Ocho años después
El 20 de marzo, Jorge Aliaga deja su cargo de decano para pasarle la posta a Juan Carlos Reboreda. Después de dos gestiones al frente de la Facultad, Aliaga reflexiona acerca de su experiencia personal, de la relación con la comunidad de Exactas y de la lucha por representar a la Facultad en el Consejo Superior.
En la vida de una institución, ocho años quizás no sea tanto. Depende, claro: en mucho menos tiempo Onganía hizo pedazos un proyecto pujante de Universidad. Lo cierto es que, para los individuos, es más probable que ocho años sea mucho. Jorge Aliaga, decano de la Facultad desde marzo de 2006 por dos mandatos consecutivos, coincide: “Ocho años está bien. Es un montón en la vida de uno. Así como la mayoría de los estudiantes de la Facultad no habían nacido cuando empecé a dar clase, hay unos cuantos que no habían ingresado a la Facultad cuando arranqué como decano. Además, si uno piensa en la cantidad de profesores que fueron asignados en estos ocho años, en cómo cambió el plantel docente… Evidentemente es un periodo largo”, reflexiona sentado –con seguridad, una de las últimas veces– en el sillón de cuero de su despacho, el mismo que dejará el jueves próximo, 20 de marzo, en manos del nuevo decano electo, Juan Carlos Reboreda, su actual vice.
Hace pocos meses, el despacho del decano demostraba en las pilas de expedientes y papelería diversa lo intenso de su gestión pero ahora lo que prima es el orden seco de los escritorios, los muebles, de la mesa de reuniones. “Ya ordené casi todo, organicé todos los papeles, hay un cansancio, claro, pero, además de ordenar, sigo ocupándome de los temas de día, incluso los menores, por una cuestión de profundo compromiso con mi función”, dice Aliaga con cuatro libros en la mano, que prepara para que el personal de Biblioteca pueda disponer de ellos.
No es una novedad, no es una apreciación subjetiva, no es una metáfora, Aliaga no para un segundo desde hace ocho años; es el testimonio de quienes comparten su vida política y administrativa. Quien tenga la duda, va, pregunta y listo. De hecho, la entrevista que da pie a esta nota se realizó, al igual que otras veces, con la puerta del despacho abierta, como invitando a la acción.
La paradoja de la democracia
Le pregunto por la convicción, que reconozco en él después de tantos años de compartir el trabajo cotidiano. De alguna manera, traté de tomar cierta distancia a la hora de hacer las preguntas, como no sabiendo del todo las respuestas, pero sería una actitud hipócrita presentar este artículo como la crónica frente a un extraño. Se cuela la empatía, no hay otra. “Este tipo de cargos tiene algo difícil porque uno tiene que creerse el rol para poder ejecutarlo”, dice el decano, “pero por otro lado hay que ser permanentemente consciente de que es una cosa circunstancial y que no es intrínseca de uno”. Lo que describe permite suponer una administración compleja de las emociones. Sería algo así como que el personaje no se lo coma a uno, le comento. “Alguien que ostenta un cargo público es una persona común con responsabilidades importantes, como decía Néstor Kirchner”, sostiene y aclara: “No es que uno sea importante, es que tiene que actuar en el rol de responsabilidad y decisión. Yo lo que traté en todos estos años es que la figura de la autoridad de la Facultad mereciera respeto más allá de las disidencias, de los errores. Mi idea era superar esas cosas que se fueron generando por la historia misma de los años 90, la crisis del 2001… Es paradójico, a mí me generaba un terrible dolor porque yo decidí en su momento militar en política universitaria como consecuencia de haber cursado durante la dictadura”. Infinidad de veces, ante distintas situaciones, Aliaga mencionó su consideración sobre la representación democrática, se puede rastrear en el profuso archivo donde se concentran su intervenciones públicas: en la web. Explica la paradoja: “Sentir, en aquel momento, que había una especie de agotamiento de las vías democráticas me generó angustia pero, de alguna manera, sortear eso y apostar a lo que uno creía, tratando de consolidarlo, se convirtió en algo importante para mí”. Y pronto vuelve al tema de ser y parecer: “Me importó no solo el hecho de ocuparme de las cosas sino de dar una imagen de que las instituciones funcionan y dan respuestas a la gente. Trabajé para que la gente pueda confiar en las instituciones”, dice y baja un semitono para dar un veredicto parcial: “No siempre funcionó, claro; entiendo que el camino es más bien largo”.
