Ética y género

Las mujeres hacen menos trampa

A la hora de presentar sus resultados de investigación, los hombres de ciencia son más proclives que las mujeres a falsificar datos. Surge de un estudio publicado en MBio, la revista dela Sociedad Norteamericana de Microbiología.

7 Mar 2013 POR

 

Imagen: Paul Sizer.

Un reciente estudio sobre mala praxis y fraude en artículos científicos publicados en revistas especializadas del ámbito biomédico da cuenta de que dos tercios de las personas que habían caído en esa conducta eran hombres. Esa cantidad excede la mayor proporción masculina que caracteriza, en general, a la actividad científica.

El estudio fue realizado por Ferric Fang (de la Escuela de Medicina dela Universidad de Washington), Joan Bennet (microbiólogo dela Universidad Rutgers) y Arturo Casadevall (dela Escuela de Medicina Albert Einstein, Nueva York), y publicado en MBio, revista de la Sociedad Norteamericana de Microbiología.

Los investigadores analizaron los casos de mala praxis ética resumidos en los informes anuales de la oficina de investigación de la integridad (Office of Research Integrity), que depende del Departamento de Salud y Servicios Humanos de los Estados Unidos. Desde 1994 hasta el presente, esos informes anuales dieron cuenta de 228 investigadores que habían incurrido en una falta ética, el 94% de los cuales estaban implicados en fraude.

Lo más llamativo fue que el 65% de todos los involucrados en mala praxis pertenecían al género masculino. Pero esa proporción variaba según la etapa de la carrera profesional. Así, en la franja de mayor rango científico, los hombres alcanzaban el 88% del total de los que  estaban en falta.

Los autores del estudio se preguntan qué es lo que motiva a un investigador a incurrir en una falta ética: ¿los hombres entrarían con mayor facilidad en una competencia desenfrenada por el prestigio y los recursos? ¿O las mujeres son más sensibles a la amenaza de sanciones? La gran incógnita es si el género se correlaciona con la integridad moral.

No obstante, esos autores admiten que no pueden excluir la posibilidad de que las mujeres, aunque estén implicadas en casos de fraude en la misma proporción que los hombres, tengan menos posibilidades de ser descubiertas. Tampoco quieren caer en la tentación de explicar la preponderancia del fraude masculino mediante las diferencias biológicas entre hombres y mujeres. Por ello, sin excluir el rol de los factores biológicos, se inclinan por las influencias de índole social y cultural.

Asimismo, consideran que sus resultados generan interrogantes sobre los esfuerzos destinados a la capacitación en ética de los jóvenes investigadores, como los que se imparten actualmente en el NIH (Institutos Nacionales de Salud de los Estados Unidos). Lo cierto es que el problema no parece residir en los jóvenes. En efecto, el estudio publicado en MBio da cuenta de que los científicos de mayor rango son los que incurren con más frecuencia en fallas éticas. Parecería que quienes cuentan con una larga trayectoria tendrían una mayor “convicción en que no van a ser objeto de sospecha”, indican los autores.

Al respecto, la licenciada María Elina Estébanez, investigadora del Centro de Estudios sobre Ciencia, Desarrollo y Educación Superior  (CONICET), señala: “El estereotipo cultural que ubica al varón en los espacios de mayor reconocimiento público y poder aún persiste, pese a los avances objetivos logrados por las mujeres en la participación social y política en los últimos años”, y agrega: “El problema persiste en todos los campos profesionales y la ciencia no es una excepción. Podemos conjeturar que este fenómeno se traduce, desde la perspectiva del investigador, en una mayor presión para alcanzar o mantener el reconocimiento científico, incluso si para este propósito hay que hacer fraude”.

Para Estébanez, la ciencia tampoco escapa a lo que ocurre en el resto de la sociedad, “como la existencia de conductas antiéticas, la influencia de intereses sociales y económicos en la actividad propia, la lucha por el monopolio del poder y la neutralización de los opositores”.  Esta hipótesis –sostiene la investigadora– permite también explicar la exacerbación de la conducta fraudulenta en los científicos de mayor formación académica, hipotéticamente más presionados a demostrar su valor profesional y su mandato de género.

