Juntos para el daño
Un estudio, llevado a cabo por científicas y científicos argentinos, demostró que la interacción de glifosato y arsénico genera un efecto sinérgico que aumenta el potencial tóxico individual de cada compuesto. En ensayos de laboratorio realizados sobre renacuajos, su exposición a esta mezcla alteró negativamente sus sistemas antioxidantes, afectó los niveles de la hormona tiroidea, provocó la proliferación de glóbulos rojos y generó daños en el ADN.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS) Argentina es uno de los países que presenta, naturalmente, altos niveles de arsénico inorgánico -su forma más tóxica-, en sus aguas subterráneas. La exposición prolongada al arsénico puede causar cáncer y lesiones cutáneas. También ha sido asociado a problemas de desarrollo, enfermedades cardiovasculares, neurotoxicidad y diabetes. Su mayor amenaza para la salud pública reside en la utilización de agua contaminada para beber, preparar alimentos y regar cultivos alimentarios. Se calcula que, en nuestro país, alrededor de cuatro millones de personas que viven desde el centro hacia el norte del territorio están afectadas por esta situación, principalmente en las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, La Pampa, Tucumán, Chaco, Santiago del Estero y Salta.
Por otro lado, desde que en 1996 comenzaron a utilizarse en Argentina las semillas genéticamente modificadas resistentes a herbicidas, el uso de glifosato ha crecido año tras año. En la actualidad, cerca de 25 millones de hectáreas están sembradas con soja -el cultivo más extendido-, maíz o algodón genéticamente modificado. En esas zonas, su utilizan alrededor de 250 millones de litros de glifosato por año. Esta cifra convierte a la Argentina en el país que consume la mayor cantidad de glifosato por habitante por año. Más allá de la polémica con las empresas productoras de este herbicida acerca de los efectos nocivos que tiene para la salud humana, lo cierto es que, en marzo de 2015, la OMS incluyó a esta molécula dentro de la lista de sustancias probablemente cancerígenas.
Ahora bien, dado que buena parte de las tierras que sufren la contaminación con arsénico son las mismas tierras utilizadas para cultivos genéticamente modificados, ¿qué ocurre cuando el glifosato y el arsénico se encuentran en el agua? ¿Cuáles son las consecuencias para los seres vivos? ¿Se potencian o no sus efectos tóxicos?
“El principal tema de trabajo en nuestro laboratorio, en los últimos 20 años, ha sido estudiar los efectos de los plaguicidas y herbicidas sobre la fauna silvestre, particularmente sobre los anfibios. Ya en 2003 publicamos un paper en el que demostramos que el glifosato, en dosis subletales, producía malformaciones en los embriones y larvas de anfibios”, recuerda el doctor en Ciencias Naturales Rafael Lajmanovich. Y agrega: “En el año 2014, me encontré con un paper de un investigador de Sri Lanka, Channa Jayasumana, que publicó un estudio en el que sostenía que la mezcla de glifosato con arsénico en el agua era la posible de causa de las enfermedades renales crónicas que sufrían los trabajadores de los arrozales de ese país. Y ahí surgió la inquietud, ¿qué otros efectos podía provocar la mezcla de estas dos sustancias?”.
Este fue el origen del artículo publicado en la revista Heliyon por un equipo de científicas y científicos encabezado por Rafael Lajmanovich, investigador del CONICET en el Laboratorio de Ecotoxicología de la Universidad Nacional del Litoral.
A diferencia del trabajo de tipo epidemiológico llevado a cabo por el médico de Sri Lanka, Lajmanovich y su equipo encararon un estudio experimental con el objetivo de determinar la toxicidad individual del glifosato en su formulación comercial (Roundup Ultra-Max®) y el arsénico, y realizaron una primera y novedosa evaluación de su mezcla sobre renacuajos de Rhinella arenarum, conocido popularmente como sapo común americano.
Con ese fin, se sometió a los renacuajos a ensayos agudos (durante 48 horas) y crónicos (a lo largo de 22 días). En ambos casos, los resultados fueron concluyentes. “A partir de los primeras pruebas, empezamos a dilucidar que la sinergia que existía entre ambas sustancias era muy poderosa. Nosotros ya teníamos experiencia de observar la sinergia de distintos compuestos en otros trabajos pero, en este caso, era muy notable que, a dosis donde ninguna de las dos provocaba individualmente efectos dañinos, juntas los generaban y mucho”, relata Lajmanovich.
En concreto, según señala el artículo, el estudio demostró una fuerte toxicidad sinérgica de la mezcla de glifosato y arsénico, que altera negativamente los sistemas antioxidantes y los niveles de la hormona tiroidea, induce la proliferación de glóbulos rojos y causa daño en el ADN de los renacuajos tratados. “Todos estos son marcadores que hacen referencia a procesos tumorales. El arsénico es una sustancia estrechamente relacionada con la aparición de tumores que, junto al glifosato, refuerza su potencial cancerígeno”.