La forma y el contenido se condicionan mutuamente. Sería muy obtuso interpretar que un tipo que se compra un sánguche de jamón y queso todos los mediodías de su vida durante ocho años, recorriendo la Facultad de punta a punta cada vez, para volver inmediatamente a su despacho y seguir trabajando, sin solución de continuidad, repita la operación cada día solo por una cuestión de perspectiva ajena. Le comento lo de los sánguches. Aliaga dice que “eso es normal, es lo normal. No tengo chofer, tampoco. El mismo que firma las resoluciones es el que se compra la comida todos los días en el comedor, como era antes de que fuera decano”. Y da un ejemplo que, si bien parece salido de una película de época, se condice con la normalidad de algunas instituciones “primas”, digamos. “Hay facultades donde el decano tiene cocinero, no solo chofer”. Lejos de cualquier sofisticación, repite que “uno debe actuar como cualquier otro pero, por otro lado, tiene una responsabilidad. Es difícil, a la vez, y no hay que confundir gordura con hinchazón. No tengo privilegios pero tengo una investidura que merece respeto”.
La restauración
Es indudable que no todo el mundo entiende lo mismo por la palabra respeto y que pueden ser bastantes aquellos a los que les importe un pito el significado y el significante. También está claro que el ring político es un lugar hostil por naturaleza. De hecho, las reuniones de Consejo Directivo en Exactas tienen su tensión y hasta algún consejero recibió el contenido de un vaso de agua sobre sí. Que conste en actas. “Cuando asumimos junto a Carolina Vera veníamos de una época donde se le podía faltar el respeto a las autoridades sin problema. Tratar de que eso se cortara y que el Consejo sea un ámbito donde se discutiera pero no valiera cualquier cosa, fue importante. Hubo sesiones donde tuvimos que suspender por agresiones puntuales pero logramos que, cuando ocurrieran esas cosas, se generara un claro repudio de la comunidad y que, políticamente, existiera un costo. Logramos eso sin entrar en la vía que tuvo que entrar el rectorado para poder funcionar en 2008”. En aquellos años movidos de la UBA, el Consejo Superior solo podía conformarse con la policía en la puerta del edificio. Pese a que en Exactas hubo más de una toma o acción directa que alteró o impidió actividades, las autoridades nunca convocaron a la Justicia para normalizar la situación. “Ojo que yo entiendo que el rectorado es distinto, tiene menos margen de acción porque la distancia con la comunidad es mucho más grande, pero lo cierto es que nosotros nunca llamamos a la policía para restablecer la normalidad. Yo sé que eso generó críticas, hubo gente que me acusaba de pretender que la gente ponga el cuerpo para defender algo que, supuestamente, era función de un juez”. Para Aliaga, ese no era el camino, y define el rumbo tomado como “una convicción”, sostiene que la historia de esta facultad definía que llamar a la policía no era apropiado. “Creo que la comunidad de esta Facultad no avala el uso de la fuerza, de la acción directa; entonces, si alguien está dispuesto a ejercer la violencia, ¿cómo enfrentás institucionalmente esta situación? Una opción es hacer intervenir a un juez y que él decida, mande a la policía a desalojar, qué sé yo. La otra y, para mí, la única, es tratar de establecer una situación que genere un costo para el que toma una acción violenta y entonces evite entrar en esa situación o, si se mete, trate de salir solo”.
