Distinción internacional

Rubinstein en la TWAS

El científico argentino Marcelo Rubinstein fue nombrado oficialmente como nuevo integrante de la Academia Mundial de Ciencias (TWAS). Es el único investigador que trabaja en nuestro país entre las cuarenta nuevas incorporaciones que decidió esta institución. En una entrevista con NEXciencia, Rubinstein señala la estrecha relación entre desarrollo e inversión en ciencia y tecnología y no oculta su inquietud por la política científica nacional.

19 Dic 2016 POR
Marcelo Rubinstein.

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Marcelo Rubinstein acaba de ser incorporado como uno de los cuarenta nuevos miembros de la Academia Mundial de Ciencia (TWAS, por su sigla en inglés).  Es el único por la Argentina, donde dirige interinamente el Instituto de Investigaciones en Ingeniería Genética y Biología Molecular “Dr. Héctor N. Torres” (INGEBI, CONICET), además de ser profesor en Exactas UBA e investigador superior del CONICET.  Su pasión por la química y sus ganas de entender cómo pensamos siguen intactas, así como sus inquietudes por la situación de la ciencia en la Argentina.

– ¿Te sorprendió tu incorporación a TWAS?

– En parte sí y en parte no, porque yo sabía que estaba nominado. La nominación es un proceso formal donde miembros de la Academia te contactan para decirte: «queremos proponerte a vos». Una vez que eso ocurrió, tenés que conseguir referencistas o especialistas en tu trabajo  que puedan dar cuenta del valor curricular de tu carrera. Esa fue la parte más satisfactoria porque la mayoría fueron investigadores muy importantes del exterior, quienes me han hecho buenas cartas. Pero, evidentemente, hay una idea de lo difícil que es hacer ciencia competitiva en un país que no lo es. Justamente, TWAS es la academia de todos aquellos países que están en vías de desarrollo, la mayoría de los cuales -con la excepción en los últimos años de China e India- no hacen esfuerzos sobresalientes por estar en las ligas mayores. Nosotros hemos sido testigos en la última década de que en Argentina se ha hecho un esfuerzo mayor, pero que ni te acerca a la situación de los países desarrollados, si bien te mejora respecto de las situaciones anteriores. Incluso, quienes están muy cerca de la ciencia -como ustedes que divulgan los trabajos-, no se dan cuenta de la tremenda diferencia entre la manera en que nosotros trabajamos y cómo se trabaja en un centro de Estados Unidos, Japón o Alemania.

-¿Se trata sólo de una cuestión de recursos económicos?

-En principio, lo que uno ve es un problema de recursos. Pero fundamentalmente son decisiones políticas. Ahora se ha puesto  de nuevo sobre el tapete la cuestión acerca de cuál es el porcentaje que invierten los países en ciencia y tecnología. Existe una curva de correlación perfecta entre desarrollo económico e ingreso per cápita y porcentaje del PBI que se destina a ciencia y tecnología. No es casualidad que estos países destinen altos porcentajes de su PBI a ciencia e incluso compitan para ver quién pone más. Y, tampoco es casualidad, que otros países estén intentando perforar ese nivel para entrar al grupo de los grandes, por ejemplo China, donde hay 1.300 millones de personas, y el ingreso per cápita es muy bajo, incluso menor que el de la Argentina. Es dinero que viene acompañando una política, una decisión. Después tenés otra decisiones políticas que no necesitan más dinero. Nosotros tenemos un sistema que, con la misma cantidad de plata, podría ser más competitivo si tuviéramos una organización institucional que facilitara la utilización más eficiente de los recursos que tenemos. Porque nosotros tenemos lo más difícil de tener…

-¿A que te referís?