En la naturaleza
Los anfibios salvajes, que habitan en ecosistemas agrícolas, están habitualmente expuestos, simultáneamente, a una mezcla de productos químicos tóxicos (pesticidas, herbicidas, metales, contaminantes emergentes). En particular, las áreas de producción de soja, maíz y otros cultivos transgénicos en Argentina se superponen con aquellas donde se encuentra arsénico en altas concentraciones. Por lo tanto, existe una alta probabilidad de que el glifosato y el arsénico puedan estar presentes, al mismo tiempo, en aguas superficiales y subterráneas junto a otros tóxicos. Esta situación proporciona un escenario de riesgo potencial para la salud ambiental.
Dado que los resultados obtenidos a partir de estudios de laboratorio sólo pueden aplicarse a ese modelo, es decir que no se pueden extrapolar a lo que ocurre en el ambiente, el paso siguiente sería avanzar con estudios de biología experimental y de campo para caracterizar la posible interacción sinérgica del glifosato con el arsénico.
La importancia de encarar este tipo de trabajos se refuerza si tenemos en cuenta que los anfibios son considerados a nivel ambiental como “canarios de las minas”, es decir que lo que ocurre con ellos es considerado como una señal de alerta temprana. “Hace muchísimo tiempo que se sabe que los anfibios son uno de los vertebrados más sensibles a la contaminación ambiental. Entre otras razones, porque su piel es muy permeable al pasaje de los contaminantes ya que los anfibios respiran por la piel, tienen como la piel viva. No son como otros animales que tienen plumas, escamas o pelos que los protegen un poco más. Por esta razón, han sido usados en todo el mundo como bioindicadores. Es decir, que tienen la capacidad de detectar las alteraciones que se producen en el ambiente”, explica Lajmanovich.
En ese sentido, el investigador recuerda un trabajo llevado adelante desde el mismo laboratorio, publicado en 2011. “Se trató del primer estudio epidemiológico publicado en América Latina en donde demostramos, después de casi 10 años de relevamientos de campo, que los anfibios que habitan en los ecosistemas agrícolas, donde están expuestos a plaguicidas, presentan mayores tasas de malformaciones que los que están en sitios no contaminados o sitios control”.
Por todas estas razones causa alarma el proceso de extinción global de anfibios que se viene produciendo desde la década del 80, con un declive importante de su población. A mediados de este año, el Comité de Biodiversidad de Naciones Unidas advirtió que los impactos humanos amenazan la existencia de un millón de especies, entre ellas el 40 por ciento de todas las especies de anfibios conocidas para la ciencia, o sea, unas 3.200 especies.
“Es un fenómeno global en donde, dentro de las distintas causas que se han hallado, la más determinante ha sido la destrucción de los hábitats y, dentro de la destrucción de los hábitats, tiene un peso muy fuerte el tema de la contaminación ambiental y el uso de pesticidas”, se preocupa Lajmanovich. Y remata: “Yo tipificaría lo que está ocurriendo como un ‘ecocidio’ y creo que como especie, los humanos no tenemos el derecho de destruir otras especies”.
Modelo nuevo
Dado que la presencia del arsénico en el agua es de origen natural y lleva millones de años sobre la Tierra, su eliminación resulta muy dificultosa. Por esta razón, el investigador sostiene que el camino más apropiado para mejorar la salud ambiental pasa por disminuir o eliminar el uso del glifosato. “El glifosato debe ser la sustancia que más se ha estudiado en el mundo. Si uno entra hoy en Pubmed y pone en el buscador toxicity glyphosate, va a encontrar más de mil trabajos y cada dos o tres días se suma uno nuevo. Su toxicidad se ha probado de todas las maneras posibles.”, asegura Lajmanovich y añade, con cierta desazón: “Sin embargo, con toda esa evidencia no se ha logrado mucho. Excepto, tal vez, en Europa, donde Alemania firmó una resolución por la cual a partir de 2023 prohíbe por completo el uso de glifosato. En el resto de Unión Europea todavía se está discutiendo”.
De todas maneras, el científico llama la atención en que la solución no pasa simplemente por la prohibición del glifosato, ya que este herbicida puede ser reemplazado por otro aún más tóxico. “Desde mi punto de vista, las empresas multinacionales ya están preparadas y tienen listos los reemplazos para cuando ya no se permita el glifosato. Uno de ellos es el Dicamba, un herbicida todavía más peligroso”, se alarma Lajmanovich y propone: “Toda esta explosión en el uso de agroquímicos tiene una estrechísima relación con los organismos genéticamente modificados. Uno sin el otro no existiría. Por eso, muchos especialistas sostienen que lo que hace falta es reemplazar este modelo productivo por otro que no esté basado en el uso de agrotóxicos o los reduzca a su mínima expresión”.