Retractación y fraude

Previamente, Fang y Casadevall habían realizado un estudio sobre 2.047 artículos indexados en PubMed que habían sido retirados de la publicación, es decir, fueron objeto de una retractación. La retractación de un artículo científico ya publicado consiste en una declaración pública en la que se admite que ese artículo no debió publicarse y que sus datos y conclusiones no deberían utilizarse en investigaciones futuras. La retractación puede ser efectuada por los autores del trabajo, la institución a la que pertenecen, o los editores de la revista que publicó el artículo. La causa, generalmente, reside en una falta de conducta científica, por ejemplo, errores serios, plagio, duplicación de información ya publicada, o falsificación de resultados.

En el mencionado estudio, la mayor parte de las retractaciones se debía a fraude. En contraposición a resultados de otros autores que indicaban que el problema residía en que esos artículos contenían errores, Fang y Casadevall indican que sólo un cuarto del total contenía errores, y el resto tenía datos falsificados o inventados.

Es interesante destacar que los investigadores analizaron las diferencias debidas al origen geográfico de los papers que habían sufrido retractación por fraude. La mayoría de ellos se habían originado en Estados Unidos, Alemania y Japón, y se relacionaban con publicaciones de alto impacto. En contraste, el plagio y las publicaciones duplicadas surgieron en países que carecen de larga tradición científica y los artículos se habían publicado principalmente a revistas de bajo impacto.

Fang y Casadevall, que publicaron su estudio en los Proceedings of the National Academy of Sciences, señalan que el alto número de publicaciones con retractación es un indicador de la “falta de salud de la empresa científica”. El hecho de que la tasa de retractaciones se correlacionara con el factor de impacto de la revista es un hecho destacable.

La retribución desproporcionada para quienes publican en revistas de alto impacto podría influir para que los investigadores trabajen con demasiada prisa o caigan en prácticas poco éticas, reflexionan los autores. Y dan un ejemplo que surge de sus observaciones: para ser admitido en una entrevista, un candidato a un cargo en una universidad estadounidense debía tener por lo menos una publicación de alto impacto en que la figurara como primer autor.

En una reciente entrevista realizada por Science, Casadevall admite que ellos nunca habían pensado que el problema estaba tan difundido.  Por su parte, Fang destaca: “Sólo un artículo en 10 mil es objeto de retractación, sin embargo, un solo paper que cae en esa situación por razones de fraude produce un serio daño a la credibilidad de la ciencia”.

Casadevall se lamenta: “En estos días, cuando un grupo de investigación logra un hallazgo, la discusión no se centra en los resultados en sí sino en qué revista los van a publicar”.

La frecuencia del fraude en la investigación pone en evidencia que la presión por publicar en revistas de alto impacto puede ser contraproducente para las buenas prácticas científicas.  Parecería que la remanida frase “publicar o perecer” puede llevar a conductas inapropiadas.

Para la doctora Silvina Ponce Dawson, investigadora del CONICET en el Departamento de Física de Exactas-UBA, considera que en general las mujeres, como estudiantes, suelen ser más tímidas: preguntan menos en las clases y tienden a tomar notas de manera más ordenada, entre otras características. En su opinión, ese tipo de comportamiento, de algún modo «más sumiso» y, además, con más inhibiciones a la hora de mostrar los propios logros, puede influir en que haya menos mujeres involucradas en transgresiones de todo tipo: tanto malas, como los fraudes, como «buenas», la ruptura con ideas bien establecidas y el avance de la frontera de la ciencia. De todos modos, subrayó: “Esto es una intuición, pues no hay estudios ni estadísticas en ese sentido”.

Para mitigar el impacto de las conductas fraudulentas, Estébanez, que también es investigadora en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, opina que, además de intensificar la formación en ética profesional tanto en los científicos junior como senior, sería importante “introducir contenidos específicos destinados a neutralizar los estereotipos de género”. Asimismo, destaca: “Es necesario replantear los sistemas de evaluación en la ciencia que estimulan los comportamientos hipercompetitivos. Los criterios excluyentes de publicación en revistas de alto impacto refuerzan la lucha por el control de la autoridad científica y tienden a desaprovechar talentos, en particular los talentos femeninos, ocultar conocimientos valiosos que se desarrollan por fuera del ‘main stream’ y quitarle robustez social a la ciencia”.