Litio, entre el agua y los pájaros
La oportunidad y la necesidad de contar con un recurso de alto valor como el litio abre para nuestro país el desafío de buscar una extracción lo más afín posible con la preservación del entorno natural y de recursos vitales como el agua. En esta nota, los posibles impactos de la minería sobre la Puna y el seguimiento de especies, como el flamenco, que permiten identificar el estado de los ecosistemas.
Argentina posee una de las mayores reservas de litio en salmuera del mundo, forma parte del llamado “triángulo del litio” del Altiplano, territorio natural que comparte con Chile y Bolivia. Esta región posee la mitad de la oferta global del metal más electropositivo de los elementos químicos, con alto potencial económico e industrial para la producción de tecnologías verdes. Por otro lado, los humedales puneños de donde se extrae el litio son ecosistemas esenciales para la conservación de la biodiversidad y para el desarrollo de las actividades de las poblaciones de montaña.
La del litio es una industria en expansión. Según el informe elaborado por el Banco de Desarrollo Interamericano en 2019, en Argentina la actividad litífera se ha cuadriplicado entre 2010 y 2017: “a pesar de que los volúmenes sean bajos a nivel nacional, no resultan nada despreciables para las provincias donde se encuentra el recurso”. Así lo reflejan las cuentas de exportación de carbonato y cloruro de litio, aunque son relativamente pequeñas en relación con las exportaciones totales (0,3%), e incluso del sector minero (5,4%).
La cadena de valor del mineral comienza en el territorio donde se lo encuentra en abundancia: Catamarca, Jujuy y Salta. Las provincias tienen el dominio originario del recurso natural, tal como lo establece la Constitución Nacional, y los gobiernos provinciales han expresado en reiteradas ocasiones que el desarrollo del litio puede ser fundamental para mejorar la situación económica del norte argentino. También lo ha hecho el gobierno nacional: el presidente Alberto Fernández expresó, en la apertura de sesiones ordinarias ante la Asamblea Legislativa en el mes de marzo, que el mundo avanza hacia vehículos eléctricos con baterías de litio o el uso de hidrógeno verde. En esa ocasión, anunció que el gobierno implementará incentivos “tanto en la incorporación de movilidad sustentable como en la producción en el país de este tipo de vehículos y su cadena de valor que comienza en el litio”.
Minería litífera y agua en la Puna
La actividad minera tradicional requiere del uso de grandes volúmenes de agua por lo que grupos conservacionistas, pero también quienes realizan investigaciones para la puesta en valor del mineral, estudian, monitorean y documentan alternativas para la industria que reduzcan o eviten el impacto ambiental que provocaría el crecimiento de la actividad.
Si bien el litio puede hallarse en arcillas, salares continentales, aguas geotermales y en el mar, no lo está en las mismas concentraciones en todos esos depósitos, y solo pocos de ellos permiten su explotación con las tecnologías actuales. Según un informe de 2020, elaborado por el Servicio Geológico de Estados Unidos, el triángulo del Altiplano alberga cantidades significativas -casi el 60%- de los recursos de litio conocidos, e identificados, del mundo. Dentro de esta región se encuentran más de cien salares y lagunas, sus áreas pueden alcanzar desde unos pocos hasta aproximadamente nueve mil kilómetros cuadrados.
“Sería una inconsistencia si el aumento de la producción de litio para una sociedad más sostenible se asociara con prácticas mineras que no lo son. Más allá de la fuerza motriz económica para buscar nuevas tecnologías de extracción, existen dos grandes preguntas con respecto a la sostenibilidad general de todo el proceso: el uso del agua, y la generación y eliminación de desechos. En estrecha relación con estos temas, surge la cuestión de la conservación de la flora y la fauna”, plantean Victoria Flexer, directora del Centro de Investigación y Desarrollo en Materiales Avanzados y Almacenamiento de Energía de Jujuy (CONICET – Universidad Nacional de Jujuy), y sus colaboradores en una revisión crítica de los métodos para la obtención de litio en la revista Science of the Total Environment de 2018.
