Cannabis medicinal

Un largo camino al laboratorio

Los avances legislativos y una transformación de la mirada sociocultural generan un nuevo abanico de oportunidades para el uso de la marihuana como herramienta terapéutica y para el desarrollo de la industria del cáñamo en nuestro país. El investigador Marcelo Rubinstein analiza el escenario actual y describe las posibilidades de la investigación científica sobre cannabis medicinal, una planta demonizada durante décadas.

28 Sep 2021 POR
"La investigación académica formal en cannabis, también en la industria farmacéutica, está muy retrasada respecto de cualquier otra sustancia con propiedades terapéuticas, sea de origen natural, semi o totalmente sintética", asegura Rubinstein.

«La investigación académica formal en cannabis, también en la industria farmacéutica, está muy retrasada respecto de cualquier otra sustancia con propiedades terapéuticas, sea de origen natural, semi o totalmente sintética», asegura Rubinstein. Foto: WILLPOWER STUDIOS.Flickr.

Con un proyecto de ley que regula la producción industrial de la planta de cannabis, sus semillas y derivados que ya tiene media sanción del Senado, una reglamentación más flexible que habilita el autocultivo para uso medicinal y, en general, una drástica transformación del paradigma sociocultural que atraviesa a una sustancia demonizada por largos años, se espera que el próximo paso respecto del cannabis lo dé la investigación científica.

Marcelo Rubinstein es desde hace años una referencia local en el abordaje del tema desde el ámbito de la ciencia. Neurobiólogo e investigador del CONICET en el Instituto de Investigaciones en Ingeniería Genética y Biología Molecular (INGEBI), llegó al cannabis a través de la docencia, desde su materia Fisiología del Sistema Nervioso en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.

Desde 2016, cuando una comisión legislativa lo convocó, en tanto experto, para asesorar en las deliberaciones, ha participado activamente en los proyectos de regulación de los distintos usos de la planta, derrumbando prejuicios y procurando llevar la mirada académica sobre el cannabis al campo de las políticas de salud pública. Es esta charla, Rubinstein pone en perspectiva las posibilidades de la investigación científica sobre cannabis en el país.

– ¿Cuán difícil ha sido investigar en cannabis medicinal sin un marco regulatorio?

Marcelo Rubinstein. Foto: Archivo Exactas UBA.

– La investigación académica formal en cannabis, también en la industria farmacéutica, está muy retrasada respecto de cualquier otra sustancia con propiedades terapéuticas, sea de origen natural, semi o totalmente sintética. La prohibición, que comenzó en Estados Unidos en 1937 y que se expandió por todo el mundo a partir de la Convención Única sobre Estupefacientes de la ONU, de 1961, en la que la marihuana quedó en la lista de mayor riesgo, impidió que se invirtieran fondos en la investigación de sus propiedades medicinales. No pasó con el opio: nunca dejaron de financiarse estudios sobre la morfina. Pero la marihuana quedó prácticamente satanizada. Entonces, la investigación debió ir metiéndose por los resquicios, apostando a cierta rebeldía allí donde la hubo. En Israel, a partir de la decisión del director del Instituto Weizmann, se autorizó al grupo de Raphael Mechoulam, que era químico orgánico, a investigar los compuestos del cannabis y sus propiedades. De hecho, Mechoulam tuvo que hacer un convenio informal con la policía de Tel Aviv para que lo proveyeran de sustancias decomisadas. Estamos hablando del año 64. Ahí comienza la investigación, aun en un contexto de legislaciones dirigidas en todo el mundo a prohibir y castigar.

– ¿Cuánto incidió el fenómeno del autocultivo en el cambio de paradigma que vemos hoy?

