Bitácora

Tras los pasos de la vinchuca

Desde hace más de 30 años, Ricardo Gürtler, director del Laboratorio de Eco-epidemiología de la FCEyN, estudia los insectos transmisores de enfermedades como el mal de Chagas y el dengue. Conocerlos a ellos, para combatirlos, lo llevó a transitar caminos impensados.

24 Jul 2012 POR

Parte del equipo del laboratorio de Eco-epidemiología que dirige Ricardo Gürtler, en un viaje de campaña. Los investigadores conviven durante dos o tres semanas con los lugareños y colaboran en allanar algunas de las dificultades, entre las que el Chagas es uno más de la lista, junto con los males generados por la falta de agua potable. 

Entrevista a Ricardo Gürtler

Descargar archivo MP3 de Ricardo Gürtler

A veces, el primer encuentro pasa desa­percibido. Pero en el caso de Ricardo Gürtler, director del Laboratorio de Eco-epidemiología de la Facultad, ese encuentro significó un impacto que, aun pasados más de treinta años, lo marcó de por vida. Fue en diciembre de 1979, en el poblado de Guanaco Muerto, en el noroeste de Córdoba, donde haría su debut en el trabajo de campo como parte de una investigación tras los pasos de la vinchuca, transmisora del mal de Chagas. Era estudiante de biología, habituado a vivir en la ciudad y, aunque le encantaba la especialización marina, llevaba todas las expectativas de poner a prueba en el terreno aquello que había escuchado en clase.

Aridez y polvo envolvían el paisaje, junto con un calor extenuante. “Después de tres horas de viajar en Rastrojero, llegamos a una casa y pedí agua. Me dijeron: ‘Ahí hay’. Y no la encontré. Es que buscaba una canilla o un tanque. Lo que tenían era una represa excavada en la tierra, algo parecido a agua estancada o barro. Eso es lo que consumían no solo los animales, sino la gente”, relata hoy, sin salir del estupor, sentado en su laboratorio del Departamento de Ecología, Genética y Evolución. Enseguida agrega: “A la pobreza de la vivienda y que la gente vestía prácticamente harapos, se sumó el hecho de que, cuando descolgamos un saco de uno de los moradores, salieron cantidades industriales de vinchucas llenas de sangre. Estas dos cosas, junto con el entorno natural y social, me impactaron mucho”.

Allí estaba este insecto oscuro, que suele esconderse en las grietas de las paredes de barro de los ranchos y en los techos de paja, donde permanece todo el día escapando de la luz. De noche sale a buscar comida: sangre caliente. Justamente, de qué animales se alimenta era una de los interrogantes que llevó al grupo de estudio a ese paraje. “Este tema me sigue interesando y, vinculado a otros aspectos, es una de mis líneas de investigación. Básicamente, la vinchuca elige a quién va a picar para alimentarse y de ese contacto surge la transmisión del parásito”, describe. Una de las presas conocidas es el hombre. En ese entonces, los moradores de esos hogares estaban literalmente rodeados. “Hace 30 ó 40 años, las casas podían albergar hasta 3.000 vinchucas, y a veces más. Hoy están más combatidas”, compara.

Este insecto era una de las pocas cosas que más abundaban en la pobreza rural extrema, y al que querían conocer en detalle. Para eso, ayer como hoy, los investigadores conviven durante dos o tres semanas con los lugareños y colaboran en allanar algunas de las dificultades, entre las que el Chagas es uno más de la lista, junto con los males generados por la falta de agua potable. “Trabajamos con personas expuestas a insectos que transmiten una enfermedad, –señala– que forma parte de una realidad socio-política y económica, que es la base del problema. La vinchuca y el Chagas, así como otras dolencias transmisibles, son indisolubles de esos componentes sociales”.

Su propuesta es de integración, muy alejada de la postura conocida como safari research. “Este tipo de investigación fue común en el Tercer Mundo durante el período colonial y aún después, cuando llegaban los científicos de los países desarrollados. Literalmente salían de “cacería” de plantas, insectos, y hasta muestras de sangre de animales y personas”, comenta. Otra forma parecida de actuar (con poco contacto con las comunidades y escape rápido) ha sido local. “Era bastante común que la gente de salud pública llegara al poblado como un grupo comando tipo SWAT, realizara una intervención en forma vertical casi sin explicaciones, y enseguida se fuera”, remarca. La situación era aún más grave si se trataba de pueblos originarios, según menciona. “Fue muy común sacar muestras de sangre sin consentimiento informado del poblador, sin decirle muy claramente el porqué ni cómo se beneficiaría o eventualmente se podría perjudicar, ni devolver los resultados de los estudios ni ocuparse de los tratamientos. Ocurre cada vez menos en la Argentina ya que hay más conciencia de los aspectos éticos relacionados con la investigación y las intervenciones en salud”, puntualiza.