-A lo más caro, a lo más imprescindible, recursos humanos bien formados, en una masa crítica importante para la Argentina y en muchísimas disciplinas que se vinculan entre sí. A su vez, esas personas ocupan todas las generaciones. O sea, tenemos excelentes científicos que ya cumplieron 60 años y están en actividad; otros que están en la década de los 50, 40, 30 y, luego, vienen estudiantes que van a ser investigadores. Por suerte logramos tener continuidad porque en los últimos 30 años tuvimos democracia y no hubo grandes exilios producidos por problemas políticos como en las décadas del 60 y del 70. Por supuesto, hay un montón de gente afuera que podría venir. Es gente muy bien formada que siguen teniendo vínculos con lugares del primer mundo y que tienen unas ganas bárbaras de trabajar mejor. No estamos vencidos, seguimos creyendo que podemos hacerlo de otra manera. Estamos como acostumbrados a pedalear en la arena. Nosotros sacamos nuestra bicicleta y pedaleamos en la arena mientras que en otros países toman un automóvil y van por una autopista.

-¿En qué países se ha logrado lo que proponés?

-No hablo de Estados Unidos o Inglaterra que han sido países imperiales y lograron su riqueza saqueando a otros. Yo te hablo de países que se lo han propuesto siendo pobres, como Corea del Sur, Israel, inclusive Australia o China. Cuba es un muy buen ejemplo porque es un país pobre por sus condiciones pre revolucionarias y por el bloqueo de las últimas décadas. Así y todo, el gobierno cubano se dio cuenta de la importancia estratégica de la biotecnología, de la creación de vacunas, etc. Y se dijeron: «En esto debemos ser pioneros». Me tocó visitar la isla por cuestiones científicas y se te caían las medias porque uno veía que los tipos lo único que están aplicando es el sentido común. Hay que ver el nivel de los bioterios, donde tienen a los animales de experimentación, donde ellos fabrican los anticuerpos monoclonales. En la Argentina nunca se logró un bioterio de esa calidad a pesar de que nosotros tenemos mucho mejores veterinarios, investigadores. ¿Por qué? Porque no hay decisión política para hacerlo.

"Si pretendés que la ciencia y el conocimiento sean parte de los engranajes de un proyecto industrial en la Argentina, debes tener calidad", afirma Rubinstein.

«Si pretendés que la ciencia y el conocimiento sean parte de los engranajes de un proyecto industrial en la Argentina, debes tener calidad», afirma Rubinstein.

-¿Tu idea sería tomar un número de áreas y dedicarnos a ellas?

-Se dice que la Argentina viene dilapidando oportunidades a lo largo de las décadas, y es así. ¿Cómo se hace para no seguir así? Y bueno, se deberían proponer objetivos a nivel competitivo. Si pretendés que la ciencia y el conocimiento sean parte de los engranajes de un proyecto industrial en la Argentina, debes tener calidad. El mundo fue evolucionando desde la creación industrial a tal punto qué, si estás por debajo de ese nivel, no participás. Terminás vendiendo muñecos a cuerda a los que le das dos vueltas y te quedás con la cuerda en la mano.

“Vivimos de las glorias del pasado”

Madre física, padre economista, Rubinstein -quien siempre quiso entender cómo pensamos, cómo sentimos o cómo procesamos las decisiones-, estuvo por seguir Medicina pero finalmente optó por química en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires. “Quería aprender química como una vía de llegada al sistema de nervioso como si necesitaras aprender ruso para irte a vivir a Rusia y, al final, te terminás enamorando del idioma ruso. Eso me pasó con la química. Luego me fui metiendo en el mundo de la biología que es inagotable”. Fue International Research Scholar del Howard Hughes Medical Institute y obtuvo numerosas distinciones a lo largo de su carrera. Fue dos veces ganador del Premio Bernardo Houssay otorgado por la Sociedad Argentina de Biología y recibió la Medalla Ranwel Caputto de la Academia Nacional de Ciencias. En 2014 obtuvo el premio que otorga la TWAS en Biología por sus investigaciones en genética de la conducta asociada a las adicciones. Y ahora, su incorporación como miembro académico, por su aporte a la comprensión de los genes involucrados en el comportamiento del apetito, adicción y obesidad. Además de haber desarrollado en Sudamérica y Argentina tecnologías de transgénesis y genética molecular en ratones.

