La astrofísica pierde una estrella
Hoy falleció el astrofísico más conocido de nuestro tiempo a los 76 años de edad, tras una enfermedad que se había convertido en su carta de presentación. Los físicos Juan Pablo Paz y Fernando Lombardo recorren en esta nota los aportes de Stephen Hawking y reflexionan sobre su popularidad.
Cuando una estrella muy masiva muere, la materia que la formaba colapsa sobre sí misma y, al concentrase en un volumen muy pequeño, la atracción gravitatoria es tan fuerte que la luz no puede escapar. Es el nacimiento de un agujero negro.
Cuando una estrella de la astrofísica como Stephen Hawking muere, también deja un agujero negro en el mundo del conocimiento. Y, a la vez, es el nacimiento del mito detrás del científico brillante.
No es casual que al pensar en este multifacético físico teórico que falleció hoy, a los 76 años, tras una larguísima y terrible enfermedad, lo primero que surja sea asociarlo con los agujeros negros.
A mediados de la década del 70 descubrió que no es cierto que nada pueda escapar de la acción gravitatoria de estas singularidades espaciotemporales. Hawking detectó que emiten –es decir, que permite salir- una tipo de radiación.
“Hawking es una personalidad brillante de la ciencia del siglo XX”, afirma, categórico, el físico Juan Pablo Paz, profesor del Departamento de Física de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales e Investigador del CONICET. “Entre las cosas más relevantes que hizo, una fue descubrir que la mecánica cuántica predecía que los agujeros negros en realidad no son tan negros. Hawking descubrió que emiten una forma de radiación, que hoy se llama “radiación de Hawking” y no fue todavía detectada en forma directa”, agrega.
Fernando Lombardo, también profesor de Exactas UBA e investigador del CONICET, coincide en la caracterización: “Hawking fue un físico brillante que hizo aportes importantísimos en una disciplina tan difícil que ni siquiera hoy tiene solución, como lo es la unificación de la relatividad general con la mecánica cuántica. Él dio un primer paso descubriendo la radiación que lleva su nombre, radiación que tiene cierta temperatura, y que es inversamente proporcional a la masa del agujero negro. Ese es un aporte relevante en un área de la física teórica que todavía no fue terminada de entender”, sostiene.
Ambos coinciden también en que, si bien el descubrimiento que lo catapultó a la fama fue el relacionado con los agujeros negros y su radiación, la enorme popularidad se debió también a su problemas de salud. “Hawking se convirtió en una celebridad y creo que no fue sólo por su capacidad y sus resultados sino también por la enfermedad contra la cual luchó toda su vida”, afirma Lombardo.
“A veces, los medios caen en el error de compararlo con otros científicos y discutir si fue más o menos importante que Einstein o que Newton”, agrega Paz. “Siempre se lo comparó con ellos, probablemente porque ocupaba la Cátedra Lucasiana de la Universidad de Cambridge, que es la misma que ocupaba Newton. Es un error hacerlo. Yo no creo que las conclusiones de Hawking estén a la altura de Newton, Einstein u otras personalidades del siglo XX sino que en su celebridad influyeron -y me parece razonable, comprensible, justo y lógico que así haya sucedido- las condiciones en las que Hawking se vio obligado a trabajar. En ese sentido, es un ejemplo porque en los últimos 35, casi 40 años, Hawking vivió postrado por una enfermedad muy terrible”.
En el año 1963, siete años antes de su famoso descubrimiento, le diagnosticaron un tipo de esclerosis lateral amiotrófica (ELA), una enfermedad neurodegenerativa progresiva que le fue impidiendo el movimiento inexorablemente. Si bien en ese momento le habían pronosticado una sobrevida de apenas dos años, logró sobrevivir más de cincuenta años, durante los cuales realizó todo su aporte a la ciencia y al conocimiento.
