Dosis de riesgo
¿Qué pasa si durante un tiempo una persona toma agua con dosis bajas de un insecticida muy usado tanto en el campo como en la ciudad? Y si esa persona está embarazada, ¿puede tener consecuencias para el bebé? Un grupo de investigación llevó adelante esas pruebas en ratas de laboratorio y los resultados fueron inquietantes.
Cuando se enfrentan diversas plagas, los tóxicos empleados deben cumplir las reglamentaciones acerca de la cantidad conveniente de uso para no afectar a otros seres que no deberían ser blanco de su acción. Distintas organizaciones, luego de diversos estudios, fijan estos valores a cumplir, que aparecen en la etiqueta del producto para evitar intoxicaciones en la población.
“Nosotros tenemos información de organismos internacionales de lo que se llama, ‘la dosis letal 50’, es decir, la que puede causar la mortalidad de la mitad de los animales que la reciben”, describe el doctor en Biología Marcelo Wolansky, profesor de Toxicología en Exactas UBA. En su equipo no se detuvieron a estudiar este extremo fatal sino el opuesto: ¿Qué ocurre cuando uno se contamina repetidamente a lo largo del tiempo con dosis pequeñas, y que están permitidas para su uso?
Entonces, los microscopios del Laboratorio de Toxicología de Mezclas Químicas del IQUIBICEN, en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, apuntaron al acetamiprid (ACP). “Es un ejemplo de una clase de plaguicidas relativamente modernos, los neonicotinoides, de los cuales se dice que no tienen demasiado efecto adverso en los humanos. Por eso, se empezó a usar cada vez más y reemplazó a otros insecticidas, como los organofosforados, en la zona frutícola en el valle del Río Negro”, indica la doctora en Biología, Gabriela Rovedatti, quien formó parte del equipo de Exactas UBA, tras su paso por la Universidad Nacional del Comahue.
El acetamiprid es un plaguicida relativamente moderno que se empezó a usar cada vez más y reemplazó a otros insecticidas en la zona frutícola en el valle del Río Negro.
El interés apuntaba a comprobar “si este producto era como se decía. Y si mantenía esta característica cuando se consumía en pequeñas dosis en el agua, como suele ocurrir con la población rural. Y qué pasaba si lo tomaban las embarazadas, ¿podía traer algún efecto en la descendencia? Nosotros hicimos estas pruebas en ratas”, agrega Rovedatti.
Bajo la mira
En este sentido, Wolansky, investigador del CONICET, remarca este vacío existente, que el trabajo de su equipo buscaba suplir. “En el diálogo cotidiano entre profesionales –subraya– se habla muy poco de cuál es la dosis mínima tóxica, que puede estar muy alejada de la dosis letal 50, pero no por eso deja de ser relevante”.
Con este objetivo en la mira, el grupo de investigación observó a las ratas en un momento vulnerable de su vida, como es el período de embarazo. Las «futuras mamás», además de su comida habitual, recibieron agua con dosis muy bajas de este insecticida, por debajo de la máxima permitida por las normas vigentes. O en algunos casos, apenas alcanzó el valor más pequeño que se consideraba suficiente para causar alteraciones leves. No sólo siguieron de modo pormenorizado a las madres durante la gestación, sino a sus crías. “Quisimos ver si se producían efectos a corto, mediano y largo plazo”, apunta Rovedatti.
Con ese objetivo, controlaron el peso de las ratas y cuántas crías llegaron a término, entre otros elementos. También, evaluaron cómo resultó su desarrollo neurológico. Las recién nacidas no sólo fueron observadas pormenorizadamente en esos momentos, sino también luego de varias semanas de vida, lo que equivaldría a la etapa adolescente humana. Las crías fueron sometidas a pruebas cognitivas para determinar daños neurológicos. En concreto, a lo largo de siete semanas debieron correr por un laberinto circular en busca de agua azucarada como premio.
El trabajo encontró varios resultados que hacen pensar que tal vez convenga reconsiderar los niveles inocuos que tienen las regulaciones internacionales.
¿Los resultados? “Encontramos efectos del ACP sobre el aumento de peso corporal materno, la actividad de la butirilcolinesterasa placentaria y las respuestas neuroconductuales, lo que sugiere una acción tóxica leve. Por lo tanto, nuestro estudio mostró una tendencia a la susceptibilidad del desarrollo a una dosis hasta ahora considerada subtóxica”, señala el trabajo publicado en Toxicalogical Sciences.
Tener en cuenta
Wolansky y Rovedatti, ambos colaboradores de la Asociación de Toxicología Argentina, coinciden en que “encontraron pequeñas diferencias” entre el grupo que recibió mínimas cantidades de insecticida y el de control. En este sentido, Rovedatti, observa: “Ningún resultado fue como para salir corriendo a prohibir el producto, pero varias cositas que fueron saliendo hacen pensar que, a lo mejor, conviene reconsiderar los niveles inocuos que tienen las regulaciones internacionales”.
Por su parte, Wolansky, resalta que el parámetro a partir del cual se establece el máximo de dosis considerada inocua en humanos, se obtiene de estudios en animales. “Si bien usamos dosis que se considera que no deberían causar un efecto evidente, nosotros vimos algunos efectos mínimos, moderados, no de alta gravedad, ni que comprometan la vida. Pero esto plantea hasta qué punto habría que completar este trabajo con estudios más amplios, y proponer a la comunidad internacional que se interrogue si este insecticida, acetamiprid, debería tener un nivel de seguridad aún más bajo”, concluye.
El equipo
El trabajo publicado en Toxicological Sciences fue llevado adelante por Victoria Longoni, Paula Cristina Kandel Gambarte, Lis Rueda, Julio Silvio Fuchs, María Gabriela Rovedatti y Marcelo Javier Wolansky, en el Laboratorio de Toxicología de Mezclas Químicas, perteneciente al Departamento Química Biológica de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires (UBA), y el Instituto de Química Biológica de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (IQUIBICEN, UBA-CONICET).