– Bueno, esa creciente evidencia anecdótica de que el cannabis, para ciertas condiciones clínicas, producía alivios importantes, incluso mayor que otro tipo de sustancias aprobadas, sobre todo en cuadros vinculados con dolores crónicos, empezó a generar, aquí y en todo el mundo, un escenario semiclandestino, porque las actividades que se desarrollaban estaban prohibidas y altamente penadas, pero producían ventajas terapéuticas notables. Y aparecen estos conceptos socioculturalmente muy importantes como el de los cultivadores solidarios, gente que ayuda a sus familiares, a sus vecinos.

– ¿Qué dicen los legisladores y funcionarios cuando escuchan que, por fuera de la planta, los cannabinoides ya están en nuestro cerebro? ¿Ese concepto ha ayudado a revertir la demonización del cannabis?

– En parte los sorprende. Son conceptos que quizás, a quien no comprende el funcionamiento del cerebro, le cuesta incorporar. Y hay quienes cambian mucho su actitud. Hace 30 años que sabemos que nuestro cerebro tiene un sistema endógeno de cannabinoides formado por moléculas farmacológicamente idénticas a las que produce la marihuana, que conforma un sistema de neurotransmisión que regula una multiplicidad de circuitos que controlan nuestras capacidades motoras, emocionales, cognitivas y neuroendocrinas.

– ¿Siguen descubriéndose nuevas patologías para las que el cannabis puede tener efectos terapéuticos?

– Lo que hay que entender es que los receptores de endocannabinoides están distribuidos en amplias zonas de nuestro cerebro pero, por suerte, no en todas. Al no estar en los centros respiratorios o en los centros de regulación de las propiedades autonómicas del corazón, cualquier sobredosis no impacta sobre el funcionamiento cardíaco. O sea, no hay una dosis letal para la marihuana. Eso no quiere decir que sea una sustancia inocua, puede generar problemas, aun crónicos, dependiendo el tipo de uso. Entonces, no está presente en algunas zonas del cerebro pero sí en muchas. Por eso afecta las propiedades motoras, altera el sueño, las capacidades sensoriales -y por lo tanto el dolor-, las cognitivas e intelectuales. Ahora bien, los receptores cannabinoides de tipo 1 (CB1) son receptores inhibitorios. ¿Qué significa esto? Que cuando se estimulan, cuando llegan fitocannabinoides al cerebro, están aplicándole un freno a un montón de neuronas que participan de diferentes circuitos. Ahora, cuando vos frenás una neurona excitatoria, frenás el sistema nervioso, pero cuando frenás una neurona inhibitoria, desinhibís a la que está arriba-abajo, la activás. Entonces, cuando vos fumás marihuana o tomás aceite de cannabis, tu cerebro indiscriminadamente empieza a percibir frenos y aceleraciones: frenos por inhibición de neuronas excitatorias y aceleraciones por represión de neuronas que dejan de estar inhibidas. Cambia la neurotransmisión. Por eso se altera en algunos casos la percepción. Se inhiben, por ejemplo, las neuronas que controlan la saciedad, y uno tiene hambre. Entonces, como se altera el funcionamiento de varios sistemas neuronales, esa alteración puede balancear a favor en casos de deterioros, en circuitos, producidos por ciertas patologías. Por ejemplo, el hambre que genera el consumo de cannabis podría considerarse un efecto secundario negativo. Sin embargo, es terapéutico en quienes tienen caquexia, un fenómeno por el cual los pacientes bajo tratamientos antitumorales, sobre todo quimioterapias, no tienen apetito y, si no comen, es muy negativo para un cuadro clínico que ya está deteriorado. La marihuana, en muchos pacientes con cáncer, aumenta el apetito.

– En la investigación terapéutica hay muchos matices entre los criterios estrictamente clínicos y los vinculados al concepto más general de una mejora en la calidad de vida. ¿Eso se pone de relieve en el caso del cannabis?

