Universidad y dictadura

«Estudien, recíbanse y no jodan»

Daniel Arensburg estudió Biología en la Facultad entre 1973 y 1979. A lo largo de la entrevista recuerda el clima de alegría y de efervescencia política que se vivía durante la “primavera camporista” y señala la intervención de Ottalagano como el quiebre de esa etapa y el inicio de la violencia y la represión que se profundizó a niveles extremos luego del golpe de marzo del 76. Describe a Exactas en esa época como un “mundo oscuro y siniestro”, y relata el tremendo impacto que para él significó el secuestro y desaparición de su amiga Inés Ollero.

24 Mar 2023 POR

Daniel, contame en qué año ingresaste a la Facultad.

– Yo ingresé en el año 73 para estudiar Biología. Había terminado mi secundario en una escuela bastante particular, el Nacional Nº 5 Bartolomé Mitre, cerca de Once, que era un colegio de varones bastante estricto, o sea, venía de vivir una situación bastante represiva con algunos celadores que se decía que eran de la SIDE y el jefe de celadores era hijo de un almirante o algo así. Cuando entré a Exactas fue justo el año en el cual, con la democracia, se levantó el examen de ingreso. Así que ingresé directamente a cursar Análisis 1 y una materia que se llamaba Biología General, o algo así.

– ¿Cuál era el clima que encontraste en Exactas, justo con el regreso de la democracia y la elección de Cámpora como presidente?

– La verdad, para mí fue una fiesta. Ese primer año 73, y parte del 74 fueron dos años muy bellos para mi juventud. Había una cosa de alegría, de esperanza. Era una una facultad altamente politizada. Yo diría que, fácil, el 30 por ciento de los estudiantes militaba en alguna organización de izquierda o progresista. Acá ganaba las elecciones siempre el reformismo, los radicales con el PC, y había muy buen clima. Yo te diría que la sensación de que la cosa podía fragilizarse e irse todo al demonio, yo la tuve por primera vez una mañana del 11 de septiembre de 1973. Habíamos tenido una teórica en el Pabellón 1 y salimos con varios compañeros a sentarnos en el pasto. Entonces vino alguien del Centro de Estudiantes y nos dijo: “Dieron un golpe en Chile”. Y tengo clarísima la sensación que sentí, fue como si nos bajaran de un hondazo.

– Hablaste de una facultad muy politizada, ¿cómo se traducía eso en la cursada diaria?

– Primero, que todos los cursos tenían un delegado para el Centro de Estudiantes. Yo fui delegado en varios. Y había asambleas multitudinarias en el Aula Magna y también en el hall central del Pabellón 2. Estaban todas las agrupaciones y también iba mucha gente independiente. Se debatía todo y también había una competencia por el poder entre el reformismo y la JP. Pero esos primeros dos años fueron muy vitales, de una juventud ilusionada con un país mejor.

La verdad, para mí fue una fiesta. Ese primer año 73, y parte del 74 fueron dos años muy bellos para mi juventud.

– Entre tanta militancia, tanta participación, ¿había espacio para el estudio? En términos académicos, ¿cómo recordás la etapa?

– Creo que había un muy buen nivel académico. Yo cursé Análisis 1 de manera grupal, para mí fue buenísimo. La llamaban la experiencia de “las mesitas”. Yo venía de un secundario donde no me había ido bien en matemática, entonces, esa cosa grupal me sirvió para perderle el miedo, pero mucha gente decía que en ese formato se bajaba el nivel. Pero yo te diría que en Exactas el nivel siempre fue alto, con lo cual o te adaptas o te vas.

– ¿Cuándo empezó a ensombrecerse todo este clima de primavera democrática?

– Claramente con la misión Ivanissevich y la intervención de Ottalagano en la UBA en el segundo semestre de 74. Me acuerdo que se tomó la Facultad para enfrentar la intervención pero fue inútil. La Facultad se cerró durante mucho tiempo, perdimos un montón de tiempo de cursada. Era una situación terrible, no sabías siquiera si ibas a poder seguir estudiando. Recuerdo una sensación de mucha injusticia. Y ahí empezamos a palpar que se venía algo muy serio. Ya había un clima muy feo en Argentina.

– Cuándo retomás la cursada en el 75, ¿con qué Facultad te encontrás?

– Hubo un cambio de clima muy fuerte. La policía estaba en la Facultad controlando la entrada. Te pedían la libreta y te revisaban el bolso. No estoy seguro si eso fue en el 75 o a partir del 76. En el 75 ya veías gente que te dabas cuenta que no eran estudiantes y podías sospechar que estaban alcahueteando. Uno ya sabía que era gente de la derecha nacionalista. Creo que fue la la primera vez que sentí claramente la derrota, o sea, todas las consignas, todo lo que nosotros cantábamos en las asambleas, en las manifestaciones, sucedió todo al revés. Y eso, creo que para nuestra generación, ha sido no solo doloroso en lo personal, sino como una especie de frustración desde lo colectivo. Lo cual generó que mucha gente adoptara estrategias individualistas, que es lo que ellos querían. “Ustedes estudien, recíbanse y no jodan”, ese era el mensaje.

