“Estoy viendo los frutos de nuestro trabajo”
Luego de recibir el premio de «Investigador de la Nación Argentina» de manos de la presidenta Cristina Fenández de Kirchner, el biólogo de Exactas Alberto Kornblihtt habla en esta entrevista exclusiva acerca de su formación, sus motivaciones y los logros conseguidos en su carrera.
¿Qué factores influyeron en tu vocación por la ciencia?
Mi papá era ingeniero y amante de la matemática, y mamá profesora de geografía, así que en mi casa se hablaba de temas de ciencia. Pero realmente de biología yo no sabía nada hasta cuarto año del colegio secundario. En ese año vi por primera vez biología molecular, proteínas, ADN, y fue un deslumbramiento absoluto. A partir de ese momento estuve seguro de que quería estudiar biología en la UBA y ser investigador. Esa vocación se la debo mucho a una profesora, Rosa Guaglianone, que no era una docente convencional. Nos inducía a pensar, a buscar en los libros, y a no aceptar de manera disciplinada las verdades que decía el profesor.
¿Tuviste momentos de crisis en tu etapa de formación?
En cuarto año ya sabía que quería estudiar biología en Exactas, y quería perfeccionarme en Inglaterra. E hice las dos cosas. Era mi objetivo. A mi mujer también la conocí en ese cuarto año del colegio secundario, y estamos casados desde hace mucho tiempo.
Es raro que en esa etapa tan temprana alguien piense en instancias de perfeccionamiento…
En el año 70, cuando cursé esa materia en el secundario, [Luis Federico] Leloir ganó el premio Nobel. Entonces mi aspiración fue hacer la tesis en la Fundación Campomar. Además, yo veía la posibilidad de ir afuera a perfeccionarme, pero no para quedarme en el exterior. Yo quería hacer ciencia en la Argentina.
¿Esa percepción tuya cambió algo cuando empezaste la carrera?
No, se mantuvo inalterada. Sumada al compromiso social y político. Yo entré Exactas en el 73, justo cuando se recuperaba la democracia, después de la dictadura de Onganía, Levingston y Lanusse. Fue un período de gran actividad política en la Facultad, y yo lo viví muy intensamente. Se combinaba la pasión por la ciencia y la pasión por la política.
¿Cuándo sentiste que ya eras un investigador?
Mientras uno está haciendo la tesis doctoral, está muy estresado, porque hay un plazo fijo para obtener una serie de resultados que permitan pasar a la siguiente etapa. Luego, en la etapa postdoc, también uno está estresado. Pero ese es un período de gran creatividad porque se trabaja con mayor libertad, y todavía no se tienen las obligaciones de un investigador profesional, que debe escribir pedidos de subsidios para poder financiar su investigación o la de su grupo. El gran salto se produce cuando finaliza el postdoc y se inicia el grupo independiente; en ese momento surgen angustias e interrogantes, ¿cómo se me iban a ocurrir las preguntas, o qué experimentos hacer? ¿Cómo dirigir a alguien para que pueda seguir un camino con éxito? Con el tiempo, uno se da cuenta de que va construyendo una manera de hacer ciencia que muestra una lógica. Y, cuando uno hace un experimento y obtiene resultados, se abren nuevas preguntas, en forma automática. Lo importante no es tanto la respuesta, sino las nuevas preguntas que se abren. Sobre todo cuando los controles que uno hizo para saber si la respuesta era válida o no, resultan más interesantes que la pregunta misma.
¿Sos obsesivo con tu trabajo, seguís pensando en los temas cuando te vas del laboratorio?
Yo diría que el ser obsesivo es una característica intrínseca del investigador. Porque es difícil desconectarse. A veces uno lo logra, porque uno tiene otros intereses en la vida, leer novelas, a mí me gusta mucho el cine, escuchar música, me gustan los idiomas, las lenguas.
¿Cómo es el vínculo con tus becarios?
Tenemos un vínculo humano muy fuerte, pero no de amigotes, donde la amistad diluye el objetivo del trabajo cotidiano. Con algunos más que con otros, puedo hablar de cosas personales y afectivas. Yo me siento responsable de las tesis de los becarios, porque, si les va bien a ellos, me va bien a mí. En ese sentido, es importante la diferencia entre el director de una tesis y el concepto de jefe. No quiero que me consideren un jefe; esto no es una empresa donde el jefe dirige y el resto obedece. Esto es un proyecto común, donde yo puedo, con mi experiencia, tratar de convencerlos de que hagan tal o cual cosa, pero en definitiva ellos van a hacer aquello que crean que es conveniente para su proyecto.
A la hora de seleccionar a tus becarios, ¿a qué aspectos prestás especial atención?
Compromiso, honestidad intelectual, pasión, ganas. A veces, al candidato le doy una serie de trabajos publicados por nuestro grupo, y le pido que lo lea y me dé su opinión, sus críticas, o que incluso que haga sugerencias. También, con los más jóvenes, pregunto cosas muy simples como, qué leen de biología, qué los apasiona cuando abren un libro. Porque yo me recuerdo a mí mismo, cuando en el secundario yo abría el libro de De Robertis, de biología celular, me producía una sensación cuasi erótica, cada letra y cada palabra me significaban algo muy seductor. Cuando me dicen qué los apasiona, uno se da cuenta si las inquietudes de la persona cuadran con el tema de trabajo del grupo.
¿Cómo explicarías, para el público general, lo que hacés?
