El terror antes del terror
Ricardo Durán es profesor e investigador del Departamento de Matemática. Ingresó a la Facultad en 1973, se recibió en 1978. Al conmemorarse un nuevo aniversario del golpe del 76, describe el clima de temor que se vivía durante la dictadura aunque señala que en Exactas la opresión empezó luego de la muerte de Perón. También recuerda las sospechas que algunos temas matemáticos despertaban entre los militares.
¿Cuándo entraste a la Facultad?
– Entré a principios del 73. En esa época estaba Cámpora en el gobierno. Fue un año muy cambiante. Hasta el 72 había un curso de ingreso que duraba un año. Yo ya no empecé ese curso. Yo soy matemático pero al principio me había anotado en meteorología, entonces tenía que hacer un curso de matemática y otro de meteorología. Pero eran cursos sin examen, formativos. Eso duró poco porque a los dos meses concluyeron que no valían la pena y que iba a haber ingreso irrestricto.
– Ese fue un momento de fuerte ebullición política. ¿Cómo se reflejó eso en la Facultad?
– Era un clima muy bueno, de mucha alegría. La actividad política era palpable. Se votaba para centro de estudiantes, las agrupaciones iban a las aulas a hablar. Yo personalmente no era militante pero sí, había mucha política. Se vivía un clima de absoluta libertad. De hecho, te cuento una anécdota: algunos matemáticos decían que querían trabajar tranquilos y que acá uno no podía concentrarse mucho. Entonces, se creó el Instituto de Matemática del CONICET, que estaba por el centro de la Ciudad, como para tener un lugar que estuviera separado de la Facultad para hacer investigación porque la situación era de una ebullición tal que, para algunos, era algo parecido al caos.
– En relación con la enseñanza en sí, ¿cuál era la situación que se vivía?
– Surgieron ideas innovadoras en la forma de enseñar. A mí me parecían muy buenas pero no tuvieron tiempo de desarrollo. A esa iniciativa la recordamos como “las mesitas” porque en las aulas planas pusieron mesitas como si fuera un bar. La idea era que, en lugar clases teóricas, de tipo magistral, hubiera una modalidad teórico- práctica. Entonces, el profesor no daba dos horas de clase como se hace ahora sino que en las mesitas nos sentábamos de a grupos de cinco o seis alumnos y discutíamos los ejercicios con los compañeros. Y el profesor explicaba algunas cosas y charlaba con nosotros. Pero, algunos profesores entendieron que suspender la clase teórica era suspender toda teoría. Entonces, en nuestra época, se pretendía que todo fuera como intuitivo sin definiciones formales. Así, una función continua era una que la podías dibujar sin levantar el lápiz. Yo creo que eso es muy bueno pero sin pasarse. Me parece que hay que dar teoría también y hacer algo intermedio. Ya a mediados del 74, se habían dado cuenta de eso y, entonces, seguíamos con eso de las mesitas y discutiendo con los compañeros pero estudiando teoría también. Sin embargo, desgraciadamente, ahí se truncó todo.
– ¿Qué pasó en ese momento?
– Con la muerte de Perón asumió Isabel. Y López Rega, con la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) comenzaron a actuar sin límite alguno ¡Ojo! es importante remarcarlo: en Exactas el terror empezó antes de la dictadura. Acá hubo un cambio abrupto. En ese momento el ministro de Educación era Ivanissevich (Oscar) y nombraron a Ottalagano (Alberto) como interventor de la UBA. Era famoso porque escribió un libro que se llamaba Soy fascista ¿Y qué? Y acá volvió Zardini (Raúl), que también era de ultraderecha y que ya había estado en Exactas durante la dictadura anterior. Ahí empezó el terror. Primero cerraron la Facultad por un par de meses. Cuando reabrió ya estaba la policía adentro. La policía estaba en la puerta y nos revisaba la mochila en busca de panfletos o cualquier cosa que no les gustara. Ya no podía haber ninguna actividad política, por supuesto.
– ¿Cuál era el clima que se vivía en la Facultad en esa época?