Toma de fin de temporada
Es inevitable que esa reflexión traiga el tema de la toma del área administrativa por parte de un grupo de estudiantes a fines de octubre de año pasado. Con un pie en el estribo, en plan de ir cerrando temas más que abriendo conflictos, lo que era una gestión en tránsito natural hacia una salida de escena sin alharaca, sufrió una inyección de adrenalina que la mandó al candelero en 24 horas. La elección de Juan Carlos Reboreda trajo, como correlato, la toma de la Facultad y la denuncia en los medios de comunicación de una supuesta convocatoria a la barra brava de Platense para golpear a los estudiantes y permitir que se concrete el acto electivo. “Visto en perspectiva, uno tiene que notar que al finalizar ambas gestiones hubo tomas y hubo procesos del tipo ‘si nos das tal cosa, levantamos la toma’. Después de votar y elegir dentro del sistema a los representantes, se usaba un camino de acción directa para extraer un condicionante. ‘Si ahora quieren elegir decano, dennos algo’. De alguna forma, en 2009, había un tema que podía ser más complejo y confuso, que era el de la CONEAU, pero en este caso lo que ocurrió fue que, en lugar de blanquear el cuestionamiento al sistema –que era difícil de sostener porque acababan de votar ellos mismos– un grupo de estudiantes trató de imponer la idea de que había una organización desde las autoridades para pegarle a estudiantes indefensos. A mí me pareció que no debía negociar nada con esa gente que quería imponer una mentira. No era una cuestión de opiniones. Y derivó en esta situación de varios días que, en definitiva, estuvo bien llevarla adelante”. Cuando Aliaga habla de “esa situación de varios días” se refiere a lo que se conoció en los medios como el episodio del “decano atrincherado”, la noticia que le permitió encontrar algunos espacios en los medios para desmentir públicamente las acusaciones. Cuatro días de tensión, exposición, desgaste físico y emocional. Días en los que perder la lucidez podía tener consecuencias imprevistas.
Asociando los hechos a la salida de Guillermo Jaim Etcheverry de su cargo de rector en 2006, con el edificio de la calle Viamonte tomado, Aliaga sostiene: “Yo me podría haber ido y listo, asumir que el problema ya no era mío; estaba terminando la gestión. Pero, en cambio, creía que sí era problema mío porque, justamente, era central en lo que yo había tratado de construir, el respeto por las instituciones democráticas y por el disenso y la discusión dentro del sistema. Trabajar para que la comunidad y, particularmente, los estudiantes entendieran eso, lo tomé como la razón fundamental que me llevó a la Universidad, que fue hacer docencia. Lo último que les podía dejar a los estudiantes era esa enseñanza, si se quiere, de tratar de reflexionar sobre lo valioso del sistema democrático. Hay un montón de problemas en la Universidad. Bien. ¿Y cuál es la manera alternativa de resolverlos? ¿Que venga un iluminado? ¿Que hagamos una asamblea entre 50?”. Le pregunto qué interpreta cuando, desde el sector estudiantil o gremial docente, se exige la democratización de la Universidad. Se acomoda en el sillón y se ceba un mate. “En todo caso, es una disputa por un mayor espacio de poder, que puede ser legítimo pero es eso, no es otra cosa. Yo creo que la palabra democracia debe preservarse para la instancia en que la ciudadanía completa, el pueblo, vota. La Universidad no tiene eso y probablemente no lo tenga nunca por la cláusula de la reforma de 1994, donde se determina la autonomía universitaria. Al ser autónoma, va a ser difícil que ella misma acepte que sus órganos se conformen por el voto directo de los ciudadanos”. El decano considera que todavía hay mucho para mejorar con el estatuto actual en la mano. “Es suficientemente amplio, como cualquier norma, para permitir que se adapte a distintas realidades, porque no es lo mismo una facultad más científica como la nuestra que otras más profesionalistas. Si es demasiado reglamentarista, ningún estatuto funciona. Pero hay algo más, existe un lugar donde todas esas cosas se pueden resolver con ese estatuto, y es Exactas. Entonces, la necesidad de la reforma no se puede argumentar por ese lado”.
