Deuda climática, deuda social
Hervé Le Treut es físico, trabaja en el estudio de los impactos del cambio climático y el análisis de los riesgos ambientales asociados. Es miembro del IPCC y uno de los fundadores de Instituto Franco-Argentino para el Estudio del Clima. De visita en Argentina, brindó una conferencia donde compartió su experiencia en AcclimaTerra, el proyecto de estrategias locales para proteger a la comunidad de las consecuencias del cambio climático en el sur francés.
Inició sus investigaciones en la modelización numérica de sistemas climáticos y, con los años, su trabajo llegó a ser interdisciplinario. Incluso, las colaboraciones con climatólogos de América del Sur lo llevaron a impulsar la creación de una unidad de investigación entre Francia y nuestro país. Se trata del Instituto Franco-Argentino para el Estudio del Clima (IFAECI), una unidad mixta de la UBA, el CONICET y el Consejo Nacional de Investigación Científica de Francia (CNRS).
De visita en la Argentina, Hervé Le Treut brindó una charla en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, en el marco de una jornada de estudios sobre clima que tuvo como foco reflexionar sobre la interdisciplina y la intersectorialidad en el área.
“Cuando vengo a Argentina tengo la misma sensación que cuando regreso a mi lugar de origen, a Burdeos. Estoy casado con una argentina, aquí está mi familia también”, cuenta Le Treut antes de comenzar su charla con NexCiencia.
Según el experto, los gases de efecto invernadero que llevan décadas invadiendo la atmósfera traerán consecuencias inevitables y, en su opinión, la capacidad de articular acciones a nivel regional podría mitigar desastres sanitarios, productivos y ambientales que perjudicarán, sobre todo, a los más pobres.
– ¿Cuáles son las dificultades para lograr cambios de conducta, acciones concretas que nos involucren a todos?
– La cuestión del clima no puede resolverse en un instante, veo como peligrosa la actitud de quienes creen que este problema puede resolverse rápido. Básicamente, no tenemos forma de sacar el dióxido de carbono de la atmósfera, por lo menos, hasta ahora. Y no es, necesariamente, por falta de esfuerzos. Aunque pensemos que podría hacerse mejor, debemos esperar a la naturaleza, es una situación que llevará siglos. Acarreamos una deuda climática que es producto de haber hecho acciones que no nos permiten volver atrás. Además, ha crecido mucho los últimos años.
– ¿No alcanzan, entonces, las acciones tomadas hasta ahora?
– Las acciones no son suficientes. Ya hubo mucho debate acerca de si el riesgo es o no real, lo es. Pasar del diagnóstico general a la acción implica entrar en la complejidad del problema. Por ejemplo, hablamos de dióxido de carbono pero hay muchos otros gases de efecto invernadero, habría que pensar si las multas a las emisiones serán solo por dióxido de carbono o si se penarán las de metano también. Si no prestamos atención a este tipo de cuestiones surgirán conflictos como el de los “chalecos amarillos”, un reclamo de aquellos que consideran injusto que se le pida un esfuerzo a una clase social y no a otra. Lo que quiero decir es que, pasar a la acción requiere de mucha precisión en lo que se decida, en los diagnósticos que se hagan, en las prioridades que se determinen. Es un trabajo que debemos hacer más allá de la ciencia de todos los días. Es necesario que lo hagamos.
– ¿Usted considera más factible que las acciones se concreten si se piensan a nivel local?
– Yo creo que sí, por dos razones. La primera es que resulta más fácil lograr una toma de conciencia frente a hechos concretos, que se puedan tocar, medir directamente. Es raro que alguien diga: “hoy voy a moverme en bicicleta, aunque esté frío, porque la temperatura del planeta no puede elevarse más de 1,5 grados” (risas). Por razones entendibles, el problema climático no está presente en nuestras cabezas todo el tiempo. En cambio, la cotidianidad puede llevarnos a accionar de otras maneras. En Burdeos, por ejemplo, que es una zona de Francia donde hemos trabajado con mi grupo, hay muy pocos puertos para los pescadores porque es una costa de arena, que se mueve, y eso hace que los barcos tengan dificultades para salir al mar desde un único puerto. También, por la topografía, el agua puede llevarse casas y construcciones. Si nos preguntáramos qué hacer, deberíamos decidir si esas familias deben relocalizarse, entonces necesitarían asistencia, porque no son responsables de lo que pasa. O bien, podrían hacerse obras que protejan la zona. Cuando la experiencia es cercana se entiende bien, puede ser muy útil para lograr la toma de conciencia. Este no es un problema donde existe una solución fácil, necesitamos ensayos, prácticas distintas que aporten soluciones en las que no hemos pensado. En Francia, el Estado central intenta implementar proyectos a gran escala, creo que es lo que debe hacerse, pero para proceder bien hay que salir con ideas nuevas y creíbles. Lo ideal es que haya una reflexión propia en varios lugares. No digo que sea la única forma de enfrentarse al problema, pero es una manera que a mí me ayudó, está a mi alcance, es creíble.
