Polarización de la opinión pública

La propensión a la grieta

Con herramientas de la física y las matemáticas, un grupo de investigadores argentinos demostró que la gran mayoría de una población desarrollará posturas extremas y opuestas aunque parta de una ligera diferencia de opinión.

17 Abr 2020 POR
Después de hacer numerosas simulaciones en las que se hizo interactuar a miles de individuos, la investigación encontró que si se tiene una muy ligera propensión hacia una idea y no se escucha lo que piensa el otro es suficiente para que una sociedad se polarice.

Después de hacer numerosas simulaciones, la investigación encontró que si se tiene una muy ligera propensión hacia una idea y no se escucha lo que piensa el otro es suficiente para que una sociedad se polarice.

Peronismo o antiperonismo, pañuelos verdes o celestes, mano dura o garantismo, cacerolas sí o no. Los argentinos contamos con un nutrido acervo en materia de polarización de la opinión pública.

Pero no es una exclusividad vernácula: el Brexit en Gran Bretaña, los acuerdos de paz en Colombia o la reforma de la Constitución chilena son otros tantos ejemplos de un fenómeno social prácticamente universal: la bipolarización.

Está demostrado que, con el paso del tiempo y por diferentes mecanismos, las sociedades humanas tienden a intensificar las diferencias de opinión sobre un tema generando grupos antagónicos. En ese escenario, suele observarse que las posiciones intermedias se vuelcan paulatinamente hacia uno u otro extremo.

Las ciencias sociales han propuesto distintos modelos para explicar el fenómeno de polarización de la opinión pública. Por ejemplo, la “cámara de eco”, que representa una situación en la que las ideas o la información son repetidas y amplificadas en un sistema “cerrado”, donde las visiones diferentes quedan excluidas o muy poco representadas. Dentro de esa “cámara”, las personas que piensan parecido se escuchan entre ellas, refuerzan sus creencias, y descalifican las ideas que no condicen con lo que ellas piensan. Twitter y Facebook son dos “lugares” donde se puede comprobar el funcionamiento de este mecanismo.

También, se ha propuesto que la polarización se produce porque los individuos buscan intensificar sus diferencias con aquellos que le disgustan. O, por el opuesto, se ha adjudicado este fenómeno a la homofilia, que es la tendencia de las personas a sentirse atraídos por quienes comparten características similares, como edad, sexo, creencias, educación o clase social, entre otros.

“Nosotros utilizamos distintos ‘ingredientes’ de las teorías sociales para combinarlos en un modelo matemático muy sencillo”, consigna el físico Federico Vázquez, investigador del CONICET en el Instituto de Cálculo de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, y revela: “Después de hacer numerosas simulaciones en las que hicimos interactuar a miles de individuos, encontramos que si se tiene una muy ligera propensión hacia una idea y no se escucha lo que piensa el otro es suficiente para que una sociedad se polarice”.

El trabajo, que también firman los matemáticos Nicolás Saintier y Juan Pablo Pinasco, fue publicado en la revista científica Physical Review E.

Bipolares

En 1969, el estadounidense Thomas Shelling, premio Nobel de Economía en 2005, creó un modelo que demuestra que, en una población donde no solo no hay rechazo contra quien es distinto, sino que, por el contrario, todo el mundo aprecia y prefiere vivir en una ciudad diversa antes que en una ciudad homogénea, puede haber segregación urbana.

En otras palabras, podemos creernos individuos muy tolerantes -incluso actuar como tales- y, sin embargo, se producirá la segregación. “Es algo parecido a lo que encontramos nosotros utilizando modelos de la física estadística de partículas interactuantes. En este caso, las partículas son personas”, ilustra Vázquez, y puntualiza: “Lo que nunca se ha tenido en cuenta previamente en los modelos tradicionales de las ciencias sociales es que el comportamiento colectivo de la sociedad surge de las interacciones entre miles de personas, como plantea la sociofísica”.

Precisamente, el modelo diseñado por los investigadores argentinos considera las interacciones entre los individuos a partir de una situación inicial en la que cada persona tiene una determinada propensión a votar por un candidato, A ó B, es decir, una intención de voto.

“En el modelo consideramos que la propensión de cada agente va cambiando en función de la influencia de los otros agentes, de tal manera que, después de cada interacción, la propensión de cada individuo se actualiza”.

Para cada simulación, los investigadores representaron la convicción de cada individuo con un valor entre cero y uno: “Es el peso que le asigna uno a lo que piensa cuando interactúa con otro”, acota Vázquez.

De esta manera, si a un individuo se le asigna un uno, equivale a que ese individuo no escucha a nadie, sólo se escucha a sí mismo; por otro lado, un peso cero sería el correspondiente a alguien que sólo escucha.

Vázquez cuenta el resultado de una de las tantas simulaciones efectuadas con este modelo: “Comenzando con una población que posee una distribución pareja o uniforme de propensiones entre cero y uno, las interacciones repetidas entre pares de agentes hacen que las propensiones de los agentes cambien gradualmente hasta llegar a una situación con un patrón de propensiones estacionario, donde la gran mayoría de agentes adopta propensiones extremas y opuestas cercanas a cero o a uno, dando origen a la bipolarización”.

Según el investigador, el modelo muestra que es suficiente con asignarles a los agentes algún grado mínimo de peso para que haya polarización y que, a medida que se aumenta el peso, la polarización se hace más extrema.

“Lo que está diciendo esto en términos prácticos es que esta es la forma natural de encontrar a las sociedades porque, cuando uno habla con otro, siempre tiene en cuenta su propio pensamiento y, con tener en cuenta sólo un poco lo que uno piensa, es suficiente para que la sociedad se polarice”, concluye Vázquez.