¡… que se acaba el mundo!
Gracias al rock nacional sabemos, desde la década del 70, que todo termina. Sin embargo, esa certeza no es patrimonio exclusivo de Vox Dei. Cada civilización parece haber imaginado su propia versión del fin del los tiempos. Los grandes números redondos -1.000, 2.000- se llevaron la mayoría de las apuestas, pero quedan algunos boletos jugados al 21 de diciembre de 2012. Esta vez, ¿será el fin o los medios?
En la cultura popular, en ocasiones, se suele aconsejar el despojo de las inhibiciones y la incursión en el cultivo de diferentes placeres de los sentidos ante la presunción del fin del mundo. Tan solo una metáfora que pretende desdramatizar la conciencia que, de su propia finitud, tienen los humanos.
De todas maneras, innumerables y variopintos personajes históricos vaticinaron solemnemente la hora del apocalipsis. Uno de los más conocidos, Michele de Nôtre-Dame o Nostradamus (1503-1566) aún hoy goza de interpretadores de sus oscuras cuartetas proféticas:
El año mil novecientos noventa y nueve, siete meses,
Del cielo vendrá un gran Rey de terror:
Resucitar el gran Rey de Algolmois,
Antes después de Marte reinar por dicha.
Clara e inobjetablemente, esta cuarteta indica que el 11 de agosto de 1999 iba a ser una buena fecha para que el mundo terminase. En 1999 Fernando de la Rúa resultaba electo presidente argentino; Bill Gates presentaba el Windows `98; Ricardo Arjona lanzaba sus grandes éxitos; “Gran Hermano” irrumpía en la televisión y Madonna ganaba un premio Grammy. Indudablemente, un desapasionado análisis actual de aquellos sucesos, demuestran que el fin estuvo muy cerca. De todas maneras, las relativas incertezas de las premoniciones apocalípticas de Nostradamus no alcanzan para descalificar el método: siempre hay a mano algún otro personaje que, simplemente por antiguo, merece el crédito de la sabiduría ilimitada y de la capacidad profética.
Desde hace un par de años, todos los polifacéticos mecanismos de comunicación que conectan individuos de aquella fracción de la humanidad aún no postergada, relegada, olvidada o exterminada sistemáticamente versan sobre el Apocalipsis de diciembre de 2012. Entre diversas versiones y matices del juicio final, tres escenarios parecen preponderar.
Por un lado están los que aseguran que el planeta Nibiru hoy mismo estaría viajando hacia la Tierra con la precisión de una bola de billar impulsada por un supremo maestro de tres bandas. Por otro, muchos libre interpretadores de la cultura maya aseguran que en ella reside la profecía del fin. Finalmente, el popular “¡…que se alinean los planetas!”.
El sexto jinete: Nibiru
Nibiru es un presunto planeta del sistema solar de la mitología sumeria, de supuesto período orbital de 3600 años. Esto es lo que empezó a postular en 1976, un oscuro autor de ficción histórica cuya primera interpretación profetizaba la colisión para mayo de 2003 pero, probablemente por algún pasaje de unidades erróneo, tuvo que reprogramarla para diciembre de 2012.
“¿Cómo podrían los gobiernos de nuestro planeta preparar a seis mil millones de personas para el fin del mundo? No podrían… encontrá la respuesta googleando 2012” [1], rezaba el texto, superpuesto a la imagen de una ola gigante que se filtraba por los Himalayas, en el trailer del blockbuster 2012. Esta sería la explicación para declamar un premeditado ocultamiento de Nibiru por parte de los científicos naturales (que con el poder militar y el económico conformarían la diabólica terna que describe otra producción de Hollywood: Avatar). “La NASA conoce, desde 1983, la existencia de objetos estelares no identificados.” Sin embargo, del mismo modo que los OVNIs no son (hasta el presente) evidencia de inteligencias extraterrestres en contacto cercano, las fuentes infrarrojas desconocidas detectadas por el satélite IRAS [2] hace un cuarto de siglo, nunca fueron evidencia posterior de un noveno planeta del sistema solar. Tema cerrado. Pero así como estas explicaciones no lucen lo suficientemente escatológicas, siempre es posible encontrar dinámicos y empecinados voceros de las visitas de inteligencias extraterrestres como de Nibiru en tanto el planeta que se nos viene encima. La ridícula teoría conspirativa se basa en la eficiencia del presunto poder disciplinador global de la nomenclatura científica capaz de obligar, no solo a los académicos profesionales sino a toda la red mundial de astrónomos aficionados y a sus relaciones más cercanas, a ocultarle al resto del mundo la existencia del armagedón Nibiru sin que se pueda hipotetizar ni la más mínima filtración de información. Sólo posible en un blockbuster.
