El 15 de noviembre de 2002 comenzaba un experimento inédito para la región. Con globos sondas, pluviómetros y hasta un avión cazahuracanes se pudo medir la corriente de chorro en capas bajas de Sudamérica, responsable de eventos meteorológicos extremos en el norte y centro del país. Cuatro reconocidas investigadoras que participaron de aquella iniciativa explican por qué sus resultados modificaron el paradigma de los pronósticos meteorológicos en el Cono Sur.
Matilde Nicolini
Según parece, la mítica tormenta no visitará a los porteños este año. Las estadísticas indican que su ausencia no debería sorprender a nadie. La tormenta del pasado 20 de agosto habría sido un émulo de Santa Rosa.
El Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva eligió a tres investigadores de la Facultad entre los once ganadores de todo el país, de los premios Houssay, Houssay Trayectoria y Rebeca Gerschman 2011. Ellos son: la bióloga Marta Mudry, la meteoróloga Matilde Nicolini y el geólogo Ernesto Cristalini.
La tormenta del 4 de abril pasado pudo visualizarse en los radares de Pergamino, Ezeiza y Paraná como una línea en forma de arco que representaba el frente de ráfagas. Esa forma se vincula con vientos intensos y copiosas precipitaciones, según investigadores de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.
En ciertos momentos del año, existe una percepción generalizada de que el pronóstico meteorológico no acierta lo suficiente. Y algo de verdad hay en ello. Porque, según los propios meteorólogos, es más difícil hacer predicciones del tiempo durante el verano. Es en esta época cuando más se pone en juego la experiencia del pronosticador.