– Antes del golpe, vos recordás haber vivido situaciones de violencia represiva, ya sea sobre tu persona o con algún compañera tuyo?

– Te cuento, yo en el 74 entré a trabajar en una fábrica de reglas para arquitectura. Ahí éramos cinco y había un chico de Arquitectura. De golpe, ese chico dejó de venir. Averiguamos y había desaparecido, y todavía no estaba el golpe de Estado. Y después, me acuerdo de la situación de Alberto Kornblihtt con el decano Zardini que fue también muy alarmante. Alberto fue compañero mío y había hecho un planteo, no me acuerdo bien de qué, en la materia Plantas Vasculares. Y la respuesta fue violenta. Zardini llegó a insinuarle a sus padres que él podía garantizarle su seguridad en la Facultad pero que afuera podía aparecer en una zanja. Había un clima de mucha violencia, la Triple A estaba totalmente fuera de control.

Yo me acuerdo de noches con mi familia, en mi casa de Medrano, que de golpe sonaban sirenas y yo pensaba: “Bueno, nos tocó”. Pero no, no nos tocó.

– Algunas personas que cursaban en esa época comentaban que en el año 75 sentían miedo de ir la Facultad porque ya operaban bandas de ultraderecha ¿A vos te pasaba eso también?

– Tal cual. Aparte en el 75 este clima de asambleas había terminado. Ya eran reuniones más chicas, que muchas veces se hacía en casas. Me acuerdo que yo cursé una materia Introducción a la Geología, el profesor era un tal Rinaldi que era del mismo grupo nacionalista que Zardini. Yo había hablado en varias oportunidades en ese curso y cuando fui a dar el examen final inexplicablemente me aplazaron. Yo estaba seguro, incluso revisando el examen con un ayudante, de que estaba bien. Entonces, tuve que dar de nuevo al examen en marzo y ahí me aprobaron, con lo justo. Y fue un jefe de trabajos prácticos el que se atrevió a aprobarme porque yo le dije que, si no, me arruinaba las correlatividades. A mí me quedó la sensación de que fue Rinaldi que me había marcado porque yo había hablado en sus teóricas. Al cambiar el rectorado todo el tema ideológico pasó a ser terrible.

– ¿Vos sentías ese temor del que te hablaba?

– Sí, por eso en el año 75 cuando apareció el tema de que el golpe era inminente y de que Videla era mejor que Viola entonces ahí dije no, esta píldora no me la puedo tragar y dejé militar. Dejé de militar e hice lo que hacía la mayoría, me impuse trabajar y estudiar. La verdad, me siento culpable de alguna manera. Y a partir del año 76, 77, es como que te van llevando a una especie de adaptación a la frivolidad. Entonces, y esto esto no se lo pueden imaginar los jóvenes de ahora, te empezás a agarrar de pequeñas alegrías, Vilas, Reutemann, después el Mundial. Yo empecé a leer mucho novela negra norteamericana para bajar la depresión. Yo creo que son mecanismos de negación, porque no es que yo no sabía, yo sabía que estaba desapareciendo gente, sabía que me podía llegar a a pasar algo porque mi casa era una casa de muchas reuniones, una de mis hermanas militaba en el trotskismo. Pero no, no pasó. Evidentemente, gente que estuvo en mi casa y fue detenida no habló, tengo que agradecerles su coraje.

– ¿Cómo era la Facultad después del golpe?

– Tengo un registro muy monástico de Exactas. Era una Facultad apagadísima, donde la gente iba a estudiar y nada más. Especialmente en los primeros tiempos había una cosa muy oscura y de miedo. Íbamos a almorzar al comedor del 2 y se hablaba de cosas intrascendentes, de las materias que estabas cursando. Nos sentíamos controlados todo el tiempo. Ahora, también había mucha gente en la Facultad que estaba contenta. Más en Biología, donde había un cierto grupo de pibes que venían de familias de clase media alta, incluso había hijos de militares de la Marina. Recuerdo que al papá de uno de ellos, no me acuerdo si el ERP o Montoneros lo había matado. Íbamos a estudiar y no se hablaba de otra cosa. Aparte, teníamos mucho miedo de que si hablabas de política saltaran dos o tres y te denunciaran, y había ocurrido. Entonces yo dije, me tengo que ir rápido de acá. Voy a tratar de meter todas las materias. Y así fue, a partir de fin del 77 yo hice la mitad de la carrera en dos años.

– Lograron internalizar el miedo en cada persona.

– Sí, al menos en mí, lo asumo. Y tal vez fue mí manera de sobrevivir como algo inconsciente, instintivo.

La desaparición de mi amiga Inés Ollero fue un palo para mí, fue muy doloroso.

– Y vos como militante, ¿te sentías “marcado”?

