La Facultad, un desierto
Esteban Hasson es biólogo. Profesor e investigador, ingresó en la Facultad en 1973, se graduó en 1978 y permaneció durante casi toda la dictadura. Al conmemorarse un nuevo aniversario del golpe de Estado de 1976, describe el clima de terror que se vivía en esa época, precisa que en Exactas la represión empezó antes de la dictadura, recuerda la presencia de policías y servicios en las aulas, y la sensación de estar en peligro que se sentía en la Facultad.
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– ¿Cuál era el clima que se vivía en la Facultad cuando ingresaste?
– Yo acababa de terminar el secundario en el 72 y tenía intenciones de estudiar química. Me enteré de que había un curso de verano de dos meses al cabo del cual dabas el examen de ingreso. Aprobé ese curso y empecé en el primer cuatrimestre de 1973. Era un imberbe de 17 años. Ese año las clases empezaron el 12 de marzo, es decir, el día posterior a las elecciones que ganó Cámpora. Cuando vine ese día me encontré con que la Facultad estaba tomada. El patio central era un hervidero de gente y mi recuerdo, grabado, es ver a un tipo subido a una tarima diciéndole a la gente que la Facultad estaba tomada hasta que asumieran las nuevas autoridades. Había una euforia… era emocionante. Lo curioso es que a ese tipo lo volví a ver recién 40 años después en un homenaje que se hizo en el Pabellón II a la estudiante desaparecida Inés Ollero. Una profesora que también estaba en el acto me comentó que en ese momento era el delegado de Química. Esa fue mi primera impresión de la Facultad.
– ¿Cómo se fue desarrollando tu carrera en esa etapa?
– Yo empecé como estudiante de Química pero ese mismo año me pasé a Biología. Me acuerdo de que tomábamos las clases teóricas en el Aula Magna del Pabellón II. Daba la clase un profesor que se llamaba Guerrero, bastante conocido por las malas razones. El tipo, a pesar de que la Facultad estaba tomada, quería seguir dando clases. Un día tiraron una pastilla de Gamexane y salimos todos disparados. El decano era un tipo que se llamaba Zardini, un fascista declarado, responsable de denunciar gente y otras cosas más. Su secretario académico que se llamaba Quartino, también era muy autoritario. Ese año yo cursé varias materias. El año siguiente fue el de los tres cuatrimestres. Empezamos en febrero donde cursé Introducción a la Zoología, una experiencia sumamente enriquecedora porque la cursada se planteaba en grupos. Eran prácticas novedosas. Los parciales eran colectivos y a mí me resultó muy divertido y enriquecedor. Aprendí un montón. Las clases eran multitudinarias porque en el año 74 el ingreso se hizo irrestricto.
– Hay personas que opinan que si bien en esos años hubo una gran libertad, el nivel académico se vio resentido. ¿Cuál es tu opinión?
– No, de ninguna manera. Yo era un estudiante y sentía que todo era posible, que la ciencia le podía ofrecer alternativas al país y que el país escuchaba a los científicos. En aquel momento, había dos planes que se estaban motorizando como proyectos integradores: uno relacionado con el chagas, y otro con cultivos que se llamaba «plan pasturas». Me acuerdo de que la gente se enrolaba. Otra vivencia interesantísima fue una asamblea, en este Pabellón, donde participaban profesores, algunos recién vueltos del exilio después de la Noche de los Bastones Largos. Ahí lo ví por primera vez a quien luego sería mi director de doctorado, Osvaldo Reig.
– El debate político, ¿estaba permanentemente presente en la Facultad?
– Sí. El clima político era muy efervescente. Por esos años volvía gente que quería recuperar los cargos que les habían quitado durante la dictadura anterior y que habían sido ocupados por otras personas de manera espúrea. Regresaron muchos científicos muy renombrados. Me acuerdo de esas asambleas donde había una sensación general de que estábamos viviendo algo nuevo.
