Volcán Domuyo

Peligro de aluviones

Un grupo de geólogas y geólogos lograron datar un “joven” aluvión ocurrido en 1997 en el volcán Domuyo. También averiguaron que ese año se produjo un récord de lluvias en esa región del norte neuquino. Con esos datos, el equipo señala que, en los períodos con abundantes precipitaciones en la zona, aumenta el riesgo de que se produzcan avalanchas que pueden provocar graves consecuencias, incluso la pérdida de vidas humanas.

21 Ago 2020 POR

El volcán Domuyo, en el norte neuquino, no deja de llamar la atención. No está dormido como se creía hasta hace poco, sino activo y en plena expansión. Cada año gana unos 11 centímetros de altura, y se está inflando. Este crecimiento, al desperezar todo lo posado sobre sus pendientes, aumenta la probabilidad de movimientos de ladera. Un grupo de geólogas y geólogos de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, entre otros hallazgos, dató un aluvión ocurrido en 1997, año en que se registraron lluvias inusuales en el área. En este sentido, advierte: “Cada vez que en el Domuyo se da un año con altas precipitaciones, hay que mirarlo con atención”.

El paisaje de los Andes en la cordillera neuquina está tapizado de desmoronamientos: desprendimientos en escala kilométrica que abarcan grandes superficies con sus escombros, con edades que se ubican entre los 12 mil y los 30 mil años. En particular, el Domuyo, el pico más alto de la Patagonia, muestra una acumulación de avalanchas y otros movimientos de menor envergadura a su alrededor. Uno de ellos, ubicado en una zona de difícil acceso, fue estudiado por un equipo de Exactas UBA, que logró determinar cuándo había ocurrido el desplome.

“Pudimos datar este movimiento en 1997. A partir de allí, buscamos el registro climático de la zona para ver si existía una correlación. Y encontramos que el período otoño-invierno de ese año se caracterizó por precipitaciones inusualmente intensas en el área, el mayor valor en los últimos 30 años, relacionado a un fenómeno climático conocido como ‘El Niño’. Evidentemente, fue ésto lo que disparó este proceso”, indica María Hurley del Departamento de Geología de Exactas UBA y primera autora de la investigación publicada en Journal of South American Earth Sciences.

El hallazgo detectado en este trabajo es destacado por el doctor en Geología, Andrés Folguera: “Poder datar en 1997 uno de estos movimientos es inédito porque todo el mundo estaba bastante tranquilo con que el Domuyo mostraba varias avalanchas registradas, que tenían miles de años. Esta es la primera vez que se encuentra algo tan joven”. Afortunadamente, en esa ocasión, “fue una desgracia con suerte, porque el flujo quedó dentro del valle del río Turbio. Si hubiera pasado esos límites, ahí empiezan a jugar otros factores como la interacción con distintos lagos y la posibilidad de generar un efecto dominó”, indica.

Flujos peligrosos

Caudalosas lluvias o nevadas -que luego se derriten- arrastran cuesta abajo lo que había permanecido quieto por milenios en la superficie. “Son flujos viscosos, una mezcla de agua, roca, sedimentos que van a alta velocidad y se extienden por varios kilómetros. Tienen una movilidad muy grande. Por eso son muy peligrosos, porque van entrampando aire, y se llevan puesto todo lo que encuentran en el camino. Pueden provocar pérdidas de vidas humanas, además de económicas”, describe Hurley, del Laboratorio de Geodinámica del Instituto de Estudios Andinos.

El pasado muestra algunas de las dimensiones de la movilidad que puede alcanzar un aluvión. Tal es el caso registrado en 1914, que se inició en la laguna Carrilauquen, al este del Domuyo. “Recorrió 1.500 kilómetros y llegó hasta el océano Atlántico. O sea, tienen una movilidad que puede ser gigantesca”, grafica Hurley, a quien le interesa advertir los posibles riesgos de estos fenómenos.

En este sentido, otra sería la historia si el aluvión que acaban de datar en 1997, hubiera caído en otro sitio. “Si ese flujo de rocas –hipotetiza Folguera- hubiera llegado a la parte baja del río Turbio, y hubiese impactado contra uno de los lagos que está al pie, como el Varvarco Tapia, podría haberse generado una serie de riesgos en cadena. Como una ola a partir del Tapia, que podría haber roto su dique natural. Y ahí uno no puede saber qué hubiera podido pasar. En esa zona, hay numerosos pueblos como Varvarco y Las Ovejas”.

Dos procesos

Estos inquietantes aludes no sólo se pueden disparar por excesos caídos del cielo sino que, hace miles de años, el empujón parece haber surgido de las entrañas de la tierra. Este gigante volcánico de 4.700 metros de altura está en plena expansión y, al estirarse, movido por la actividad interna, sacude su estructura y puede desbarrancar moles colosales apoyadas en sus pendientes.

“El estudio surgió en parte –narra Hurley- por una publicación de nuestra colega de trabajo, Ana Astort. Ella vio que el volcán Domuyo se está inflando. Es como un período de actividad que se puede registrar por una tasa de deformación bastante alta de la región”. Precisamente, el equipo de Exactas UBA estudió la relación entre la distribución espacial de estas grandes avalanchas y el patrón de deformación. Y observaron que “coinciden espacialmente”. Los datos obtenidos “podrían estar indicando que el edificio volcánico ha estado sujeto a procesos de inflación al momento en que ocurrieron las enormes avalanchas, propiciando su desarrollo y controlando su disposición periférica al cerro”, puntualizan.

En otras palabras, se trata de dos tipos de procesos que están superpuestos. Ambos fueron motivo de análisis porque resultan claves a la hora de evaluar posibles riesgos de avalanchas. “Este descubrimiento muestra que no solo es la actividad del volcán, sino que también la actividad climática detonan esta gran topografía”, subraya Folguera y agrega: “En 1914 cuando se produjo ese desprendimiento importante, también fue un año de intensas lluvias. Entonces, hay que mirar con mucha atención a los ciclos climáticos en torno al Domuyo, porque cuando se dan años de altas precipitaciones, son años de un peligro concreto”.

Por último, Hurley muestra su preocupación de otro aluvión en el volcán Domuyo, como el datado en 1997: “Puede ocurrir en zonas cercanas a asentamientos poblacionales. En ese caso, no solo representan un riesgo, por la pérdida de vidas, sino también por otros efectos como corte de rutas o de suministro eléctrico. Las poblaciones deben estar preparadas para reducir el impacto que un aluvión puede llegar a causar”, concluye.