– Mirá, al principio lo pensé, pero no le di mayor importancia. En esa época, yo iba a la Facultad y trabajaba en una agencia noticiosa que era corresponsal acá de la soviética TASS. Son cosas que uno recuerda y dice: ¿¡Estaba en pedo yo!? Yo iba y me encontraba con un tipo en el correo que me daba por abajo de la mesa un rollito de télex, que había descargado clandestinamente y yo llevaba eso a la agencia. Ahí redactaban un cable y yo lo tenía que repartir al anochecer en Clarín, La Nación, La Razón, El Cronista Comercial. Este trabajo lo tuve hasta principios de 78, fueron dos años. Evidentemente tenía, no sé si negación o inconsciencia.

– ¿Cómo te ibas enterando de la existencia de desaparecidos y cómo supiste, particularmente, del secuestro de Inés Ollero?

– Yo seguía viendo algunos amigos que militaban y tenían cierta información. Además, te enterabas porque porque tu mamá era amiga de tal y a tal le había desaparecido el hijo. La desaparición de mi amiga Inés Ollero fue un palo para mí, fue muy doloroso. Yo estaba de viaje en San Luis y cuando vuelvo, me entero. Yo tenía buena relación con el papá de Inés y la mamá, entonces fui a la casa varias veces y era claro que estaba en la ESMA. O sea, se, sabía. La gente que quería saber o que tenía una cierta trayectoria política, sabíamos lo que estaba pasando. Yo me acuerdo, del diariero de la esquina de mi casa, que era un buen tipo. Un día le digo: “Está jodida la situación”, Y me responde: “Sí, el otro día escuché que acá la vuelta vinieron a buscar a alguien. Algo habrá hecho”. Ahí fue la primera vez que escuché esa frase. Mucha gente decía: “Bueno, esto era un desastre, había que poner orden”.

– Daniel, ¿la desaparición de Inés generó algún impacto en la Facultad?

– Entre los profesores no lo sé, jamás escuché a nadie decir nada. Pero entre los alumnos lo hablamos, lo comentamos, lo expusimos y me acuerdo que tratamos, con dos o tres compañeros, de que se firmara un petitorio y éramos poquísimos, la mayoría no quiso firmar. Me acuerdo de una piba con la que Inés estudiaba seguido, Cristina, que no quiso firmar y habían dormido juntas en sus casas. Otra amiga, Beatriz, tampoco quiso. Y había gente que te decía: “Yo no la conozco”. Y sí, la conocían. Todo era efecto del miedo.

– Y cuando ocurría una cosa tan fuerte como esa, ¿vos no te preguntabas si podías ser el próximo?

– Mirá, yo me acuerdo de noches con mi familia, en mi casa de Medrano, que de golpe sonaban sirenas y yo pensaba: “Bueno, nos tocó”. Pero no, no nos tocó. Y eso lo sentí por bastante tiempo.

– Es tremendo vivir así.

– Sí. Podría haberme ido del país, incluso mi papá se fue a vivir a España, pero yo quería terminar mi carrera y creo que muchas personas pensaban así y no se fueron, tal vez por eso también los desaparecieron. Finalmente viajé después de haberme recibido, en el 80, y podría haberme quedado en España, pero no, volví igual. Aunque todavía estaban los militares.

– Hay quienes dicen que en Exactas entre la represión que se desató a partir de la intervención de Ottalagano y la posterior al golpe del 76 no se sintieron grandes diferencias. Otros opinan lo contrario. ¿Vos como lo viviste?

– Mira, yo te diría que es simple, era alegría total hasta Ottalagano, a partir de ahí fue gris, y a partir del 76 fue negro. O sea, ya te dabas cuenta de que no había marcha atrás, no había posibilidad de revertir la situación y cada año sentías una cosa más opresiva. Por eso cuando fue lo de Inés, esto de que no quisiera firmar nadie, gente que era re amiga de Inés, me impactó mucho. Estábamos muy mal. Te llevan a una situación de adaptación negativa, o sea, te tenés que adaptar a ese mundo oscuro. Yo creo que muchos tomamos por un camino de la negación, esto que te digo de los éxitos de Vilas, las carreras de Reutemann, ¿entendés?

– Me gustaría conocer tu opinión acerca de la importancia que le otorgás a seguir desarrollando actividades para mantener viva la memoria de lo ocurrido durante esa etapa en la Facultad y en el país?

– Me parece buenísimo y fundamental. Creo que tenemos que apoyar estas iniciativas porque creo que sin memoria estamos al horno. Porque esta gente sigue estando, y quieren un país acotado, gente sometida y una juventud muy consumista y tranquila, asceta y arribista. Entonces, mantener viva la memoria es muy importante. Una cosa de la que yo estoy muy contento, es de que mis hijas, que nacieron en el 85 y en el 88, pudieran vivir sus años de juventud en democracia y pudieran vivir libremente, pensar libremente, cultivarse en lo que le quisieran, en nuestra época eso no era posible.

Memoria

El testimonio completo de Daniel Arensburg, que dio origen a esta entrevista, forma parte del recientemente creado Archivo Oral de la Memoria de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.