A 40 años del Golpe

Tanques de guerra en la universidad

Juan Carlos Pedraza es matemático. Luego de aprobar un examen ingresó a la Facultad en 1976. Por esas infaustas casualidades debía presentar la documentación justo el 24 de marzo. Cursó su carrera, se recibió y fue docente durante la dictadura. Al cumplirse cuatro décadas del último golpe cívico militar de la Argentina, Pedraza recuerda el día que vio tanques de guerra frente al Pabellón I de Ciudad Universitaria, describe el terror que se vivía a diario y define las políticas de memoria como una “clave de supervivencia”.

23 Mar 2016 POR
"Recuerdo claramente la imagen de un par de tanques de guerra en la entrada del Pabellón I y mucha presencia militar. El colectivo llegó hasta Güiraldes y pegó la vuelta, nos tuvimos que volver", rememora Pedraza con angustia.

«Recuerdo claramente la imagen de un par de tanques de guerra en la entrada del Pabellón I y mucha presencia militar. El colectivo llegó hasta Güiraldes y pegó la vuelta, nos tuvimos que volver», rememora Pedraza con angustia.

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– ¿Cuándo ingresaste a la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA?

– Empecé en el fatídico año de 1976. Un día como hoy, hace 40 años, daba el examen de ingreso después de haber hecho un curso en febrero, todavía durante el gobierno de Isabel Perón. Y justo el día que tenía que traer los papeles para completar la documentación era el 24 de marzo. Por razones obvias no pude cumplimentar el trámite ese día.

– Me gustaría que me des más detalles acerca del examen de ingreso que había que dar para ingresar a Exactas.

– En aquel entonces todavía había cupo y un curso muy breve durante el mes de febrero. En ese momento, el examen era sólo de matemática. En mi carrera iban a entrar 80 personas nada más. Me acuerdo de ese número fatídico porque te generaba una enorme angustia. Para que quede claro: no alcanzaba con aprobar, había que estar entre los 80 mejores. Yo venía de una escuela de Mataderos y muchos de los temas que se veían en el examen de ingreso eran totalmente nuevos para mí. Fue angustiante, sobre todo que uno estaba al lado de compañeros que venían de escuelas mejores y a los que todo les parecía un paseo. Era muy discriminatorio. Lo cierto es que era una etapa en la cual una familia vivía como un riesgo que un hijo adolescente fuera a la universidad. Y después del Golpe muchísimo más, era una angustia permanente.

– Previo a tu ingreso en Exactas, ¿qué información manejabas acerca de la situación represiva que se vivía?

– Yo tenía mucha información porque tengo dos hermanos mayores que también pasaron por esta facultad. Mi hermana mayor es bióloga y mi hermano tuvo un paso fugaz por Exactas. Dejó en el 74 cuando estuvo cerrada por la intervención de Alberto Ottalagano. Yo hablaba mucho con mis hermanos mayores en todo ese proceso previo al Golpe. Toda esa etapa la viví muy de cerca.

"En el Pabellón I, igual que en el II, estaba instalada la policía. Ocupaba lo que ahora es la Biblioteca Noriega. Esa era la comisaria y en la puerta siempre había dos o tres policías de guardia que revisaban sistemáticamente todo lo que uno entraba".

«En el Pabellón I estaba instalada la policía. Ocupaba lo que ahora es la Biblioteca Noriega. Esa era la comisaria y en la puerta siempre había dos o tres policías de guardia que revisaban sistemáticamente todo lo que uno entraba».

– Entonces, das bien el examen, ingresás a Exactas y tenías que presentar la documentación justo el 24 de marzo. ¿Qué hiciste ese día?

