Glifosato y moluscos invasores

Un combo fatal para el agua

En algunos cuerpos de agua del país, el efecto combinado del glifosato y la acción de un molusco invasor que lo degrada liberando una buena cantidad de fósforo, nutriente preferido de las algas, genera una proliferación excesiva de especies que deterioran la calidad del agua.

16 Dic 2015 POR

 

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Los lagos y lagunas de la pampa argentina ya no son lo que eran. Es que reciben en forma permanente todo tipo de contaminantes, por ejemplo, pesticidas y herbicidas que son arrastrados por las lluvias, lo que las ha enturbiado en gran medida. Pero hay algo más, un mejillón venido de China hace dos décadas ha invadido los ríos de la cuenca del Plata y su presencia contribuye al deterioro de esos ecosistemas. Lo cierto es que el mejillón en cuestión degrada las moléculas de glifosato que también llegan a los ríos y que se hallan disueltas en el agua, acción que podría considerarse como positiva. Sin embargo, uno de los productos de la degradación es el fósforo, cuya abundancia favorece la proliferación de algas, algunas que pueden ser tóxicas. En síntesis, un combo fatal.

Son los resultados de un estudio realizado por investigadores de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, que ya habían demostrado que el mejillón Limnoperna fortunei es capaz de degradar el glifosato y liberar fósforo en el ambiente. Ahora, en experimentos simulando un ecosistema microbiano completo, compuesto por fitoplancton, bacterias y demás componentes, se confirmó que la liberación de fósforo incrementa las poblaciones de algas, y algunas de ellas forman masas macroscópicas que se acumulan y flotan.

“Al estudiar la interacción del glifosato con el bivalvo L. fortunei en un ambiente similar al natural, pudimos comprobar que se produce un efecto sinérgico, es decir, el resultado final es mayor que la suma de los efectos de cada uno por separado”, afirma la bióloga Haydée Pizarro, profesora e investigadora en el departamento de Ecología, Genética y Evolución de Exactas UBA, quien, junto con Daniel Cataldo, también docente e investigador del mencionado departamento, acaban de publicar sus resultados en la revista Ecotoxicology.

En ese experimento, los investigadores analizaron, por separado, los efectos del molusco y del glifosato sobre la comunidad acuática y estudiaron qué sucedía cuando ambos factores se combinaban.

Un ingeniero en ecosistemas

El hecho es que los ecosistemas están sintiendo los embates de un conjunto de fenómenos de origen antropocéntrico: los contaminantes, el cambio climático, la fragmentación del hábitat, la presencia de especies invasoras y la sobreexplotación de especies. Y ninguno de ellos actúa en forma aislada, sino que su efecto puede potenciarse al combinarse con alguno de los otros.

Por su parte, el glifosato, contaminante originado por la agricultura basada en insumos, ha tenido un crecimiento exponencial en los últimos años, y hoy se emplean unos 200 millones de litros por campaña. Cuando este herbicida llega al agua, ya está inmerso en un sistema que también se encuentra afectado por los demás agentes. Por otro lado, una especie invasora, que ingresó al estuario del Río de la Plata durante la década de 1990 y en la actualidad llega hasta el Pantanal, en Brasil, está presente en toda la cuenca del Paraná y el Uruguay, y se lo ha registrado en zonas mediterráneas, como el lago San Roque y el embalse de Río Tercero, en Córdoba.

“Este molusco invasor es un verdadero ingeniero de ecosistemas, con una gran potencia de filtración y capacidad para modificar la dinámica de un ambiente”, relata Pizarro, y prosigue: “Junto con Daniel Cataldo, que trabajó durante muchos años con este molusco, decidimos ver qué sucedía cuando éste se combinaba con el glifosato”.

La primera aproximación fue realizada en el laboratorio, en peceras con agua de río que había sido esterilizada en autoclave, es decir, carecía de organismos vivos. Los investigadores incorporaron el glifosato junto con el molusco, y pudieron observar que éste efectivamente degradaba el herbicida. El problema es que esa degradación aceleraba la liberación de fósforo en el agua.

“Los resultados fueron contundentes. Cuando el glifosato estaba en presencia del molusco, su vida media se reducía cuatro veces”, detalla la investigadora. Sin la presencia del mejillón, el glifosato se va biodegradando lentamente o se adsorbe, es decir, sus moléculas quedan retenidas en la superficie de las partículas sólidas que se hallan en suspensión en el agua, y se va sedimentando en el fondo.

Al acelerarse la degradación del herbicida mediada por el molusco, y aumentar la cantidad de fósforo disponible para los organismos acuáticos, se generó un cambio en las comunidades biológicas, principalmente en el fitoplancton, “que utilizaba ese fósforo y mostraba un elevado crecimiento, enturbiando el agua”, indica Pizarro. En particular, se desarrollaron masas de algas filamentosas, que suelen desprenderse y acumularse. Con el calor y el sol, estas masas se descomponen deteriorando la calidad del agua. Cuando el glifosato y el mejillón actuaban por separado, esas algas no aparecían.

Las algas filamentosas forman matas verdes en las orillas de las lagunas. Pizarro sostiene que en ambientes con presencia de cianobacterias, este “combo” puede provocar que se multipliquen mucho. Algunas especies de cianobacterias, que producen toxinas, pueden envenenar a los organismos que habitan en el mismo ambiente y también a los seres humanos. Para que ocurra una gran floración de estas algas, además de la presencia de nutrientes en el agua, como el fósforo, deben darse ciertas condiciones: buena radiación solar, estabilidad de la columna de agua y temperatura adecuada.

“La conclusión es que, ante la presencia de glifosato junto con el mejillón invasor, la calidad del agua se deteriora mucho más rápido”, destaca Pizarro.