Yo estudio cómo funcionan los genes. Los genes son parte del ADN del núcleo de nuestras células. Y estudio cómo hace cada gen para poder fabricar más de una proteína. Las proteínas son los laburantes de la célula, los que hacen que la célula tenga la forma que tiene y la función que tiene. Mi trabajo es saber cómo hace cada uno de los genes para fabricar, en lugar de una sola proteína, varias. Y cómo se regula eso.
¿Qué considerás importante a la hora de explicar un tema al público?
Lo importante es ponerse del lado del receptor. Porque, así como me gusta enseñar, me encanta que me expliquen. Entonces, la treta es ponerse del lado del receptor y pensar cómo querría yo recibir la información de manera de entenderla. Un enunciado hecho de tal manera que sólo una elite lo entienda y el resto se quede pagando, eso va en contra de mi filosofía política, va en contra de la democracia. En la docencia, si uno explica algo y la gente no entiende, y vuelve a explicarlo, con otras palabras, lo más lindo es ver, cuando alguien entiende, que se le esboza una sonrisa. En el momento en que la persona entendió aquello que antes no entendía, eso produce un enorme placer. Debe haber una descarga de endorfinas, pero produce un placer maravilloso.
Con el tiempo, las motivaciones cambian. En este momento, ¿qué te motiva más, la ciencia, la docencia, el hecho de tener becarios y ser un referente?
La docencia me sigue movilizando, pero, si me pusieran contra la espada y la pared y debiera optar, prefiero la investigación, aunque disfruto haciendo las dos cosas. Respecto de mis motivaciones en la investigación, me parece que nuestro grupo hace veinte años tuvo la suerte de iniciar una serie de hallazgos: el acoplamiento entre la transcripción y el splicing, que es el mecanismo que permite producir más de una proteína por cada gen, y que en este momento está en pleno auge. Hoy, quienes trabajan en regulación genética no lo pueden soslayar. Estoy viendo los frutos de nuestra contribución inicial. Hoy vemos cómo aquello que iniciamos hace más de veinte años está fructificando en lugares ya fuera de nuestro control. Pero veo esos resultados y me entusiasmo. Si veo un trabajo de alguien, aunque nos cite o no, y está avanzando en el sentido en que nosotros lo iniciamos, eso me produce mucha satisfacción.
Uno tiene la imagen del investigador trabajando siempre en pos de un resultado. ¿Es así?
A mí, lo que más me interesa, son los mecanismos moleculares. Por eso no estoy en pos de una molécula, una sustancia o una estructura. A mí me gusta descubrir cómo se combinan las cosas para producir algo. Y eso es la constante en toda mi investigación. Cada tanto alguna investigación nuestra se vuelca hacia algo más fisiológico, algo más relacionado con el funcionamiento global de la célula o del organismo, y si bien lo hacemos, yo reconozco que no es lo que más me interesa. Porque, aunque suene un poco duro, tampoco creo que estudiar la fisiología nos acerque más a la realidad que cuando se estudia lo molecular.
¿Te sentís un referente en los jóvenes que inician la carrera, un modelo?
No sé, siento los efectos, es cierto. Pero los efectos pueden ser muy variados. Por ejemplo, si una persona cursó la materia pero luego abandonó la biología y se dedicó a otra cosa, pero me encuentra en la calle y me dice que gracias a la materia pudo encarar las cosas de manera distinta, yo me siento satisfecho. Si por haber cursado la materia, alguien pudo aprender a pensar, a razonar, sin caer en el criterio de autoridad, ya me siento satisfecho. Tal vez la materia y mi persona en particular ejerzan una influencia, además me lo dicen cada tanto. Hay muchos que hoy son profesores afuera y que siguen recordando la materia. Y es fuerte para nosotros también. Cada año, cuando terminamos en julio, estamos todos cansados, pero cuando llega marzo nos viene el síndrome de abstinencia y queremos empezar de vuelta. Porque es para nosotros un ejercicio de adrenalina, cada año es distinto, cada grupo es distinto.
¿Por qué los jóvenes hoy no parecen interesados por las carreras de ciencia?
El contexto social parece contrario a la operación de saber. Pensar que la ciencia es un sacrificio no es más que un mito urbano, porque deja de ser sacrificio cuando empieza a producir placer. Hace muchos años fui a una reunión de la UNESCO en París sobre la enseñanza de la ciencia, donde había gente de todo el mundo, y recuerdo que una comisión dio un dictamen diciendo que el aprendizaje de la ciencia produce placer, un placer que no podemos negar. Uno puede decir que la ciencia y la tecnología son instrumentos para dar valor agregado a los productos del país, pero, además de todo eso, el conocimiento produce placer. Si no logramos que el chico en todas las etapas de la educación perciba eso, no vamos a cambiar las convenciones y las reglas de juego de la educación.
¿La ciencia es algo alejado de nuestra vida cotidiana?
La ciencia, que es un invento de los seres humanos y se ha desarrollado más sistemáticamente en occidente, no es una forma artificial del conocimiento. Es un resultado natural del cerebro humano. Porque el cerebro humano constantemente está tomando decisiones que están basadas en razonamientos. Si uno va a cruzar una avenida con el semáforo en rojo, sabe que la probabilidad de morir es alta. Y el cerebro funciona en esa lógica, que se parece mucho al razonamiento científico. Lo que hacemos los científicos es sistematizar ese comportamiento.