– ¿Cuándo empieza a cambiar ese clima?
– Después de la muerte de Perón. Ahí asumió Isabel y el Ministerio de Educación y la Universidad quedaron en manos de la extrema derecha. Asumió Oscar Ivanissevich como ministro, y Alberto Ottalagano, un fascista declarado, fue interventor de la UBA. En Exactas volvió Zardini y otros personajes nefastos. La universidad estuvo cerrada, no recuerdo cuánto tiempo. Pero sí recuerdo que se abrió por un mes para completar algunos cursos y que yo preparé Quimica Orgánica para darla en el verano del 75. Ya se vivía un ambiente muy enrarecido. Algunos profesores, como Osvaldo Reig, se tuvieron que exiliar de nuevo por amenazas, aparentemente, de la Triple A. Muchos otros también se fueron. Cuando se produjo la intervención yo recuerdo haber tenido mucha tristeza porque estaba disfrutando las cursadas, me gustaba lo que estaba aprendiendo. Pero, a partir de ese momento, la Facultad se convirtió en un lugar al que «había que ir» y no que al que «querías ir».
– Es decir que antes del golpe de marzo del 76 ya se vivía un ambiente represivo en la Facultad.
– Sí, claro. Un caso muy conocido fue el que protagonizó Alberto Kornblihtt. Él lideró la defensa de un docente al que lo querían separar de su cargo en la materia que él estaba cursando. A partir de ese hecho, como lo reconocieron como líder de ese movimiento, lo amenazaron y se tuvo que ir un tiempo a Uruguay. Ese es uno de los ejemplos de persecución. Por otro lado, yo tenía amigos que militaban en la JUP (Juventud Universitaria Peronista) que me decían que tuviera cuidado porque había gente de los servicios que se infiltraban en las clases que estaban tratando de identificar personas «peligrosas». A partir de ahí empecé a descubrir ese tipo de personajes en las aulas. Habitualmente aparecían en las clases con mucha gente.
– ¿Militabas en alguna agrupación?
– No, yo nunca tuve una militancia pero era una persona muy interesada por la política. Conocía a muchos de los militantes de ese tiempo. Fue un momento difícil, muy duro. Otro hecho que me quedó grabado es que en aquella época, en la Facultad, estaba la policía. Había un destacamento de la 33 en la planta principal del Pabellón II. Tenías que tener escrito tus horarios de cursada, fuera de esos horarios no te dejaban entrar. Te revisaban los bolsos, la libreta. Un día estábamos preparando un examen con una compañera en la biblioteca. Era una biblioteca desierta, no había nadie. Éramos dos personas solamente. De pronto, se nos acerca un estudiante para entregarnos un panfleto, no me acuerdo ni de qué era. Yo lo guardé en mi bolso, donde tenía la ropa para ir a jugar al fútbol más tarde. Esa noche, estábamos caminando con mis amigos por la calle y justo pasa la policía en motocicleta, yo creo que era la Brigada Antiterrorista. Éramos cuatro o cinco. Nos ponen contra la pared, nos palpan de armas y nos empiezan a revisar los bolsos. Y yo tenía guardado el panfleto que me había dado ese chico. No sabés el frío que me corrió por la espalda. Me pegué un cagazo de aquellos. No pasó nada porque no lo encontraron pero tuve una sensación de miedo muy fuerte. La verdad es que esa imagen de una biblioteca desierta es una de las sensaciones que me quedó más terriblemente marcada de aquella época. Era un desierto. Yo me guardé el panfleto porque pensé que ese pibe se estaba arriesgando para dármelo. Entonces, no podía tirar ese papel.
– ¿Qué pasó en la Facultad los días siguientes al 24 de marzo de 1976?
