Cambios en el lenguaje

Palabras más, palabras menos

Un trabajo de análisis del uso durante más de dos siglos de unos 31 mil sustantivos de diferentes idiomas muestra que su empleo muestra vaivenes. En ciertos momentos son muy mencionados y en otros, no tanto. Pero más allá de sus alzas y bajas, guardan una regularidad, en ciclos de alrededor de 16 años. El equipo de científicos que realizó la investigación propone posibles causas para este comportamiento. ¿Pasa lo mismo con los verbos?

12 Jul 2022 POR

No fueron uno o diez años, sino que las siguieron por 250 años, dos siglos y medio. Tampoco eran cien o quinientas palabras bajo estudio, sino miles y miles en distintos idiomas, guardadas en forma digital en los más de ocho millones de libros de la colección de Google Books. Los detectives -especialistas en física y neurociencias- se zambulleron en ese océano de datos y encontraron regularidades en la vida de los vocablos.

Como las olas, los sustantivos tienen sus subidas y sus bajadas; sus momentos de mayor o menor esplendor, según su empleo, y muestran particularidades, ciclos que se repiten en el tiempo. “La frecuencia de uso de las palabras presenta oscilaciones regulares de 16 años. Proponemos que éstas surgen de un mecanismo cognitivo común a otros objetos culturales con ciclos de vida, como la moda”, plantean Alejandro Pardo Pintos, Diego Shalom, Enzo Tagliazucchi, Gabriel Mindlin y Marcos Trevisan en Chaos, Solitons and Fractals.

El equipo se lanzó tras los sustantivos que sobrevivían al paso de los siglos, y no habían quedado olvidados en el arcón de palabras muertas. “Apuntamos a aquellas que están presentes en los libros, cada año de los últimos casi tres siglos, como guerra. Computamos la cantidad de veces que aparecen en los textos, respecto al total de las palabras usadas. De este modo, determinamos su frecuencia de uso”, precisa el doctor en física Marcos Trevisan, del Departamento de Física de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires.

La investigación sólo consideró sustantivos escritos en los textos por lo menos 50 mil veces por año.

Hecha la selección, reunieron un vocabulario de 10.403 sustantivos en inglés, 8.064 en español, 6.291 en francés, 3.341 en alemán, y 2.995 en italiano. Solo consideraban palabras “escritas en los textos por lo menos 50 mil veces por año, para tener -detalla Trevisan- una buena estadística a la hora de hacer modelos”.

En algunos casos son el último grito de la moda, pero de a poco bajan el tono, murmuran cada vez más bajo, casi hasta hacerse inaudibles. Pero luego vuelven, retoman la gloria y acaparan de nuevo las voces. Algunas palabras parecen surfear con éxito las olas del océano de letras para volver a montarse cuando viene otra marejada. Y lejos de caerse sin ton ni son, de hundirse para luego asomarse, tienen su ritmo. Tras montañas de cálculos, el equipo encontró, en medio de tantos movimientos, una regularidad. “Estas oscilaciones muestran un predominio de períodos de alrededor de 16 años en todos los idiomas, que ya había sido reportado antes”, subrayaron. Y la confirmación de este hallazgo los llevó a hipotetizar que no se trataba de un fenómeno estrictamente sociocultural, sino cognitivo. Y, a partir de esto, la física y neurociencia podían hacer pie con sus hipótesis y modelos.

(De izq. a der.) Alejandro Pardo Pintos, Diego Shalom, Marcos Trevisan.

Año, tiempo, ley, Estado, son algunos de los sustantivos que más se utilizaron en promedio en los últimos dos siglos y medio en español”, precisa Trevisan, quien junto con su equipo, detectó que los vocablos venían en grupo. “Cuando filtramos los ciclos regulares de la ‘moda’ en cada palabra, nos quedaron los vaivenes más lentos y caprichosos, que dependen del contexto sociocultural. Algunas palabras coinciden en estos vaivenes, formando comunidades que representan de algún modo palabras clave de períodos históricos”, define.

