La Pampa polar
Científicos argentinos aportaron información de cómo era el mapa del mundo hace 280 millones de años, a partir de un estudio paleomagnético en rocas del cerro “El Centinela”, en la provincia de La Pampa. Esta zona -que está actualmente en una posición casi central de la Argentina- para esos tiempos geológicos estaba en latitudes más australes. Este estudio echa luz de cómo fue el desplazamiento de las masas continentales sobre la superficie terrestre.
Un viaje a La Pampa permitió llegar lejos en el pasado, a más de 290 millones de años atrás, cuando parte de América, África, Oceanía y Antártida conformaban un súper continente, llamado Gondwana. Nada es como entonces, pero en las rocas quedó registrada su posición al momento de formarse, dato que ha sido develado por científicos para delinear ese mapamundi remoto. Un estudio reciente da cuenta que esa zona pampeana de la Argentina estaba en aquellos tiempos, en latitudes extremadamente australes, más al sur de la actual Tierra del Fuego y casi llegando a la Península Antártica.
El pasaporte que lleva a épocas tan antiguas son unas piedras similares a cualquiera para la mayoría de las personas, pero no es el caso del equipo de geólogos que trabajaron junto con Renata Tomezzoli de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, quien indica: “Son rocas volcánicas que se encuentran en la sierra El Centinela en La Pampa, actualmente a 36° de latitud Sur. Este afloramiento -cuya edad va desde los 290 a 270 millones de años aproximadamente, cuando Gondwana ocupaba el hemisferio Sur y Laurasia el hemisferio Norte-, estaba situado en sus orígenes a más de 60° de latitud Sur”. Esa ubicación hoy es muy cercana al Círculo Polar Antártico, ubicado en el paralelo de 66°, al sur del ecuador.
Historia de la historia
El trabajo que ahora fue publicado en Scientific Reports tiene también su historia. En 2009, Tomezzoli partió al norte de La Pampa a hacer un muestreo sistemático en el cerro El Centinela. Pero, en verdad, este estudio había comenzado un poco antes, ya que ella había heredado un tesoro del geologo Augusto Rapalini. Se trataba de una colección de rocas de “una calidad excelente” recogidas allí por 1998, y que estuvieron muchos años guardadas en la facultad. Casi once años después de esta colecta original, ella iba hacer su propio trabajo de campo. No estaba sola. También participaron en la campaña Violeta, su hija mayor, aunque entonces era una niña de 10 años -quien ayudó a cargar piedras-, junto con el petrólogo Hugo Tickyj de la Universidad Nacional de La Pampa y María Woroszylo.
Casi quince días de una rutina estricta y laboriosa: ir en camioneta del pueblo Algarrobo del Águila, donde se alojaban, hasta el punto que el camino lo permitía; luego, caminar unos dos kilómetros hasta llegar a los primeros asomos de rocas, testigos del pasado millones de veces milenario; cargar algunos de sus restos en mochilas para ser analizados a su regreso, en el Laboratorio de Paleomagnetismo «Daniel A. Valencio» del Instituto de Geociencias Básicas, Aplicadas y Ambientales de Buenos Aires (IGEBA).
Magnetismo por el pasado
Todo el día en los campos pampeanos tras los rastros de ese súper continente antiquísimo, que se asoma desperdigado en reliquias, sólo reconocidas por expertos. “En La Pampa, los afloramientos son chicos, y no tienen continuidad lateral. Son sierras aisladas, lo cual hace que sean localidades geológicamente difíciles para trabajar”, describe.
En estas jornadas de campaña, el conocimiento previo es clave a la hora de elegir la muestra apropiada, que servirá en la reconstrucción del pasado antediluviano, a partir del paleomagnetismo. “A simple vista y en base a la experiencia, se decide in situ si una roca podrá tener una buena respuesta magnética o no”, puntualiza la científica, quien define si la piedra hallada es puesta o no en la mochila para llevarla a la porteña Ciudad Universitaria. Aquí está la última palabra, porque tiene lugar la medición con un magnetómetro criogénico “que es uno de los tres aparatos de este tipo que hay en Latinoamérica”.
Este equipamiento es fundamental para los estudios de paleomagnetismo basado en la premisa de que “el campo magnético terrestre es y fue, a lo largo de toda la historia del planeta, paralelo al eje de rotación terrestre. Este es nuestro patrón de referencia. Mientras este eje de rotación se mantuvo fijo, lo que sí se movió fueron las placas tectónicas (los continentes). Las rocas conservan en su interior el registro de ese vector del campo magnético terrestre en el momento en que se formaron. Nosotros, como paleomagnetistas, lo que hacemos es descubrir ese secreto”, detalla, esta investigadora del CONICET.
Ya el petrólogo Tickyj había determinado la edad cronológica de las muestras, de unos 276 millones de años. Este dato, junto con los resultados paleomagnéticos, permitió ubicar en el pasado a esta localidad en una posición mucho más austral a la actual. Este hallazgo echa luz sobre cómo fue el movimiento de los continentes del planeta, específicamente, el camino de deriva polar de Gondwana durante el Pérmico, período geológico que va de los 299 a los 251 millones de años atrás.
Cabe aclarar, que este estudio contó también con la participación de Leandro Gallo, Ernesto Cristallini, Guadalupe Arzadún y Farid Chemale.
Tras Gondwana
Esta investigación publicada en una revista de la prestigiosa editorial Nature, buscó reconstruir cómo era el atlas del viejísimo ayer. “Estos datos dan mayor precisión al trazado de la curva de desplazamiento polar aparente de Gondwana”, destaca Tomezzoli sobre el recorrido de ese megacontinente desde las zonas australes hacia el norte. “Todos los continentes durante el Pérmico se fueron moviendo hacia el Ecuador. Gondwana lo hizo desde el Sur y Laurasia desde el Norte para configurar -durante los finales del Pérmico y el comienzo del Triásico-, a Pangea: Pan, quiere decir todo, y Gea, tierra”, define.
Las reconstrucciones del mapamundi varían de acuerdo con los datos disponibles. Precisamente en este caso, los investigadores atisbaron el camino desandado por Gondwana en el Pérmico, así como también lograron inclinarse por el paradigma que postula a Pangea con una conformación denominada de tipo B, donde América del Norte se ubicaba en paralelo a América del Sur, y no al norte como se sitúa hoy.
Más allá de estas paleogeografías o cartografías de un mundo perdido, ¿cuál podría ser la aplicación de estos hallazgos? “Esto es conocimiento básico –responde Tomezzoli- porque permite reconstruir la configuración de la Tierra hace millones de años. Si se buscan hidrocarburos o yacimientos minerales se requiere saber cómo y en qué momento se formaron. Es necesario seguir avanzando en el conocimiento, para comprender con mayor precisión cómo fue la evolución de las cuencas y de los ambientes geológicos en los que se alojan los recursos naturales. Esto permite lograr mayor eficiencia al momento de hacer exploraciones”.