se entrelaza en nudos apretados o débiles con las distintas esferas de lo privado y lo público. La división de posturas es el síntoma de una ciencia viva; no debe sorprendernos. Tal vez, solo tal vez, involucrarnos.