Los astrónomos del Yucatán
En el calendario de los pobladores originarios del Yucatán, su evento análogo al nacimiento del profeta cristiano dataría de 5126 años atrás, y su convención para nombrar, a partir de ahí, los intervalos temporales sucesivos katunes, baktunes y pictunes, indicaría que nuestro 21 de diciembre de 2012 hubiera sido, en su conteo, una transición parecida a la de 1999 a 2000. En otras palabras, un Y2K maya [3]. Cualquiera sabe que cuando cambian los cuatro dígitos de la numeración convencional, en base decimal, con la que se cuentan las revoluciones de la Tierra alrededor del Sol, nada bueno puede suceder. Con más razón, si el Y2K es en la convención de una cultura ancestral como la maya. Temor garantizado.
Si bien los antropólogos no han encontrado evidencias de que esta fabulosa cultura originaria, con notables desarrollos de la astronomía y de la medición del tiempo, haya vaticinado el fin del mundo, numerosos autores de libros que hoy giran en los anaqueles de cualquier librería insisten, con fervor proporcional a las ventas, que el batkún 13 o nuestro 21 de diciembre de 2012 es el final de algo: o bien del mundo físico o bien de una impronta mental colectiva. Es más, pontifican: “o se produce una resonancia armónica de la humanidad hacia la espiritualidad o se viene el apocalipsis”. No hay terceras opciones.
Sin embargo, una inscripción maya, que data de hace dos mil setecientos años, indica que el rey Pacal dejó escrito en la localidad de Palenque que la conmemoración de su ascenso al poder debía celebrarse en nuestro 15 de octubre de 4772. O sea, mucho más allá del baktún 13, los mayas se veían a sí mismos sobreviviendo como pueblo sin poder siquiera imaginar otras culturas tales como las de Cortés, Pizarro, Custer o Roca.
La fila es el fin
Los cimientos de estas predicciones, ¿son sólo una cuestión de revelación a elegidos o de correcta lectura de antiguas culturas? No, además siempre es redituable usar un poco de jerga de las ciencias naturales: “el 21 de diciembre es el solsticio, el Sol estará en la constelación de Sagitario a sólo tres grados del centro galáctico y a dos de la eclíptica y, como el nodo del solsticio de invierno [4] precede, se acercará más y más al punto de la eclíptica donde entraremos en eclipse con el centro galáctico”. ¿Qué evidencia hay más agorera que un capicúa astronómico? Ya lo decían los pretendientes de Penélope.
“Es muy difícil precisar los límites de la Vía Láctea y aún más la posición del centro galáctico por lo que es imposible predecir ese alineamiento con la precisión de un año y menos con la de ¡un sólo día!… Luego, la modelización de la realidad en lenguaje matemático y el diálogo experimental con la naturaleza por medio de ultra sofisticados sistemas de observación, no identifican al baktún 13 maya con alineamiento galáctico alguno”, se cansan de repetir astrónomos y astrofísicos en los cumpleaños de sus hijos.
La conciencia mundial ¿cambió en 1989?
Cae el Muro, como metáfora política e histórica. Hasta ese momento, la principal amenaza que se cernía sobre las ciencias naturales eran los dogmas religiosos, siempre del lado de las derechas ultramontanas. Lamentablemente, después, ese lugar lo pasan a ocupar respetables nuevas intelectualidades de izquierdas quienes, con un discurso de formato no dogmático, colocan a las ciencias naturales en el lugar del condenable responsable de todas las calamidades que acechan al planeta Tierra a partir del predominio capitalista del escenario. Simultáneamente, otras corrientes de pensamiento, no necesariamente cercanas a las religiones formales, le adjudican a las ciencias naturales el alejamiento de la humanidad de actitudes más reflexivas, sensibles y despojadas de lo material. Nuevas visiones creacionistas, cosmogonías ancestrales, engendros epistemológicos como el de la tecnociencia y paradigmas que rejuvenecían pretenden ubicar a las ciencias naturales como uno más entre otros tantos discursos sociales [5], una mera red de palabras o un acuerdo de dogmas… Y esa es la principal base sobre la que se construyen mensajes de alcance global.
Si, como lo prueban algunos historiadores [6], los sincretismos de fines del siglo XIX y principios del XX fueron las semillas del nazismo, inquieta pensar en lo que las proyecciones actuales de casi aquellos mismos sincretismos podrían significar en los próximos tiempos. ¿Ésta debería ser la verdadera hipótesis apocalíptica o no?
Quizás sea bueno poner en práctica la recomendación popular.
[1] http://www.whowillsurvive2012.com/
[2] Doomsday 2012, the planet Nibiru, and cosmophobia, David Morrison, Astronomy Beat, # 32, setiembre de 2009, pág. 1-6.
[3] 2012. The great scare. E. C. Krupp, Sky & Telescope, noviembre 2009, pág. 22-26.
[4] N. de A.: ¿el Sur nunca existe?
[5] Einstein, historia y otras pasiones. La rebelión contra la ciencia en el final de Siglo XX. Gerald Holton (1995).
[6] Las oscuras raíces del nazismo. Nicholas Goodrich-Clarke (2005).