– Teníamos miedo porque ya se empezaba a perseguir gente. Se veía gente rara, creíamos que eran policías. Uno ya hablaba en voz baja. Era una época muy fea. Me acuerdo de que, cuando reabrieron la Facultad, nos dejaron cursar una materia pero nos pusieron un sello con el horario de cursada. Por ejemplo: lunes, miércoles y viernes de 14.00 a 18.00. Entonces, no podías venir en cualquier momento, sólo en el horario de cursada y te pedían la libreta para entrar. Era terrible. Adonde ahora está la biblioteca Noriega, estaba la policía, y recuerdo que un día, no sé si antes o después del golpe, se les escapó un tiro que rompió uno de los vidrios. Por suerte no le pegó a nadie. Era un ambiente muy pesado. Sé que hubo personas a las que la policía las llevó ahí y los apretaron, les pegaron para interrogarlos. Y ahí, en el 74, echaron a todo el mundo y después reincorporaron a algunos. A cualquiera que fuera activista o con antecedentes en partidos políticos lo echaban y otra gente se fue por temor.
– Eso iba resintiendo, obviamente, el nivel de enseñanza, ¿no?
– Seguro que sí. Echaron a gente buenísima. Pero no ocurrió lo mismo en todas las carreras. Me parece que en Física empeoró muchísimo porque se fueron prácticamente todos. En Biología tengo entendido que también bajó muchísimo el nivel. En matemática fue distinto porque se quedó gente muy buena. Nosotros pudimos estudiar con buenos profesores. Uno de los más conocidos era Santaló (Luis), también Balanzat (Manuel), Alberto Calderón estaba en Chicago pero venía todos los años a dar clases acá. No creo que haya habido un cambio tan grande. Pero sí en otras carreras.
– ¿Te acordás cómo viviste el 24 de marzo de 1976?
– Sí, ya se venía hablando, desde varios días antes, de que se venía un golpe. Y, bueno, pensábamos: ¡Otra vez! Por supuesto que no sabíamos lo que se venía. No imaginábamos que las cosas iban a empeorar tanto.
– En la Facultad, ¿cómo repercutió el golpe?
– Las clases habían empezada hacía poquito. Por supuesto se cerró y creo que un mes después se volvió a abrir. En la Facultad no vivimos un cambio muy notable. El cambio más notable para mí se dio cuando estuvo Ottalagano de rector. Probablemente se agravó la persecución, pero como acá adentro ya estaba la policía y uno ya casi no hablaba porque tenía miedo, no fue un cambio drástico. Por supuesto la situación general fue mucho peor pero acá adentro no.
– En relación con la matemática los militares tuvieron una obsesión muy particular. El general Albano Harguindeguy, ministro del Interior de la dictadura, consideraba a la matemática moderna como subversiva. ¿Eso tuvo consecuencias aquí?
– Fue notable. Había algo así como un opúsculo, del Opus Dei me parece, que hablaba de que la matemática era subversiva. Y creo que, desde el punto de vista de ellos, tenían razón. No se por qué el vector era subversivo, esa parte nunca la entendí. Pero ellos decían que la matemática era peligrosa porque enseñaba al alumno a razonar, porque te lleva a cuestionar todo, incluso la existencia de Dios. Y para la ultraderecha católica eso era una barbaridad. Me acuerdo de que se hizo una reunión en el Aula Magna de Industrias, una especie de asamblea, y estaba el mismo Trejo, que era un tipo bien de derecha, pero esa condena a la matemática ya era tan aberrante que resultaba inaceptable. De todas maneras, creo que a ellos les preocupaba más la matemática a nivel de los colegios, la teoría de conjuntos. Acá no tuvo ninguna influencia en los programas.
– ¿Cómo era el día a día en la Facultad?
– Era opresivo. Para empezar al entrar te revisaban, te pedían el documento, no podías hablar tranquilo, no podía existir ninguna actividad política, ni centro de estudiantes. Después, había cosas que hoy día son impensables. Por ejemplo, había algún profesor que maltrataba a los alumnos y no te podías quejar en ningún lado. Hubo un caso famoso de un profesor que después tuvo, ya en la democracia, un inicio de juicio académico. Ahora yo le llego a contestar de esa forma a un alumno y me echan. No tenías adónde quejarte. Además, enseguida te convertías en una persona sospechosa.
– ¿Se hablaba entre los estudiantes sobre desaparecidos, sobre represión?
– Se hablaba solamente entre amigos, cuidándote mucho. La mayoría de nosotros teníamos algún conocido o pariente de algún conocido al que algo le había pasado. Había mucha gente desaparecida. Tal vez uno no tenía idea de la magnitud y se enteró después de los campos de concentración y torturas. Pero había muchos.
– ¿Te sentías observado todo el tiempo?
