Premio a Gabriel Rabinovich

Un momento de aquellos

La Fundación Bunge y Born otorgó su premio más importante en medicina experimental al investigador Gabriel Rabinovich. Esta distinción se suma a la extensa cantidad de reconocimientos que el científico viene recibiendo en los últimos meses a raíz de sus indagaciones relacionadas con el sistema inmunológico y el cáncer.

8 May 2014 POR
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«Es un gran orgullo. En nuestra profesión se viven muchas cosas malas: rechazos de papers, de subsidios, a veces se sufren los concursos. Está bueno vivir con intensidad las cosas buenas”, asegura feliz Gabriel Rabinovich. Foto: Diana Martinez Llaser-CePro-EXACTAS.

De pronto, el nombre de Gabriel Rabinovich comenzó a resonar más allá de los ámbitos puramente científicos, tanto como para que la presidenta de la Nación lo recibiera en su despacho. Son varias las razones que cuentan al respecto. La más cercana es el paper que publicó junto a su equipo en la revista Cell y que se convirtió en tapa. Entre las otras, el fértil camino de investigación que fue generando desde su graduación como bioquímico de la Universidad Nacional de Córdoba.

La resonancia también llegó al jurado de la Fundación Bunge y Born, la misma institución que hace exactamente 10 años lo distinguía con el Premio Estímulo, dedicado a los científicos jóvenes en formación. “Cuando me llamaron de la Fundación para decirme que había sido premiado en Medicina, no lo podía creer. Lo primero que pregunté fue si acaso podían darme otra vez el premio joven”. Cuenta Rabinovich, que, a los 45 años, se acaba de convertir en el científico más joven distinguido con el premio mayor de la Fundación. “Me siento feliz y siento una gran responsabilidad. Es un gran orgullo. En nuestra profesión se viven muchas cosas malas: rechazos de papers, de subsidios, a veces se sufren los concursos, cosas que dan mucha amargura. Creo que está bueno vivir con intensidad las cosas buenas”, sostiene desde su flamante oficina en el Instituto de Biología y Medicina Experimental (IBYME) del CONICET.

– Es innegable que estás viviendo un momento de reconocimientos, donde el Bunge y Born es, por ahora, el último eslabón. ¿Reflexionás al respecto?

– Mirá, yo llegué a Buenos Aires en el año 99 desde Córdoba, con muchas ganas de hacer cosas pero no había nada todavía fuerte, sólido, en mi proyecto. Tenía la obsesión de demostrar qué pasaba con galectina 1 en tumores, pero nunca soñé todo lo que después pasó. Sólo tratábamos de hacer experimentos para ver qué pasaba con eso y así empezó todo, entraron los primero becarios… Ahora estamos llegando al becario número veinte. Cualquier sueño no se equiparaba a lo que estaba pasando.

– Y todavía no había pasado lo mejor…

– Cargo con un perfil bastante inseguro, no sé si lo que estoy haciendo está bien, sólo trato de hacerlo honestamente, de responder las preguntas de muchas formas, de la manera más rigurosa. Me pongo a pensar para atrás y creo que tuve una dosis de suerte, eso de estar en el lugar adecuado en el momento adecuado. Un lugar donde yo podía hacer anticuerpos contra distintas porciones de la retina de los pollos y justo uno de esos anticuerpos me sirvió para  ver esa proteína que resultó ser galectina1, cuando tenía 23 años. Otro punto importante es la gente que me ayudó cuando empecé, como Carlos Landa y Clelia Riera, que fueron mis mentores. Y el tercer factor tiene que ver con las grandes personas que se fueron acercando al laboratorio para hacer su tesis.

– ¿Cómo proyectás desde este presente?

– Lo puedo resumir así: yo no estaría en este lugar si no hubiera hecho investigación básica durante tantos años pero me gustaría llegar a los 70 y ver en una farmacia la galectina 1 para tratamiento de la autoinmunidad, por ejemplo. La obsesión más grande que tengo ahora quizás no tiene que ver con lo académico, siento que cubrí mis expectativas académicas en algún punto. Si hay algo que me motiva es que veo que la gente necesita respuestas frente a patologías tumorales. Me parece fantástico poder publicar bien, en revistas importantes, pero mucho más fantástico me parece llegar a la gente.

– ¿Esto es algo nuevo para vos?

– Hace algunos años veía a los que hablaban de la clínica, de la transferencia y la sociedad como un imposible. Era algo para que lo lleven otros. Yo hacía ciencia. Ahora me di cuenta de que si uno no empuja, esos otros quizás no ven las posibilidades de transferencia. Los casi mil mensajes de pacientes ilusionados con nuestras investigaciones es una de las cosas que más me conmueve. Y vos viste lo cautos que fuimos con el tema de tumores… Sentí que tenemos que hacer algo útil. Que si ya tenemos el anticuerpo, tenemos que humanizarlo.

– Se puede pensar que estás en una etapa de quiebre pero en un momento de plenitud productiva e intelectual, entrando al pico de tu carrera. Se puede ver como algo no del todo convencional.

– Mucha gente me decía que no tener un posdoctorado largo en el exterior me iba a jugar en contra y creo que, claramente, no fue así. Empecé mi carrera a los 20, no a los 18, me negaron las primeras becas del CONICET a las que me presenté, perdí concursos a patadas. Con la gente del laboratorio no hicimos un camino trazado. Digamos que no me interesan los modelos. Lo primero que les digo a mis alumnos es que no hay un modelo de científico, que para ser científico no hay que ser de una determinada manera. Hay sistemáticos, ordenados, creativos, gente muy buena experimental, otros muy buenos memoristas, gente de la clínica. Cuando yo estaba terminando el doctorado obtuve una beca para irme al Instituto Nacional de la Salud de los Estados Unidos y decidí no aceptarla y seguir con mi hipótesis sobre galectina 1. Se me había metido en la cabeza que esta proteína podía jugar un rol importante. Hoy, lo único que puedo ver es aquello que ocurrió.