Con respecto a este reciente reconocimiento, Rubinstein destaca: “Un problema del cual nos debemos hacer cargo todos los investigadores argentinos es que cada vez que nosotros podemos poner un pie, un dedo en la ciencia mundial es un logro colectivo. Ninguno de nosotros puede sentirse que es algo especial. Nosotros, los que logramos tener cierta visibilidad por algo que hicimos acá, lo único que deberíamos hacer es aprovecharlo para darle una atracción más fuerte a nuestros sistema para que vaya para adelante, para que siga vivo, para que crezca, para que le sirva  a los jóvenes para darse cuenta de que se puede hacer ciencia en la Argentina.

¿De qué manera creés que esa idea podría traducirse en acciones concretas?

Es una pena que no tengamos un grado de visibilidad mayor como sistema porque no tenemos un grado de productividad mayor. Porque en la medida que nuestro sistema sea más productivo, tendremos más académicos, más publicaciones, más patentes, más interacción con la industria local e internacional. Ese es el paso que debemos dar, y en la medida que no lo demos, seguiremos así, con algunos ejemplos. Nosotros vivimos, todavía, un poco de las glorias del pasado. Nosotros tuvimos dos premios Nobel, cuando la organización mundial de la  ciencia no pasaba tanto por los grados de estructuración y por el grado de industrialización de la propia ciencia. Por ejemplo: Leloir o Houssay o incluso mis propios maestros se armaban sus propias aparatos. Iban a la ferretería, se compraban las cosas. En todo instituto siempre había alguien que sabía armar las piezas, manejaba el torno, etc. Nadie hace eso hoy porque sería ridículo. Si hoy no usás la tecnología del momento para hacer una medición, no te lo aceptan. Te dicen: «Muy interesante tu hipótesis, pero lo mediste con una tecnología de hace 20 años. Debés medirlo con la tecnología de ahora». Y por ahí no la tenés. Y debés buscar afuera, hacer una colaboración con un grupo del exterior. El ensanchamiento de la distancia entre la bicicleta en la arena y la autopista con los autos es cada vez mayor. En la época de Houssay y Leloir era muy pequeña. El ingenio creativo tenía un valor importante, hoy también lo tiene pero, en el aporte de un descubrimiento, es un porcentaje minoritario. ¿Cómo hacés? En la Argentina pasan cosas que no pueden pasar. Por ejemplo: un país pobre no puede investigar todos los temas. Hoy en la Argentina le preguntás a cualquier investigador: «¿Vos qué investigás?».  Y la respuesta es: «Lo que yo quiero». Uno piensa que es bueno que haya libertad, pero me parece que hay una discusión que nunca se da en la Argentina: ¿podemos  darnos el lujo de que cada uno estudie lo que se le cante, o debemos tratar de identificar algunos temas y fortalecerlos? Incentivar –no de modo coercitivo- que quienes trabajen en ciertos temas prioritarios, tendrán más recursos. Ahí tenés zanahorias para que se vayan metiendo. No será en dos ni en cinco años, sino en diez. Los cubanos lo hicieron con bloqueo y están en la ligas mayores de producción de vacunas desde hace muchos años.

 

Contemporáneo feliz

“Es un momento maravilloso para hacer investigación. Muchas veces los provoco a mis alumnos y les digo que están en una buena época porque aún hay mucho por descubrir pero, probablemente de acá a 100 años, todas esas incógnitas se develen. ‘¿Cómo tenés esa visión terminal de la ciencia?’, me cuestionan. Y les pongo el ejemplo de la geografía. Cuando Colón llegó a América pensó que estaba en las Indias porque no había mapas. Ahora está todo. Se terminó de completar el conocimiento de la geografía con todos los accidentes geográficos de la superficie terrestre. Era una idea que, si la planteaban hace 300 años, te hubieran respondido que era imposible. ¿Cómo pensar hace 300 años que pasarían satélites cada diez minutos tomando imágenes?”, compara  Rubinstein.