– ¿Cómo pensar, por ejemplo, estrategias de protección ante la desigualdad?
– Creo que los climatólogos tenemos algo de culpa en la manera en que fue presentado el factor de la desigualdad, porque es un fenómeno que acompaña los problemas ambientales. Cuando decimos que todo el mundo debe hacer esfuerzos, aquellos que tienen menos recursos se sienten inmediatamente amenazados. En realidad es al revés, son las personas que, generalmente, más sufren el cambio climático. Por eso mismo, son quienes deberían empujar más para que se hagan más esfuerzos para mitigarlo. Por ejemplo, lo que generó la crisis de los “chalecos amarillos” en París fue que el gobierno quiso poner un impuesto sobre el uso de los productos petrolíferos. Entonces, quienes no tienen un auto eléctrico, es decir casi todo el mundo, debían pagar más. Por otro lado, ocurrió en un momento en el que estaba alto el precio del barril de petróleo. La manera en que se implementaron las medidas hizo crecer la diferencia entre ricos y pobres, entre quienes viven en el centro de París y aquellos que no tienen la posibilidad de usar el transporte público. Cuando las cosas se deciden así, rápidamente, en realidad se castiga a los pobres. Hay momentos en los cuales tenemos que salir de nuestras ecuaciones y pensar el mundo. No lo hemos hecho y, parte de los problemas que tenemos, vienen de ahí. Por el momento, nuestro discurso suena a castigo para los pobres, la gente lo siente así, como una especie de indiferencia de los científicos frente a lo que pasa. Tenemos que cambiar esa percepción.
– En ese sentido, ¿considera que la comunicación sobre el cambio climático también debe repensarse?
– Creo que la comunicación resulta muy diferente cuando lo que se quiere transmitir es el riesgo o cuando lo que se busca es lograr una toma de conciencia. Como científico, esperar diez años entre que planteamos el problema hasta el momento de pensar las soluciones es una posición que me resulta imposible de sostener. No podemos comunicar el riesgo sin darle atención a lo que eso significa. En Burdeos, hemos tratado de ir unos pasos más allá de la ciencia entendida comúnmente, para ver qué significa la contingencia en la vida cotidiana. Cuando estudiamos la problemática del cambio climático a nivel local trabajamos con una científica muy buena. Ella hizo dos informes completos de la fauna marina porque se trata de una región pesquera y queríamos saber todo lo que se conocía acerca de los peces de la zona. De su estudio surgía un dato: los peces emigraban al norte. ¿Nos quedamos con ese informe? No, fuimos un poquito más allá, indagamos si los pescadores podían cambiar de ruta, si se habían provocado cambios en la dieta de los lugareños, si era posible pescar otras especies y así. Es una manera de emplear lo que ya se ha publicado pero no se usa. No significa que dejemos de hacernos preguntas nuevas, sino hacer las dos cosas. Este cambio también se produce en la forma en que venimos trabajando en el Panel Intergubernamental. Cada cinco años el IPCC generaba un informe de situación pero, esta vez, nos propusimos hacer algo distinto, como recolectar todos los datos que existen, leerlos, ver cómo utilizarlos. Hoy, esa información se guarda en grandes archivos y, para acceder a esos datos, se necesita el lapso de una tesis, solo para acceder, porque para utilizarlos se requiere más tiempo aún. Si, por ejemplo, ante una sequía queremos conocer qué poblaciones animales van a sufrir, esa información no viene junto a las ecuaciones de la metodología. Son puentes que hay que construir. Necesitamos una investigación que vaya más allá de lo que estuvimos haciendo y pueda convertirse en el próximo objetivo.