Cargos concursados, becas variadas, ausencia de cargos ad honorem, larga es la lista de las particularidades a la hora de definir a Exactas. En la última reunión de Consejo Superior, la semana pasada, Jorge Aliaga pidió a las autoridades que respeten y preserven la condición de “rara” de la Facultad, haciendo explícita aquellas particularidades, entre otras. ¿Rara? ¿No es un poco fuerte, pregunto? “Está claro de que nosotros tenemos ciertos usos y costumbres muy establecidos”, indica el decano. Un ejemplo: “El hecho de que el decano no designe docentes con el dedo. Yo siempre digo que el dedo me lo corté yo mismo cuando impulsé en 1996, siendo consejero por Graduados, la resolución 660, que indica que el Consejo Directivo no va a convalidar ninguna designación interina que no provenga de un orden de mérito. Y después subí la apuesta porque tampoco designamos no docentes a dedo sino que logramos que los no docentes ingresen por concurso, algo que no ocurre en ninguna otra facultad”. Agrega más rarezas: “Cuando yo comento que los estudiantes tienen las becas que tienen, que pueden imprimir sus materiales de estudio gratis en nuestras impresoras, es una singularidad. Algunas autoridades de otras facultades, y ahora de la Universidad, me han dicho: ‘ah, eso es porque ustedes son ricos’. Y nosotros no somos ricos”. Al respecto, puede agregarse que no hace falta ser contador para determinar que Exactas genera muy pocos recursos propios frente a otras facultades que son máquinas de facturar. Si no es por la riqueza, será por otra razón,entonces. Explica Aliaga: “Lo que sí tenemos es una política consecuente de fijar prioridades y asignar recursos a ciertas cuestiones. No hay otras facultades que tengan normas de higiene y seguridad como las que tenemos nosotros… Yo traté de usar una palabra para definirnos que no implique un juicio de valor”. Rara.
Lo que hay por delante
Alguna otra vez, Aliaga me comentó que, ya que solía perder frente al voto mayoritario del Consejo Superior, optaba por argumentar copiosamente la posición de la Facultad para, por lo menos, preservar el registro en actas. Como acomodando un escudo, por las dudas, en esta última participación en el Consejo Superior también aprovechó a los taquígrafos: “Yo traté de marcar esa realidad diversa de nuestra Facultad y de dejar sentado el hecho de que yo aspiro que en el futuro siga habiendo espacio para la diversidad, que no nos pasen por arriba. No pretendemos que todos sean como Exactas, porque eso sería una arrogancia de nuestra parte, pero, por lo menos, que dentro de la diversidad acepten que nosotros podamos ser como creemos que debemos ser”. Es imposible dejar de leer en esas palabras cierta idea de amenaza frente a los tiempos que se vienen. ¿Fue difícil sostener la posición de la Facultad todo este tiempo?, pregunto. Responde Aliaga. “Fue difícil. Hubo un sector muy fuerte en el Consejo Superior, que tuvo mucha relevancia durante la gestión de Shuberoff y que en los últimos años volvió a tener un liderazgo –los graduados que vienen del ala radical– que tienen una visión de la Universidad muy particular, y que consideran que esta Facultad es una histórica beneficiada que tiene que ser puesta en caja”. Y trae el recuerdo de los ocurrido en 2008 con la distribución del presupuesto, que comenzaba a crecer como nunca antes. “En el Consejo me dijeron ‘ahora que hay más plata se reparte proporcional a la cantidad de alumnos’. Enfrenté esa posición y cuando me pasaron por arriba con los votos salí a denunciarlo en los medios. Esa carta hay que tenerla siempre en el bolsillo. Es correcto aceptar que el Consejo Superior tiene que definir la política pero, si esa política implica la destrucción de la Facultad, que sepan que Exactas lo va a decir públicamente no solo a través de sus autoridades sino a través de sus profesores más destacados, por ejemplo, que tienen reconocimiento público”.
La participación de la semana pasada en Consejo Superior fue una las últimas acciones de un hombre de acción como cabeza de la Facultad. Ahora, de vuelta al llano. “Yo traté, en algún sentido, de seguir la huella de Rolando García y bromeaba con que había una cosa que Rolando no tuvo que resolver, que era cómo se iba, porque se la resolvió Onganía de la peor manera. En ese sentido, yo decidí hacer un corte, terminar. Mi idea es que mi paso por la gestión universitaria termine el jueves 20. No me veo volviendo a la gestión universitaria, por lo menos en esta Facultad, en esta Universidad. Ahora es el tiempo de Juan Carlos. Y tendrán que venir las nuevas generaciones a ocupar lugares. Estoy tranquilo porque tomé decisiones pensando en lo que creía mejor para la Facultad. Lo que no pude lo hará otro, lo que hice mal lo podrá mejorar otro. Ya está. Es lo que es y creo que no está mal”.
Balance de estos cuatro años
En decano Jorge Aliaga hizo público el balance de su gestión 2010-2014.
El documento puede descargarse en http://exactas.uba.ar, sección Institucional.
También desde http://bit.ly/OyXpLM.