“Seguramente fue envidiado por muchos a los que la naturaleza los había tratado mucho mejor en cuanto a su estado físico”, sostiene Juan Pablo Paz. “Siempre mantuvo su sentido del humor, su ganas de investigar, su deseo por conocer. Me parece que en ese sentido es un ejemplo. Es justo mencionarlo como un ejemplo para la humanidad y yo lo describiría de esa manera”, remarca.
Su colega, Fernando Lombardo, se inclina a pensar en un sentido similar. “Esa capacidad de seguir trabajando y, además, comenzar a divulgar y convertirse en un escritor de bestsellers, no sólo direccionados hacia un público de científicos sino al público en general, opinando de muchos temas aunque no fueran su especialidad, apareciendo en series de televisión como Los Simpson o en videos, lo convirtieron realmente en una especie de rockstar”, afirma sin dudar. “Eso es debido a la conjunción de dos cosas: por un lado, su aportes científicos en un área muy árida y difícil, y por otro, por convivir con una enfermedad terrible que lo dejó postrado desde muy joven sin que eso le haya impedido llevar adelante su vida y sus trabajos, su desarrollo como divulgador científico, como personalidad mediática y con influencia”, sostiene Lombardo.
Esa posibilidad de hablar y ser escuchado y respetado le permitió a Hawking no sólo divulgar temas de su especialidad sino también difundir sus opiniones sobre calentamiento global, inteligencia artificial y la posible necesidad de migración humana hacia otros planetas. Sin dudas, cada cosa que decía tenía repercusión inmediata. “Bastaba que él dijese algo en un medio masivo para que se replicara en todo el planeta”, sostiene Lombardo.
Juan Pablo Paz, por su parte, recuerda que de las dos o tres veces que tuvo la oportunidad de verlo, hay una conferencia que presenció y que no olvidará por la anécdota que pintó a Hawking con ese halo de estrella de rock que mencionaba Lombardo. “La primera vez que lo vi fue en una conferencia sobre el origen de las asimetrías del tiempo, el problema de la flecha del tiempo. Un problema viejísimo de la física que renace continuamente. En esa ocasión, yo era un joven de 30 años que había empezado a colaborar con uno de sus estudiantes más conocidos, Raymond Laflamme, que era quien le hacía de intérprete. En esa conferencia yo me sentí muy intimidado, sólo lo escuché hablar con su voz de computadora sintetizada y presencié algunos diálogos de él con otra gente. La conferencia era cerca de Sevilla, él inauguraba un auditorio gigantesco con esa charla sobre la flecha del tiempo. Pidió que oscurecieran toda la sala y que le pusieran uno de sus temas favoritos, que era uno de Pink Floyd, del disco El lado oscuro de la Luna, ese que empieza con relojes (N de R: “Time”). Quería hacer una especie de entrada triunfal en el escenario. Entonces empezó a sonar a todo volumen Pink Floyd y él se mandó con la silla de ruedas -que todavía controlaba bien con los dedos de la mano derecha- a toda velocidad. Casi no pudo frenar. Llegó al borde del escenario y se le tiraron encima para evitar que se cayera. Pero él se reía. Hacía esas cosas para divertirse. Qué más podía hacer que tratar de pasarla bien de la manera en la que le tocó vivir. En ese sentido es un ejemplo. La pasó bien, lo mejor que pudo, creo yo”.
Stephen Hawking nació el 8 de enero de 1942, el día que se cumplían 300 años de la muerte de Galileo Galilei, el astrónomo que revolucionó la ciencia. Y murió hoy, 14 de marzo, el día del cumpleaños de otro físico tan genial como inmortal: Albert Einstein. No es más que una mera coincidencia que la mente brillante de Hawking hubiera desdeñado. Hawking no creía en misterios ni en ningún tipo de trascendencia que no fuera el legado de su propia sabiduría. Dijo, hace no mucho tiempo: “Considero al cerebro humano como una computadora que dejará de funcionar cuando fallen sus componentes. No hay paraíso o vida después de la muerte para las computadoras que dejan de funcionar, ese es un cuento de hadas para gente que le tiene miedo a la oscuridad”.