Por ejemplo, a partir del siglo XIX, disminuyeron las menciones de un conjunto de palabras. Tal es el caso de cristiano, oración, tinieblas, testamento y promesa. Como contrapartida, cada vez aparecieron con mayor insistencia acceso, contexto, versión, monitor«. “En los últimos cincuenta años, estas palabras explotaron en su uso, en tanto que en los dos siglos previos aparecían con muy baja frecuencia”, agrega, sin olvidarse de aclarar: “Estos conjuntos de palabras incluyen algunas que cambiaron de sentido, lo que marca precisamente un cambio de época. Monitor es un ejemplo de esto, antes correspondía a una persona que ejercía la función de vigilancia y hoy es sinónimo de pantalla”.

A partir del siglo XIX, disminuyeron las menciones de un conjunto de palabras como ‘cristiano’, ‘oración’, ‘tinieblas’, ‘testamento’ y ‘promesa’.

Detalles del modelo

Con un mar de datos y de interrogantes, los especialistas debían diseñar una red muy selectiva para encontrar la información buscada en miles de sustantivos que se repetían hasta el cansancio en algunos momentos, y luego se mencionaban de modo más espaciado en otros, pero siempre estaban presentes más allá de los vaivenes históricos que debían relatar. “Nos concentramos en las oscilaciones. Nuestra hipótesis es que responden a un proceso cognitivo colectivo que puede modelarse matemáticamente. Escribimos un modelo sencillo, de pocas variables y parámetros de ajuste, en el que la frecuencia de uso de una palabra aumenta por interés, luego se satura y produce una disminución de su uso. Es el mismo mecanismo que da origen a las modas, que es un fenómeno de interés-saturación”, explica Trevisan, investigador del CONICET y profesor de Exactas UBA.

De estar en la cresta de la ola, estas palabras cansaron y dejaron de escribirse tanto pero, para chequear si esta hipótesis tenía visos de realidad, el equipo científico forzó matemáticamente el modelo de interés-saturación con los vaivenes socioculturales de cada palabra. “Con eso pudimos explicar su frecuencia de uso durante los últimos casi tres siglos. También, pusimos a prueba nuestro modelo. Nos preguntamos si era una buena interpretación de lo observado, ¿o podría quizás explicarse con otros mecanismos? Lo que hicimos fue ver si las consecuencias del modelo se observaban efectivamente en el lenguaje. Y encontramos que sí. Dentro de las comunidades, las oscilaciones de las palabras están parcialmente sincronizadas. A veces oscilan más juntas y otras veces lo hace cada una por su cuenta. Este hallazgo aparece como una consecuencia del forzado matemático del modelo. Y, en principio, es un modo de refrendarlo”, concluye Trevisan, sabiendo que en ciencia nunca está dicha la última palabra.

Pasado del subjuntivo

“La evolución de los verbos es distinta a la de los sustantivos. En principio, están menos vinculados al contexto sociocultural porque no representan objetos. Su dinámica no está forzada por el contexto y, por lo tanto, es mucho más lenta”, dice Marcos Trevisan. En este sentido, relata la “muy linda historia” del pretérito o pretérito imperfecto del subjuntivo, que se puede conjugar de dos maneras distintas: fuera o fuese, cantara o cantase. “En un largo proceso que lleva ya seis siglos -narra-, empiezan a competir de modo espontáneo la terminación ra con la se. Hacia 1700, ra ya se había impuesto. La gente naturalmente empezó a usar con más frecuencia cantara en vez de cantase, que es la original del latín y la que conservaron los otros idiomas romances”.

La Real Academia Española (RAE) fundada en 1713 toma cartas en el asunto. “Cuando RAE aparece, dice que se puede usar ra o se. Habilita el uso de las dos variantes como correctas y las deja a gusto del hablante. Se trata de un experimento masivo que ya lleva 300 años. El se, que estaba en baja, vuelve a subir y luego desciende. Se ve un comportamiento lento y muy estereotipado de subida y bajada para todos los verbos del español, análogo a la dinámica de un oscilador amortiguado, un problema clásico de la física elemental”, compara.

Sobre este tema, y también a partir del banco de datos de Google Books, Trevisan y equipo desarrollaron un modelo para explicar este fenómeno de atención a la novedad y que luego se diluye. “Hay procesos colectivos que duran 300 años en la lengua y nosotros somos sus visitantes transitorios”, subraya a modo de conclusión.