Según el trabajo de Flexer y colaboradores, actualmente, dos tercios de la producción mundial de litio se extrae de las salmueras, una práctica que evapora en promedio medio millón de litros de agua salada por tonelada de carbonato de litio: “Para precipitar las diferentes sales y obtener una salmuera concentrada de iones de litio, es necesario evaporar hasta el 95% del agua de la salmuera original. El volumen de agua evaporada es realmente enorme. Sin embargo, antes de discutir estas cifras, debemos enfatizar fuertemente el punto de que el agua salada como tal está muy lejos de ser apta para el consumo humano o animal. El agua de salmuera a menudo se considera un depósito estático. Sin embargo, incluso en ausencia de explotación, el agua salada se encuentra en realidad en equilibrio dinámico con el entorno, con una rotación lenta controlada por la evaporación y por la recarga de las escasas lluvias”.
Pero no solo está en juego el agua de las salmueras, la segunda controversia es en torno al agua dulce en el contexto de estas tierras, que son muy áridas. “El agua para uso industrial se obtiene de pozos perforados y extraídos de reservorios de agua dulce, pero que a menudo tampoco son aptos para el consumo humano sin una purificación adicional. Las empresas mineras tienen pozos separados para su propio suministro de agua dulce que se utilizará en los diferentes pasos del proceso de extracción y purificación”, dice Flexer en su informe y resalta “está muy claro por qué tanto las poblaciones locales como los grupos ambientalistas están observando cuidadosamente el uso de agua dulce de las empresas mineras”.
Y la complejidad del problema no se agota en cuantificar cuántos litros de agua dulce y salada se están utilizando por cada tonelada de producción de litio, también existe preocupación por la posible interacción de los diferentes acuíferos, es decir, el agua salada y el agua dulce, y en particular, lo que sucederá si la salmuera comienza a agotarse debido a la extracción del mineral.
Flamencos, la señal rosa
El vasto paisaje de lagunas y salinas dispersas por el Cono Sur son el territorio único de dos especies de flamencos que desarrollan su vida en la Puna. Considerados como íconos de biodiversidad e índices de salud del ecosistema, los investigadores han definido a esas aves zancudas de tonos rosáceos y picos curvos como una especie bandera: una figura que aporta nitidez en el estudio de los humedales y su estado de conservación en general.
Sin una ruta fija, tres de las seis especies de flamencos que existen en el mundo viajan por el sur del continente americano en busca de alimento y refugio. Son errantes, pueden permanecer una temporada en un solo sitio o trasladarse por cientos de kilómetros si las condiciones del hábitat no son óptimas para nutrirse, reproducirse o nidificar. Es decir, que para estudiarlos es necesario imitarles el juego de su dinámica, conectar todas las manchas acuáticas que forman el tablero por donde se mueven, seguirles el paso y marcar aquellos sitios recurrentes a través del tiempo para poder preservarlos.
Con ese propósito, hace 25 años, se conformó el Grupo de Conservación de Flamencos Altoandinos (GEFA), una colaboración internacional que busca, observa y censa las aves con el fin de conocer su estado de conservación y el de los humedales donde habitan. Desde los Andes sureños de Perú, pasando por Bolivia, hacia el norte de Chile y el noroeste de Argentina, el altiplano sudamericano es el foco de investigadores, técnicos y conservacionistas de los cuatro países.
Según el informe del grupo presentado en el año 2018 durante el marco de la Convención en la conservación de especies migratorias y animales salvajes en Egipto, “los humedales salinos del Altiplano que constituyen el hábitat de los flamencos, así como la flora y fauna asociada, están amenazados por el desarrollo industrial: la expansión de la minería metálica y no metálica, la expansión de la producción de energía geotérmica y la instalación de gasoductos y líneas eléctricas, además de la agricultura, el sobrepastoreo y el turismo no regulado”. Una de las líneas de trabajo del grupo está concentrada en el impacto de la minería litífera en los humedales del noroeste argentino dado el incremento de proyectos de exploración y explotación del mineral en Jujuy, Catamarca y Salta, específicamente.