– Tuve una pelea fuerte en mi casa porque en mi inconsciencia quería venir de todas maneras pero mis viejos no me dejaron salir. Vine unas semanas después y recuerdo claramente la imagen de un par de tanques de guerra en la entrada del Pabellón I y mucha presencia militar. El colectivo llegó hasta Güiraldes y pegó la vuelta, nos tuvimos que volver. Tiempo después pude completar los trámites. El clima había cambiado para peor porque recuerdo que durante los trámites del examen de ingreso, a pesar de la intervención de Ottalagano, había militantes caminando por las colas, las agrupaciones hacían sus propagandas. Eso ya no estaba. La recomendación era no relacionarse con nadie o hacerlo con muchísimo cuidado. Ese fue el clima que reinó a lo largo de toda mi carrera. Uno aprendió a vivir en ese clima. A veces pienso que la Facultad se volvió un lugar más seguro que el afuera simplemente porque uno aprendió mejor los códigos. El riesgo mayor estaba en la calle. Llegar tarde a tu casa, ese era el verdadero terror. En la facultad uno aprendía a moverse en ese clima. Mucho más adelante, en el año 80, cuando yo ya era docente ayudante se demoró el pago de salarios y los docentes nos empezamos a organizar, hicimos una nota y ya se empezó a hablar, en voz baja, de la idea de generar un gremio para empezar a defender los derechos de los docentes. Proceso que, más adelante, derivaría en la creación de la AGD. Ahí me di cuenta de que no conocía a nadie más que a un entorno muy pequeño del Departamento de Matemática. Y que empezar a caminar la facultad era conocer lugares que no había visitado en cuatro años. Cruzar la puerta donde terminaba Matemática y empezaba Meteorología ya era un mundo nuevo. Uno tal vez pasaba caminando por un pasillo hacia el ascensor pero no se detenía ante nadie o ante nada porque tenía incorporado ese comportamiento como un acto de prudencia en esa época represiva.

– ¿Cómo era venir a cursar en un día común?

– En el Pabellón I, igual que en el II, estaba instalada la policía. Ocupaba lo que ahora es la Biblioteca Noriega. Esa era la comisaria y en la puerta siempre había dos o tres policías de guardia que revisaban sistemáticamente todo lo que uno entraba: mochilas, libros, buscando no se qué. A veces demoraban a algún compañero y había que estar atento para pedirle a algún profesor que intercediera porque en la mayoría de los casos eran malos entendidos o ignorancia del policía de turno frente a algún libro en otro idioma o de la editorial MIR que, como era soviética, generaba sospechas en algún policía que le hacía pasar un mal rato a un compañero.

– Escuchar hoy que había una comisaría dentro del Pabellón I parece algo que es imposible que haya ocurrido alguna vez en Exactas ¿Cómo se convivía con eso?

– Uno lo iba naturalizando. Y por eso digo que uno aprendía los códigos internos. Acá no se hablaba de otros temas más allá del fútbol o del último disco de rock. Otro tipo de conversación se hacía afuera de la Facultad. Siguiendo esos códigos uno se sentía más tranquilo a pesar de que, en determinadas clases, aparecía gente que uno no sabía quiénes eran, ni qué hacían escuchando al profesor. El tipo no debía entender nada tomando apuntes sobre espacios vectoriales. Parecía medio gracioso pero, visto en perspectiva, era terrible. Uno sospechaba que eran agentes. Los iban cambiando pero uno lograba distinguirlos porque éramos pocos y nos conocíamos todos. Puede ser que haya habido infiltraciones más sistemáticas que se nos hayan pasado pero en general los descubríamos. Eran muy berretas.

Da la sensación de que uno de los objetivos de la dictadura era que alumnos y docentes sintieran que existía un control permanente.

– Exacto. El mensaje familiar y el que sobrevolaba todo el contexto social era “no te metas en nada” porque era de altísimo riesgo. Yo, por las conexiones que tenían mis hermanos, sabía de casos. Y eso te generaba mucho miedo. Por eso te decía que el afuera era mucho peor que el adentro porque siempre me daba pánico, cuando llegaba tarde a mi casa, no que me asaltaran, el miedo era que te parara la policía o el ejército que era todavía peor. Y, en esas circunstancias, se sabía que podía ser la última vez que te vieran.

– ¿Viviste durante tus años de cursada algún tipo de acción represiva violenta en la Facultad?

"Yo creo que mantener viva la memoria de lo que ocurrió en la dictadura es un trabajo constante de todos, particularmente de los que vivimos esa época".

«Yo creo que mantener viva la memoria de lo que ocurrió en la dictadura es un trabajo constante de todos, particularmente de los que vivimos esa época».