Luces y sombras

El equipo de Gürtler no solo está integrado por numerosos científicos, sino que los lugareños resultan una pieza clave. Un ejemplo es la tarea realizada en cinco comunidades rurales alrededor de Amamá, en Santiago del Estero. ¿Qué hicieron? Convocaron a los pobladores a tomar parte activa en esta lucha, los pusieron al tanto de los estudios en marcha y les enseñaron a usar insecticidas cuando encontraban vinchucas en sus viviendas. “Antes del rociado promovimos que revocaran las paredes para eliminar las grietas donde se aloja el insecto y, luego, usamos herramientas científicas para evaluar el impacto de estas intervenciones y determinar si constituían un progreso o no”, ejemplifica.

Los investigadores no solo fueron casa por casa, sino que preguntaron qué pensaban los lugareños sobre el tema. En otras palabras, la filosofía consiste en ir y compartir el problema, porque de lo contrario es probable volver con la sensación de nunca haber estado. ¿El resultado? “En un trabajo a largo plazo, de acción conjunta, logramos interrumpir la transmisión del mal de Chagas en uno de los municipios de más alto riesgo de la Argentina: el Departamento Mariano Moreno, en Santiago del Estero”, subraya.

El trabajo compartido es el pasaporte para que una visita de fumigación no sea vivida como una intromisión en la privacidad. “Durante una hora, dos o tres personas de los programas de control de vectores y nosotros revisamos desde abajo de la cama hasta el techo para ver si hay vinchucas y cuántas son. Se usan insecticidas de baja letalidad para obligar al insecto a salir de su refugio”, grafica.

Los pobladores abren sus puertas, no solo una vez. “En Pampa del Indio, en la antesala de El Impenetrable chaqueño, en tres años y medio habremos visitado y revisado cada casa unas catorce veces en la zona de control intensivo”, cuantifica. Uno de los objetivos es identificar el origen de los insectos que reinfestan las viviendas luego de la aplicación de insecticidas, y para ello usan una serie de métodos. “Mediante este monitoreo intenso –destaca– descubrimos la existencia de un nuevo foco de resistencia a insecticidas en las vinchucas del Chaco”.

Bien temprano, entre las siete y las ocho según sea verano o invierno, los investigadores visitan las viviendas. “Los criollos, con quienes he tenido mayor contacto, en su gran mayoría son muy hospitalarios. Esta gente está acostumbrada a vivir en condiciones muy duras, de mucho sacrificio, y suele cooperar activamente cuando ve que la cosa va en serio y los puede ayudar”, dice.

Allí, tampoco es raro que los científicos sean objeto de estudio de los lugareños. Todo forastero es por definición un bicho raro. “El criollo es muy pícaro (especialmente el santiagueño), y le gusta tomarnos el pelo y reírse de nuestra ignorancia sobre las cosas del monte. Te dicen cosas para probarte y después comentan entre ellos, a las risas”, sonríe.

Estos investigadores investigados ya no son de los pocos que visitan estos lugares olvidados por la mayoría. “Cuando llegamos a Amamá en 1982, había candiles, ni siquiera un ‘sol de noche’. En invierno, a las seis de la tarde ya era oscuro, caminabas y a lo lejos solo veías una lucecita o brasas de un fogón y se oían los sonidos del monte. Era bastante movilizante para cualquiera acostumbrado a la luz eléctrica y a los ruidos de la ciudad”. Pasaron los años y ya avanzado este siglo llegó la electricidad a algunas zonas rurales. “En el 2005, en el patio de una casa donde vendían bebidas, habían puesto Direct TV. Todas las tardes se congregaban unas 50 a 70 personas que veían la televisión allí por primera vez. ¿Qué miraban? Una telenovela venezolana o brasileña, fascinados, entre chistes y comentarios sobre lo que ocurría en la pantalla, un acontecimiento social y cultural de magnitud. Era extraño ver eso y recordar cómo eran las cosas allí mismo pocos años antes”, afirma.

Platos preferidos

Desde hace 30 años, algunas preguntas guían sus investigaciones: de qué se alimenta la vinchuca, qué factores aumentan el riesgo de transmisión del Chagas y cómo intervenir. Se sabe que, sobre su presa, el insecto despliega su trompa, inserta los estiletes bucales en la piel así como saliva anticoagulante y comienza a chupar. Si no es perturbada, puede ingerir varias veces su propio peso. Al hincharse su tubo digestivo se ve obligada a defecar y, si está infectada del parásito Trypanosoma cruzi, lo puede dejar sobre la picadura. Cuando la víctima se rasca, facilita que el parásito ingrese al organismo.

“De esos trabajos iniciales surgió que las vinchucas no solo se alimentan de las personas, sino de los animales domésticos, en especial perros y gallinas”, enfatiza, sin dejar de señalar: “Entre un perro, una gallina o un gato, experimentalmente demostramos que las vinchucas prefieren al perro. Aún no sabemos por qué. También mostramos que esta preferencia se puede explotar para que los perros provistos de collares impregnados con insecticidas terminen convirtiéndose en una ‘trampa letal’ para las vinchucas que se alimenten de ellos”.

El interrogante inicial sigue reuniendo nuevas aristas y, aún hoy, es uno de sus temas de estudio integrado al control de las vinchucas. Allá lejos quedó la biología marina, aquí, más cerca, el encuentro de la “otra” Argentina y su gente.