– Sí. Así te lo hacían sentir. Pensá que estabas con la policía adentro de la Facultad. Y creo que, además de los uniformados, había gente de civil observando.
– ¿Cuándo te recibiste?
– La licenciatura la terminé en marzo del 78 y el doctorado a fines del 81.
– A lo largo de la dictadura, ¿se fueron observando cambios en lo que ocurría dentro de la Facultad?
Sí, como ocurrió en el país. Los años 76, 77, 78 fueron mucho peores en términos de represión. Y acá también. En los últimos años la situación se hizo más flexible. Había una cierta relajación.
– Cuando observás desde la actualidad la Facultad de esa época, ¿qué reflexión te surge?
-Yo hoy me pregunto cómo fue que nos quedamos acá. Nosotros sabíamos que había desaparecidos. Visto en retrospectiva uno dice: ¡Uh! ¿Como pasé esos años en medio de semejante régimen de terror? Pero bueno, parece que uno se termina acostumbrando a todo.
– ¿Eras consciente del peligro?
– Un poco sí, no sé. Como que seguías viviendo. Y no era sólo en la Facultad, en la calle te paraban los militares, la policía, te pedían documentos. Te interrogaban: ¿De dónde venís? ¿Adónde vas? ¿Qué hacés? Te revisaban la mochila. Y si te encontraban algo que fuera sospechoso podías desaparecer. Sí, uno vivía ese terror. Es como que uno se acostumbra. Visto en retrospectiva, si a uno le dijeran: mirá que va a pasar esto, uno se iría tal vez.
– ¿Vos tenías amigos que militaban en esa época?
– Sí, tenía muchos. Yo era compañero de Mario Bunge, el hijo del epistemólogo. Su ex esposa está desaparecida. Y yo iba a la casa de él y él quizás estaría observado. Incluso, había refugiado a algunas personas. Es que era difícil no tener contactos con alguna persona que militara. Mi mamá tenía una amiga de su infancia que venía siempre a verla y que tenía una hija desaparecida. Hay gente que, aún hoy, dice que no sabía nada. Qué sé yo, es raro.
– Tener a un amigo militante podía convertirse en una sentencia de muerte…
– ¡Y claro! Y de hecho yo jugaba al fútbol con un equipo que se llamaba FJ de la Federación Juvenil Comunista.
– ¿Vos notás en los estudiantes de hoy un conocimiento, una conciencia acerca de lo ocurrido durante la dictadura?
-Yo pienso que sí, que mayormente hay conciencia. Se ha divulgado mucho. De todas maneras creo que hay que seguir hablándolo, haciendo actos. Está bueno insistir, porque cada vez vienen chicos más jóvenes a los que todo esto les queda cada vez más lejos. Ni siquiera habían nacido cuando todo esto ocurrió. Y es muy difícil que se puedan imaginar lo que pasó.
Eduardo Corvalán, presente
El viernes 21, en el marco de los distintos actos que le dedicó la comunidad de Exactas a la memoria del 24 de marzo de 1976, en el Pabellón I se vivió un momento de gran emoción. El Departamento de Física, en colaboración con la Secretaría de Extensión, Graduados y Bienestar, hizo efectiva la designación de su hemeroteca con el nombre de “Eduardo Corvalán”, trabajador no docente secuestrado y desaparecido el 22 de julio de 1976 junto con su mujer, Mónica Delgado, quien se encontraba embarazada. Corvalán se desempeñaba en la hemeroteca del Departamento hasta el momento de su secuestro. La iniciativa de la nueva denominación contó con el apoyo del Consejo Departamental (CoDep) y del Consejo Directivo de la Facultad.
A cargo del acto estuvo la directora adjunta del Departamento de Física, Gabriela Pasquini, quien, a su vez, sufrió el terrorismo de Estado en carne propia a través de la desaparición de sus padres. Después de la presentación y reflexiones de Pasquini, habló Leonel Gruñeiro, representante estudiantil en el CoDep y, posteriormente, el ex decano Jorge Aliaga describió la relación de los hijos de Eduardo Corvalán con la institución.
El punto de máxima emotividad estuvo dado en las palabras de Mariana y Gabriel, los hijos de Eduardo y Mónica, quienes dijeron reconocer a la Facultad como su lugar propio, recordaron la figura y legado de sus padres y descubrieron la placa que, de ahora en adelante, identificará a la hemeroteca de Física.