Un equipo de geólogos encontró la huella de dinosaurio más antigua de la Cuenca Neuquina. El hallazgo obliga a repensar el paleoambiente de la región, y además apoya otra hipótesis: los estegosaurios podían vadear cursos de agua.
Pablo Pazos
En las rocas de Cabo Corrientes, Mar del Plata, se pueden observar huellas de organismos que vivieron hace unos 490 millones de años. Esas trazas fósiles habían sido descriptas en 1966, pero nuevos estudios brindan una caracterización más precisa.
El hallazgo, en la zona del cañón del Atuel, en Mendoza, de numerosas huellas de organismos marinos de hace unos 400 millones de años refuta la hipótesis acerca de cómo eran los ecosistemas marinos más profundos.
Como detectives del pasado, los geólogos especializados en icnología buscan en rocas sedimentarias rastros de fósiles. Saber de qué manera la flora y la fauna antiguas se fueron depositando y formando los estratos ahora rocosos, permitiría encontrar posibles áreas de interés petrolero y reconstruir la historia geológica del lugar de estudio.
La icnología es una disciplina surgida en los últimos cincuenta años y que se ocupa de estudiar el comportamiento fósil, es decir, analiza las huellas de seres que se desplazaron sobre la superficie terrestre hace millones de años. Pero esas huellas, además de contarnos cómo vivía el organismo en cuestión, permiten describir el ambiente en el que transcurrían sus días.
Pablo Pazos, profesor en el Departamento de Ciencias Geológicas de Exactas UBA, brinda algunas precisiones sobre el nuevo yacimiento de hidrocarburos encontrado recientemente en Río Gallegos, provincia de Santa Cruz.