Energía (Foto: Juan Pablo Vittori)
Energía y clima

La luz mala

Con la participación de numerosos expertos locales e internacionales, se llevaron a cabo las “III Jornadas del Programa Interdisciplinario de la UBA sobre Cambio Climático”. En el Aula Magna de la Facultad de Derecho se analizó el presente y el futuro del problema desde múltiples puntos de vista. Las consecuencias de la producción y el consumo energético actual fue una de los ejes del encuentro.

1 Dic 2011 POR
Energía (Foto: Juan Pablo Vittori)

Carlos Tanides, coordinador del Programa Interdisciplinario de la UBA en Energía Sustentable y responsable del programa de Cambio Climático y Energía de la Fundación Vida Silvestre, durante su conferencia “Eficiencia energética en Argentina: ¿dónde nos encontramos y hacia adónde deberíamos ir?”. Foto: Juan Pablo Vittori (Cepro)

Entre el 10 y 11 de noviembre se llevaron a cabo, en la Facultad de Derecho, las “III Jornadas del Programa Interdisciplinario de la Universidad de Buenos Aires sobre Cambio Climático”, organizadas por la Secretaría y Ciencia y Técnica de la UBA. Participaron del encuentro decenas de investigadores argentinos y expertos extranjeros, quienes, a partir de charlas, debates y mesas redondas, analizaron el presente y el futuro del problema desde múltiples puntos de vista.

La estrecha relación que existe entre las características actuales del modelo de producción y consumo de energía y la profundización del cambio climático se constituyó en uno de los ejes centrales de las jornadas.

Todos los estudios coinciden en que, a escala mundial, el sector energético concentra, aproximadamente, dos tercios de las emisiones del gases de efecto invernadero (GEI). De ese total, un cuarto corresponde a las centrales productoras de electricidad, y luego le siguen el transporte, la agricultura y la industria. En Argentina, el sector energético también ocupa el primer lugar en esta escala de responsabilidades.

De la mano del incesante incremento del consumo energético mundial, que se disparó a partir de la segunda mitad de los años 40, se produjo un constante aumento de las emisiones de GEI. A su vez, las proyecciones medias indican que, en ausencia de políticas para evitarlo, las emisiones serán, hacia 2025, un 50 por ciento mayores que las actuales.

Dada la necesidad de evitar que el crecimiento de la temperatura media del planeta supere los 2ºC, límite a partir del cual los impactos ambientales se tornarían extremadamente negativos, resulta imprescindible provocar un cambio drástico e inmediato en la tendencia al incremento de los GEI. Esto representa un desafío mayúsculo en un mundo que parece funcionar al ritmo del consumo de los combustibles fósiles.

Con ese objetivo, desde hace algunos años, se están implementando una serie de  acciones para contrarrestar el problema, que se inscriben en tres tipos de estrategia. Por un lado, mejorar los sistemas convencionales de producción de energía; por otro, aumentar la utilización de fuentes renovables (eólica, solar y otras); y, en tercer lugar, avanzar en el uso eficiente y racional de la energía. Este último aspecto es el que resulta más prometedor teniendo en cuenta su bajo costo y su mayor efectividad en el corto y mediano plazo.

Justamente a este tema se refirió el ingeniero Carlos Tanides, coordinador del Programa Interdisciplinario de la UBA en Energía Sustentable y responsable del programa de Cambio Climático y Energía de la Fundación Vida Silvestre, en su conferencia “Eficiencia energética en Argentina: ¿dónde nos encontramos y hacia adónde deberíamos ir?”.

Más por menos

Tanides partió de una frase: “El consumo de energía no es un fin en sí mismo”. Explicó que se trataba de una aclaración necesaria dado que la mayoría de los análisis sobre política energética están centrados en buscar la manera de proveer más recursos en lugar de ver de qué manera se pueden obtener más servicios (luz, calor, transporte y conservación de alimentos, entre otros) a partir de la energía existente.

Justamente, el uso eficiente de la energía se define como un conjunto de acciones que tienen como objetivo el empleo de menores cantidades de energía para la obtención de un servicio energético. En esa línea se pueden establecer diferentes estrategias de trabajo:

  1. El diseño óptimo de sistemas. Entendiendo por sistemas un edificio, una planta industrial o una ciudad. Cada vez que se proyecta un sistema se está determinando su consumo energético y resulta muy difícil modificarlo posteriormente.
  2. El empleo de tecnologías eficientes. Es decir, la utilización de artefactos que brinden servicios al menor costo energético posible. Por ejemplo, una lámpara fluorescente compacta emite cuatro veces más luz que una incandescente para una misma cantidad de energía eléctrica consumida.
  3. La educación y acciones de concientización que apunten a lograr cambios de conducta para que los usuarios utilicen la energía de manera apropiada y sin derroches. Por ejemplo, lograr que en las oficinas se apaguen las luces y demás artefactos al finalizar cada día de trabajo.

En ese punto, Tanides se preguntó “¿por qué si la eficiencia energética tiene tantas virtudes (genera ahorro económico, contamina menos, no necesita de grandes inversiones) no se está aplicando en todo su potencial?”. La respuesta llegó enseguida: “Porque existen barreras relacionadas con falta de información, con falta de formación de los profesionales para diseñar instalaciones eficientes, falta de incentivos para actuar de esta manera e imperfecciones del mercado, entre otras”.

Para superar estas barreras es imprescindible aplicar un conjunto de programas específicos. “¿Qué estamos haciendo al respecto en Argentina?”, se preguntó.