– Sólo situaciones más bien anecdóticas. Recuerdo que, por los años 80, empezó a circular una revista por los distintos departamentos que se llamaba Interacción hecha, básicamente, por estudiantes de Física. Era una publicación netamente científica si bien era también un intento de resistencia porque era una producción clandestina, no estaba autorizada. En una ocasión, demoraron a un par de chicos que llevaban esas revistas y tuvimos que pedir ayuda a Santaló y a Balanzat (que era el director del Departamento). Ellos llamaron a la comisaría y lograron la libertad de esos dos chicos. En ese momento tuvimos mucho miedo de que se los llevaran de la Facultad porque ahí uno perdía el control. Después, situaciones directas que haya visto, no; que haya sabido sí, de compañeros que dejaban de venir. Se decía “le fue mal”, “dejó” y uno sabía que no había dejado, que eran otras circunstancias. Uno podía hacer poco o hacía poco, no sé.

¿Esa información cómo circulaba entre estudiantes y docentes? ¿Cómo se enteraban?

– En mi caso llevaba como una doble vida. Yo era muy prudente dentro de la Facultad y de esas cosas me iba enterando por mi hermana o en conversaciones en una casa, donde uno se sentía más protegido. Nunca era tema de conversación dentro de la Facultad. Siempre parecía que la mesa de al lado podía escuchar.

¿Cuál era la situación en términos académicos? Particularmente la matemática era vista como subversiva por los militares que prohibieron algunos de sus contenidos.

– En la Facultad se vivía como algo gracioso, incluso los profesores más conservadores se lo tomaron a la risa y se opusieron a ese tipo de sospechas absurdas. El Departamento de Matemática creo que tuvo ventajas respecto de otros departamentos porque la gestión de Manuel Balanzat y la impronta de Santaló le dieron una mayor apertura, dentro de lo que se podía esperar en aquella época. Por eso, en lo académico, creo que la situación del Departamento fue privilegiada, a pesar de que hubo personajes de miedo, como Trejo (César. Decano de Exactas durante una etapa de la dictadura) y algunos otros. Pero todo eso creo que fue más grave entre el 74 y el 76 que durante la dictadura misma.

¿Con el correr del tiempo se fueron relajando los controles represivos?

– Sí, de hecho en el 81 empezamos a generar las primeras asambleas. Al principio poníamos los carteles mirando hacia los costados, pero después nos reuníamos entre 30 y 40 personas en alguna de las aulas. El 30 de marzo del 82, dos días antes de la guerra de Malvinas, hubo una marcha muy importante de la CGT a Plaza de Mayo, yo fui solo y me sorprendí de encontrar a un montón de gente de la Facultad que no me la imaginada en esa marcha. Y ahí me dí cuenta de todo el silencio que habíamos vivido y que había quedado instalado. Era la época del “se va a acabar” y ahí empezamos a tomar conciencia de que desde acá se podía hacer algo. Realmente se produjo un relajamiento del control social. Después, durante la guerra de Malvinas se vivió un período que fue difícil porque la guerra dividió aguas incluso en el campo popular y ahí volvimos a sentir miedo de hablar. Pero, luego de la guerra, empezó un proceso que se hizo imparable. Yo creo que fue el principio del fin.

¿Está presente hoy en los estudiantes esta memoria de lo ocurrido durante la dictadura?

– No se puede generalizar. No es que los que estábamos hace 40 años pensábamos todos lo mismo, ni que ahora el grado de conciencia de los estudiantes sea todo igual. Veo estudiantes muy movilizados, muy conscientes de su papel en la sociedad como estudiantes y como futuros científicos y veo otros que no. Pero bueno, yo creo que mantener viva la memoria de lo que ocurrió en la dictadura es un trabajo constante de todos, particularmente de los que vivimos esa época, de los que tenemos más información. El otro día firmaba una designación de un docente y su fecha de nacimiento era 1984. Hay una diferencia muy grande entre haber vivido el terror y leerlo en los libros de historia. Por eso, es un deber nuestro estar constantemente machacando la memoria. Y hoy, en este nuevo contexto, donde parece que nos tenemos que preparar para confrontar con intereses similares en nuevos escenarios y donde va a haber que generar nuevas estrategias y ser muy inteligentes, yo creo que este rescate de la memoria más que una necesidad es una obligación moral. Es una clave de supervivencia no dejar que estas cosas se olviden.