El glifosato pone en jaque a los peces nativos
La exposición al glifosato en los niveles reportados en ríos y lagunas de la región pampeana produce cambios en el metabolismo energético de los peces y también afecta su sistema nervioso central. La información surge de experimentos realizados con pejerreyes y madrecitas de río.
En la Argentina, desde fines de la década de 1990 hasta 2013, la superficie cultivada con soja aumentó de 9 millones de hectáreas a más de 20 millones. Como consecuencia de ello, la aplicación de herbicidas y pesticidas se incrementó de 127 mil toneladas, en 1999, a más de 280 mil en 2013. Teniendo en cuenta que esas sustancias potencialmente tóxicas van a parar a las lagunas y ríos, es dable pensar que los peces que habitan en esos cuerpos de agua pueden verse afectados.
En efecto, si el pejerrey (Odontesthes bonariensis) es expuesto a un formulado de glifosato, su metabolismo energético resulta afectado, lo que indica que la presencia del herbicida le genera estrés, según indica Renata Menéndez Helman, investigadora que desarrolló su doctorado en el INQUIMAE (Instituto de Química Física de los Materiales, Medio Ambiente y Energía) de Exactas UBA. Asimismo, se observaron efectos del principio activo sobre el sistema nervioso central de otra especie nativa ampliamente distribuida en la región: la madrecita (Cnesterodon decemmaculatus).
Gasto energético
“El objetivo era evaluar efectos subletales, es decir, que no produjeran la muerte sino que sirvieran como señales tempranas de la exposición a contaminantes”, explica Menéndez Helman. Ella se ocupa de estudiar el metabolismo energético, es decir las reacciones de síntesis y degradación de las moléculas energéticas en el interior de la célula en distintos tejidos (hígado, cerebro, músculo) del pejerrey. Estos experimentos formaron parte de su tesis doctoral, dirigida por María dos Santos Afonso (investigadora del INQUIMAE) y Alfredo Salibián, de la Universidad Nacional de Luján, y fueron realizados en colaboración con Leandro Miranda del INTECH Chascomús.
Los investigadores midieron los niveles de las moléculas de ATP, “que es la moneda energética de la célula”, según comenta la investigadora. Cuando el organismo necesita energía, el ATP entrega fosfatos y se convierte en ADP, pero puede seguir cediendo energía hasta convertirse en AMP. “Cuando disminuye el ATP y aumentan las otras especies, ello es indicador del estado energético de las células”, comenta Menéndez Helman. Cuando un organismo está expuesto a un estresor ambiental, tiene un mayor gasto de energía. En consecuencia, la medición del balance entre los adenilatos (ATP, AMP y ADP) puede informar si un organismo estuvo en situación de estrés.
Para evaluar los efectos del herbicida, los peces fueron colocados, durante quince días, en recipientes con agua que contenían 1 ppm (una parte por mil, que equivale a un miligramo por litro) y 10 ppm de glifosato, que son concentraciones dentro del rango de las reportadas en cuerpos de agua de la llanura pampeana.
Luego de la exposición al glifosato, la investigadora realizó la disección de los peces, extrayendo el hígado, el cerebro y el músculo. Estos tejidos fueron luego procesados con el fin de obtener las moléculas y medirlas mediante una técnica específica denominada HPLC (cromatografía líquida de alta eficacia). Según indica la investigadora, “la extracción de las sustancias es un proceso muy delicado, debido a que éstas son poco estables, y se degradan con facilidad”.
Al realizar las mediciones en los tres tejidos, tanto en los peces expuestos al glifosato como en los que funcionaron como control, los investigadores encontraron significativas diferencias. “En particular, en el hígado y en el músculo encontramos que disminuyen los niveles de ATP frente al total de adenilatos, y esto muestra, de alguna manera, que al ser expuesto al herbicida el organismo está sufriendo estrés”, confirma Menéndez Helman. Estos resultados fueron publicados en Ecotoxicology and Environmental Safety.
Tóxico para las neuronas
En otros experimentos, Menéndez Helman quiso averiguar si el glifosato ejercía algún efecto en el sistema nervioso de los peces. Para ello, analizó la actividad de la enzima acetilcolinesterasa, cuyo rol fisiológico es inactivar un neurotransmisor, la acetilcolina, al finalizar la transmisión sináptica. La inhibición de esta enzima provoca una acumulación anormal de acetilcolina, con la consiguiente sobre estimulación de la sinapsis.
Precisamente, ciertos insecticidas inhiben la acetilcolinesterasa en algunos organismos. Tal efecto se produce porque los pesticidas organofosforados, del subgrupo fosfato, se unen a esa enzima de manera irreversible.
“El glifosato es un pesticida organofosforado, pero no pertenece a ese subgrupo, por lo que no se esperaba que tuviera algún efecto sobre la enzima”, indica Menéndez Helman. En realidad, algunos estudios realizados con el formulado de glifosato mostraban efectos, por ello la investigadora quiso indagar qué sucedía con el principio activo, y probó con madrecitas de agua.
“Hicimos ensayos de exposición aguda, durante 96 horas, en concentraciones desde 1 hasta 35 ppm, y encontramos que el glifosato, en esas condiciones, inhibía la enzima”, asegura Menéndez-Helman. El trabajo fue publicado en Bulletin of Environmental Contamination and Toxicology.
Las intoxicaciones por inhibidores de la acetilcolinesterasa pueden culminar con un colapso cardiorrespiratorio y conducir a la muerte. En peces, cuando están expuestos a esos contaminantes, se han observado problemas en el equilibrio y efectos sobre los patrones de locomoción.
Cabe destacar, de paso, que el glifosato junto con algunos pesticidas ya forma parte de la lista de cancerígenos “posibles” o “probables”. En efecto, en marzo de este año, este herbicida, al igual que los insecticidas diazinón y malatión, fueron clasificados por la Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer (IARC), que depende de la Organización Mundial de la Salud, como “probablemente cancerígenos para los seres humanos”.