Estudio sobre la reproducción de tijeretas

Más fieles de lo imaginado

Cuando estas aves migratorias fueron puestas bajo investigación surgió algo inesperado: sólo el 5 por ciento habían sido infieles. En términos biológicos, a esta característica se la denomina monogamia genética. En contra de lo supuesto, el tamaño de la cola no parece incidir en la reproducción.

15 May 2015 POR

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Quizás esta encuesta en seres humanos no alcanzaría esta marca. Tampoco se esperaba que ocurriera en estas aves migratorias bajo estudio. Es que, las tijeretas -esos pájaros que vuelan unos 4.000 kilómetros para venir a reproducirse en la Argentina-, resultaron más fieles de lo pensado. En un 95 por ciento de los casos, los machos que cuidaban el nido eran los auténticos padres de los pichones, según un seguimiento realizado durante tres años, y cuyo resultado sorprendió a los mismos investigadores.

“Casi no hay cópulas por fuera de la pareja. Esto es de apenas un 5 por ciento, que no es nada. Las parejas son monógamas sociales y genéticas. Nos llamó la atención porque en un panorama de selección sexual típico, hay ciertos individuos con algún carácter exacerbado que los hace más atractivos, y monopolizan las cópulas. Se trata de los preferidos, con quienes todas quieren aparearse, y por eso tienen más hijos. Acá no encontramos eso”, dice el doctor en biología, Diego Tuero, de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires (Exactas UBA).

A simple vista, y por eso su nombre más conocido, las tijeretas muestran una cola que parece una tijera y duplica en largo al cuerpo. El tamaño varía según el sexo. En las hembras es más chica que en los machos, y entre ellos también hay diferencias. Algunos de ellos muestran una mayor dimensión que otros. “Una de las hipótesis es que individuos con cola más extensa van a tener mayor cantidad de novias, serían los preferidos. Y tendrían mayor cantidad de hijos. En tanto que, padres con cola chiquita tendrían en su nido un porcentaje mayor de pichones que no fueran suyos”, relata Tuero, quien investiga el tema junto a Carolina Facchinetti y Florencia Pucheta, en el equipo de Juan Carlos Reboreda, actual decano de Exactas UBA.

A lo largo de tres años, los científicos estudiaron a estos pájaros que vienen desde los llanos de Colombia y Venezuela, a tener su descendencia a la región Pampeana de nuestro país, entre otros lugares. Allí, bandadas de tijeretas, luego de volar durante unas siete a doce semanas un periplo de cuatro mil kilómetros, arriban en la primavera, a principios de octubre. Los investigadores las aguardan para seguirlas de cerca. “Esperamos a que construyan su nido con pasto. La hembra es la que incuba los huevos, que suelen ser de tres a cinco por puesta. La pareja alimenta a los pichones, siendo la hembra la que más lo hace”, describe Tuero, desde el Departamento de Ecología, Genética y Evolución en la porteña Ciudad Universitaria.

Diego Tuero. Foto: Diana Martinez Llaser.

Diego Tuero. Foto: Diana Martinez Llaser.

Sin perder de vista a treinta familias completas de esta especie, los investigadores tomaron muestras de sangre de los machos que cuidaban el nido, así como de los pichones, para analizar el ADN y determinar el parentesco. “En el 95 por ciento de los casos, eran los auténticos padres”, precisa Tuero con cierta decepción porque esperaba hallar que los machos con cola más larga tuvieran hijos en varios nidos, y aquellos con cola más corta criaran pichones que no fueran sus hijos. “Pero así es la ciencia, uno no encuentra lo que quiere, sino lo que encuentra”, sonríe.

De unos treinta gramos de peso, estas aves de panza blanca y lomo gris, muestran altos niveles de fidelidad que, en términos biológicos, se la conoce como monogamia genética. Algo similar se registra en las parejas de pingüinos que caminan kilómetros en el hielo empujando con delicadeza el huevo para evitar que se rompa. “En especies con eventos reproductivos muy costosos se observa una monogamia genética muy alta, donde ambos integrantes de la pareja dan una gran dedicación a las crías para que funcione. Uno podría sospechar que algo de esto ocurre en las tijeretas que deben alimentar a su cría una vez cada ocho minutos durante catorce días”, concluye Tuero, investigador del CONICET.