– Hay mucha experimentación. Sirve claramente para tratar el dolor crónico, más que el dolor agudo. Y para una serie de patologías: epilepsia refractaria, síndrome de Tourette, artritis reumatoidea, etcétera. Para otras, ciertas evidencias indicarían que sí pero todavía no son suficientemente robustas. Por ejemplo, mucha gente habla de la enfermedad de Parkinson. Y aquí aparece esa ecuación, cuya formulación se vuelve cada vez más consistente: la idea de la salud como ausencia de enfermedad versus la concepción de una mejora en la calidad de vida. Parkinson es una enfermedad tremenda, incurable y progresiva. Hay un deterioro motor que es progresivo y otros fenómenos relacionados, básicamente cognitivos, aun demencias. ¿Sirve el aceite de cannabis para tratarlo? El deterioro motor no se resuelve y, sin embargo, en muchos casos, a los pacientes les mejora el ánimo, el modo en que se relacionan con el entorno, con su familia y sus cuidadores. Básicamente por la sensación de euforia y bienestar que produce la alteración de esos neurotransmisores. No lo curás, el cannabis no es un antiparkinsoniano, pero se activa en el cerebro lo que podríamos llamar el centro de “lo estoy pasando mejor”, que no sabemos exactamente dónde está. Y eso, que para un neurólogo de cabeza cuadrada puede significar nada, para muchas personas es terapéutico.

– Los investigadores argentinos dispuestos a abordar el estudio del cannabis medicinal, ¿desde dónde parten?

– Hay investigación en la Argentina, pero es muy incipiente. Hay muchas preguntas que sería bueno poder responder. Lo que se necesita, hoy, es un buen programa de acceso al cannabis medicinal. Y el sustrato de un eventual programa de investigación está en el desarrollo de saberes, muy serios, construidos durante años por personas no vinculadas a la ciencia sino al manejo cultural de la relación con la planta. Cultivadores que han avanzado muchísimo en el conocimiento de los métodos para obtener mejores propiedades, que producen híbridos, mejoran las cepas, y cuya tarea, invisibilizada por la prohibición, ahora se podría llevar a otra escala con el asesoramiento en cultivos del INTA, por ejemplo.

– ¿Qué soporte concreto podría dar la ciencia local para los estándares de producción e industrialización de cannabis medicinal en el país?

– Un pilar fundamental del proyecto de ley es la creación de la Agencia Regulatoria de la Industria del Cáñamo y del Cannabis Medicinal (ARICCAME) que incluiría, entre otras iniciativas, un programa de financiamiento para proyectos de investigación. Mi idea es que hay que formar un consorcio, y aquí estarían todas las disciplinas vinculadas al tema: botánica, agrobiotecnología, genética vegetal, química orgánica y analítica, neurobiología. Ahora, en lo inmediato, lo más importante que puede aportar la ciencia es, no tanto nuevos descubrimientos, sino la utilización del método científico para mejorar los estándares de calidad y de reproductibilidad del cannabis medicinal que los pacientes están consumiendo. El aceite de cannabis puede provenir de plantas muy diversas. En apariencia, es todo lo mismo, un frasquito de color caramelo, pero el gran problema aquí es que no sabés qué estás tomando. Entonces, la ciencia puede proveer estándares de calidad controlados, métodos analíticos y de medición de las concentraciones, procedimientos que eviten las impurezas, la toxicidad. Y eso va a beneficiar a los pacientes como engranaje de ese círculo virtuoso que habilita la normativa. Y, en términos industriales, la Argentina no se va a salvar exportando cannabis medicinal. Creo que sí puede abastecer al mercado interno y a otros países de la región. En cualquier caso, este es un país que necesita diversificar su producción y este es un rubro interesante.

Charla abierta sobre cannabis

El próximo viernes 1ro. de octubre, a las 13.00, Marcelo Rubinstein brindará la charla “Cannabis medicinal: mitos y realidades de la marihuana en el siglo XXI”, en el marco del ciclo “Coloquio de los Viernes” organizado por la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.

La charla será transmitida en directo por YouTube. Todos los interesados pueden seguirla desde la siguiente dirección: https://bit.ly/35WV48N