– Recuerdo que la facultad quedó cerrada, no me acuerdo por cuánto tiempo. El clima opresivo que se vivía tenía una continuidad con lo que veníamos sufriendo desde el año anterior. Yo creo que, desde el punto de vista académico, el deterioro había comenzado con la intervención, con muchos profesores que se fueron, los mejores. Tenías la sensación de que la facultad no era tu espacio, de que era algo ajeno. Eso se los digo hoy a los chicos para que lo atesoren, porque ahora para los pibes la Facultad es su casa. Yo no sentía eso. Tenía la sensación de que una vez que terminabas de cursar corrías peligro. Yo me acuerdo de que, en el año 76, la gente de Introducción a la Zoología me preguntó si quería ser ayudante de segunda. La verdad es que sí, quería. Ahí tuve mi primer cargo en la UBA. En aquel momento, de concursos, ni hablar. Si vos le habías gustado a algún docente en una materia te ofrecía el cargo. En el segundo semestre me ofrecieron continuar pero, luego, me entero de que rechazaron mi designación. Le pregunto a una docente, con la que había compartido el cuatrimestre anterior, si tenía idea de por qué no me habían designado. Me dijo que le había llegado la información de que se debía a una falta de disciplina. En ese momento, el director del Departamento era un profesor reconocido por sus inclinaciones retrógradas. Lo fui a ver para preguntarle porque quería saber qué es lo que había hecho. Entonces, el tipo agresivamente me empezó a patotear, y me echó. Después fui atando cabos y me di cuenta de que lo único que yo hice fue mi apellido. Estoy convencido de que mi designación no fue concretada porque soy judío. Ahí tuve la primera sensación de persecución.
– En la Facultad, en esos años, ¿circulaba algún tipo de información sobre lo que ocurría con los desaparecidos? ¿Era un tema que se charlaba entre los estudiantes?
– Más allá de los compañeros más cercanos, no hablábamos de eso. Yo creo que el terror que teníamos inhibía la posibilidad de comentar cosas. Yo tenía compañeros que militaban en la Federación Juvenil Comunista, algún peronista también, pero no comentábamos nada. Había un terror subyacente, a nivel basal, que nos impedía compartir eso. Yo te digo, en esa época, salir a la calle daba miedo. Yo viví la dictadura militar desde los 20 hasta los 26 ó 27 años. Fue un período tremendo. En esa época yo me puse de novio con mi mujer y salíamos muy poco. Generalmente nos juntábamos en casas de amigos porque había mucho miedo. Vivir con miedo es tremendo y justo en una edad en la cual uno se está formando y definiendo su vida. Fue terrible. Yo creo que fue una noche oscura de la cual a mí me costó mucho volver. En el año 81 nos fuimos con mi mujer a Europa. En el avión dio la casualidad de que conocí a una investigadora que vivía en Francia. En ese viaje me enteré de muchas más cosas. Me encontré con argentinos que vivían en el exterior y, de alguna manera, todos los terrores que uno había empezado a escuchar acá, allá fueron haciéndose reales. Uno fue comprendiendo la magnitud de la carnicería que había acá.
– Vos das clase hace muchos años y dijiste que hablás de estos temas con los alumnos. ¿Notás que los chicos tienen presente lo que pasó? ¿De qué manera reaccionan cuando les hablás de este tema?
– Yo soy profesor desde el año 91 más o menos. Después de la crisis del 2001, en la primera clase del curso, empecé con una introducción relacionada con el recuerdo de lo que fue la universidad que yo viví y la diferencia con la universidad actual. Respuesta de los alumnos no hay porque es la primera clase, hay todavía un poquito de inhibición. Mi objetivo es soltarlo porque sé que eso va a resonar en los chicos. Creo que van a valorar un poquito más a la universidad pública y a entender que una universidad, con buenos docentes, con buenos científicos, es un valor del que ellos disfrutan. Y que detrás de eso hubo gente que luchó, gente que murió para que hoy en día podamos tenerla. Yo creo que contándoles lo que pasó en la Argentina, cómo era la universidad y la facultad en ese tiempo, mínimamente, algo tiene que movilizarlos, alguna cuerda tiene que empezarles a vibrar.