Felicity Arengo es una zoóloga argentina, investigadora del Museo de Ciencias Naturales de Nueva York que forma parte del GEFA desde sus comienzos. “Nuestra estrategia es regional porque los flamencos van de un sitio a otro, las lagunas se retraen y crecen; también hay ciclos de vida de los organismos de los que se alimentan, por lo que construimos una red de sitios prioritarios para su conservación, son aproximadamente veinte lugares seleccionados con criterios aceptados por la convención Ramsar. Se los considera estratégicos porque es posible hallar en ellos al 1% de la población de la especie; pero además es necesario conectar los lugares con un enfoque sistémico por lo que elaboramos un mapa y desplegamos ahí nuestras acciones”.
Otra de las fundadoras del GEFA, Patricia Marconi, de la Fundación YUCHAN -una ONG dedicada a la conservación y el uso sustentable en las Yungas, el Chaco y los Andes- explica que, al ser una especie itinerante, los flamencos necesitan un mosaico muy amplio y es lo que evolutivamente tuvieron disponible entre la cordillera y las tierras bajas. “En Argentina, con el paso de los años hemos observado que, durante el verano, parte de la población de los flamencos altoandinos se desplazan hacia la Laguna Mar Chiquita en Córdoba o las lagunas del sur de Santa Fe, por eso la nuestra es una herramienta basada en su distribución. Sin embargo, las amenazas son distintas: en tierras altas es la minería no regulada, y en tierras bajas, la agricultura intensiva, que degrada los humedales”.
El mayor desafío es trabajar en estas escalas, coinciden las investigadoras del GEFA, “porque a un flamenco observado en el sur del Perú lo vemos luego en Provincia de Buenos Aires, y tal vez nidificó en Laguna Colorada, en Bolivia”. A través de múltiples estrategias, el grupo monitorea a las tres especies de flamencos sudamericanos: la de los Andes, la de la Puna y la Austral; realizan un censo simultáneo cada cinco años en los cuatro países; tienen programas de anillado de juveniles; hacen seguimiento satelital, y trabajan en campañas para involucrar a las comunidades locales en la observación y el conteo.
Por su parte, Felicity Arengo explica que el agua subterránea de las lagunas en altura es fósil, es decir, “se formó hace diez mil años, tal vez cien mil, según la variabilidad de los modelos que utilizamos para estudiarlas; y esa agua se va perdiendo porque la laguna no recarga como lo hacía en otros momentos geológicos”. La investigadora recalca que la Puna es un ecosistema de por sí muy frágil al que se superpone otro tipo de presiones como la pérdida de humedad a causa del cambio climático, la desaparición de las cumbres perpetuas y la disminución del nivel de hielo. “La extracción de agua a niveles industriales para la minería de litio provoca que el presupuesto del uso del agua sea negativo”, afirma.
Arengo expresa su preocupación en este sentido, ya que las empresas mineras no hacen públicos los estudios sobre los acuíferos en los que trabajan, y esas zonas no suelen ser accesibles para los investigadores para tomar muestras o hacer observaciones de aves. Por su parte, Flexer y colaboradores consideran que las mismas empresas seguramente están en posesión de datos mucho más detallados, aunque no reportados, sobre la hidrogeología de las cuencas donde están asentadas. “Sin embargo, existe una seria falta de mediciones de campo informadas sobre el comportamiento hidrodinámico y sobre los balances hídricos de los acuíferos de agua dulce que rodean los salares. Hasta donde sabemos, no hay datos que prueben o refuten las afirmaciones de que las empresas mineras de litio están secando la meseta de la Puna”, concluyen.
Si las baterías de litio son el corazón de los nuevos vehículos eléctricos y prometen ser estratégicas para el desarrollo de las economías provinciales del norte argentino, la degradación de los ambientes de donde se extrae el mineral y la pérdida de biodiversidad podrían ser costos que investigadores y conservacionistas buscan conocer a través de su trabajo.