De etiqueta

En seguida, Tanides hizo referencia al decreto 140 de diciembre de 2007 que declara de interés y prioridad nacional el uso racional y eficiente de la energía. Ese mismo decreto también crea el Programa Nacional de Uso Racional y Eficiente de la Energía (PRONUREE) que establece los lineamientos básicos sobre los que se debe trabajar, en todas las actividades y sectores, para alcanzar ese objetivo. “Es un programa muy interesante. En el momento en que salió nos pusimos muy contentos”.

De todas maneras, poco antes del decreto, en el año 2006, ya se había establecido el sistema de Etiquetas de Eficiencia Energética. Se trata de rótulos informativos que se adosan a los distintos equipos para describir su desempeño energético con el objetivo de mostrar a los consumidores cuál es el gasto energético del producto que están comprando. Para eso se fijó una escala comparativa con letras y colores que van desde la A (los más eficientes) hasta la G (los menos eficientes). La idea es que con esos datos las personas elijan los aparatos más eficientes. “La etiqueta argentina se basa en el modelo europeo que se fijó como obligatorio a partir de 1995”, explicó Tanides.

En Argentina, hasta ahora, las etiquetas son obligatorias para heladeras y freezers, lámparas y acondicionadores de aires. Pero ya se han desarrollado etiquetas para otra amplia gama de productos como lavarropas, motores eléctricos, estufas y televisores que, paulatinamente, tendrán que exhibirlas de manera forzosa.

Otra disposición que comenzó a aplicarse en nuestro país es la fijación de estándares de eficiencia mínima. Consiste en el establecimiento de límites de consumo energético para diferentes equipos por encima de los cuales directamente se prohíbe su comercialización. De esta manera los productos ineficientes no pueden salir al mercado.

Hasta la fecha, en Argentina, sólo se permite la venta de heladeras y freezers de categorías A, B o C, a la vez que está operando un estándar progresivo sobre los equipos de aire acondicionado. Por otro lado la prohibición de las lámparas incandescentes funcionó como un estándar en el área de iluminación.

“¿Se puede cuantificar el impacto de este tipo de medidas?”, se preguntó el ingeniero. Diversos estudios dieron cuenta de que, para el caso de las heladeras, el etiquetado generó, en sólo dos años, entre 2005 y 2007, un apreciable corrimiento del mercado hacia los modelos más eficientes. Asimismo, Tanides mostró un trabajo en el cual, a partir de ese movimiento, se proyecta una simulación hasta el año 2020 que permite calcular la diferencia en el consumo de energía del parque de heladeras con y sin el sistema de etiquetas. “El ahorro  que se logra es de unos 300 MW equivalente a la producción  de una central como Atucha I. Esto demuestra cómo una medida de naturaleza muy simple puede tener un impacto muy importante”.

Otro estudio elaborado en relación con el reemplazo de las lámparas incandescentes por las fluorescentes compactas, señala que rápidamente se logró una reducción del consumo energético del orden de los 3 terawatts hora. Proyectado al año 2020 implica una reducción estimada de entre un 23% y un 46% en relación con un escenario en el que no se hubiera procedido al recambio.

Luz, planes, acción

El último tramo de su conferencia, Tanides lo utilizó para describir algunos de los caminos a recorrer para progresar en el uso eficiente de la energía. En ese sentido propuso  avanzar más rápido con la obligatoriedad de las etiquetas y extender su aplicación más allá de los artefactos eléctricos a los equipos de gas (cocinas, estufas, termotanques, calefones), automóviles y edificios entre otros. Al mismo tiempo, habría que acelerar el establecimiento de estándares de desempeño mínimo cada vez más exigentes.

Otra medida impulsada por Tanides es la prohibición de los pilotos de los artefactos a gas. “La cantidad de gas que desperdician los millones de pilotos de calefactores, termotanques, calefones, que hay en Argentina, es la misma que utiliza una central termoeléctrica de ciclo combinado para generar unos 800 MW de potencia. Piensen que Embalse produce 600 MW”.

También, para el experto, habría que generalizar la calefacción de los ambientes a partir de acondicionadores de aire. “Es muchísimo más eficiente que usar sistemas de gas. Utilizar esta tecnología implica una disminución en el uso de energía y de emisiones que está en el orden del 30 al 50 por ciento”.

Por otro lado resulta indispensable que se destinen muchos más recursos, humanos y económicos, al estudio y elaboración de planes de eficiencia. Actualmente hay miles de personas abocadas a analizar cómo aumentar la oferta energética y muy pocas viendo de qué manera se puede morigerar la demanda. “Esto se vuelve una profecía autocumplida. Seguimos generando políticas para incrementar la oferta porque no hay nadie que esté estudiando fuertemente el tema de la demanda”, se lamenta.

Si se adoptara una política integral de eficiencia energética que abarcara el ámbito residencial, industrial, comercial y público se podría llegar al año 2020 con un ahorro del consumo eléctrico de entre un 18% y un 30%. No hacer nada, en cambio, implica una tasa de crecimiento del consumo mucho mayor a la necesaria porque incluye un nivel muy grande de derroche. Y ese derroche se traduce en niveles de contaminación totalmente innecesarios.

“En Argentina, el potencial de ahorro es muy grande porque se ha hecho muy poco hasta al momento. Es necesario involucrar a todos los sectores productores y consumidores de energía y debe ser el Estado el que coordine una política muy potente para promover la eficiencia energética”, cerró Tanides con vehemencia.