Diego Golombek

El hombre de dos mundos

Hace ciencia en su laboratorio de la Universidad Nacional de Quilmes. Y la cuenta en la tele y en sus libros. Considera que los investigadores tienen que abrirse a la comunicación pública de la ciencia. La exposición no lo amedrenta, pero no oculta el sentirse observado por sus colegas científicos.

24 Sep 2009 POR

– ¿Te gusta andar caminos poco recorridos?

– Sí, puede ser. Digamos que en el área en la que investigo somos muy poquitos en la Argentina y en la línea que trabajamos en el laboratorio somos originales. Tratamos de buscar dentro de una temática muy conocida, que es el estudio de ritmos biológicos y relojes biológicos, qué preguntas nos apasionan y nos dejan huecos para movernos más libremente. La ciencia universal, y también la argentina, se nutre de escuelas, de algunos tipos muy capos que sentaron bases: acá tenemos la escuela de bioquímica de Leloir, la de fisiología de Houssay, la de física de Balseiro, la de neurociencias de Robertis.

– Y en cronobiología, que es tu tema de investigación, no es así.

– No, los que estamos laburando en este tema, en general, nos formamos afuera. Y ahora, si bien en el país somos cuatro grupos trabajando, internacionalmente estamos bien posicionados. Incluso alguno, como el grupo que encabeza Fernanda Ceriani en el Instituto Leloir, es súper top.

-Tu otra faceta es también original.

– Creo que sí, que lo original es haber llegado a la comunicación pública de la ciencia desde la ciencia y tratando de mantener la atención en ambos lados. Hay gente que ha hecho ese pasaje, no soy el primero ni el último, pero en general se pasaron del todo, no mantuvieron la investigación porque les copó mucho más la otra vida. Yo no me puedo decidir, sigo en las dos.

– ¿Qué reflexiones te van dejando los años acerca de tu “doble vida”?

– Que tengo una esposa maravillosa, porque yo tengo y mantengo una dedicación exclusiva en la investigación en cuanto a la carga horaria, con lo cual lo otro lo hago fuera de mi dedicación exclusiva. Mi objetivo principal es ser investigador y docente universitario. Como la otra pata me apasiona y me da tanto placer como la investigación, le dedico mucho tiempo también, así que los años me enseñaron que en algún momento algo se va a romper, aunque todavía no se rompió.

– Vos empezaste haciendo divulgación en medios gráficos, seguiste con libros y finalmente te metiste en la tele. ¿Cómo fue el paso de un sistema pequeño, donde vos tenés buena parte del control, a una industria compleja como la audiovisual?

– Me parece importante aclarar que la tele no es una industria homogénea, tiene muchos grises y muchas vertientes. Yo caí en varias pero la actual, que es el canal Encuentro, es muy cómoda porque hablamos, en general, el mismo idioma, que es el de la educación. Trabajé para otros canales, hice cosas para canales comerciales y ahí sí es otro mundo, despersonalizado.

– Digamos que, entonces, no te tenés que pelear demasiado con la producción…

– Para nada, es un gusto trabajar con gente a la que el conocimiento le da placer y es inmensamente curiosa. Además, el canal es una herramienta increíblemente útil para contar todo lo que los científicos tenemos para contar. Nada iguala a la tele en eso, por más que sea un canal chiquito.

– Al hacer divulgación pudiste vivir en carne propia la desconfianza que tiene muchas veces el mundo de la ciencia al periodismo.

– Todo está dentro de la eterna lucha del bien contra el mal, o sea, de la ciencia contra el periodismo. Hay una mirada de la ciencia en la cual el periodista es un tipo que no entiende un carajo, que vos le tenés que contar algo como si fuera un cuento de niños y aún así el periodista tergiversa, usa analogías, metáforas. Esto por ahí suena exagerado pero era válido hace unas décadas. Ahora esta excusa no corre más porque el periodismo científico se ha profesionalizado, hay mucha gente que tiene muy claro cómo buscar la fuente, cómo extraer la información y cómo contarla.

– ¿Te sentís particularmente observado, al hacer algo que se puede considerar novedoso?

– Me siento observado, pero creo que es un valor agregado cuando un científico se juega a contar las cosas sin intermediarios. Estoy convencido de que es un camino saludable, necesario y me gustaría servir de referente para que los científicos salgan a contar lo que hacen ellos mismos y, si tienen ganas, contar lo que hacen los otros. En tal caso, la responsabilidad es mayor porque ocurre pocas veces. Una cosa es que venga un medio y le pida a un científico una nota… algunos dicen que no, la mayoría ahora dice que sí porque se ha dado cuenta de cómo funciona el asunto… y otra cosa es jugarte a llevar el carro, hacer un programa de tele, escribir tu libro. Todo eso me hace sentir observado: si la pifiás no es un periodista el que la pifia… ¡es un hombre de ciencia! Pero descanso en el hecho de que me va bien en la vida científica. Hago una carrera normal: más allá de mi doble vida de cabaretero de noche, de día estoy todo el día en el laboratorio, publico, me invitan a congresos y los pibes se doctoran.

– Puedo deducir que pesa la observación por parte de los colegas científicos, entonces.

– Los colegas te juzgan, te miran, te están esperando, pero eso no significa que no lo tengas que hacer.

– Vos decías que, frente a posibles miradas críticas, descansabas en tu rendimiento como investigador, pero también podés “descansar”, por ejemplo, en el hecho de que muchos científicos participan de tu programa.

– En “Proyecto G” participan científicos; eso es impresionante. Y no participan inocentemente: los vestimos de plomeros, de barrenderos. Eso costó, al principio tenían que ser necesariamente amigotes o de esos tipos que están más allá de todo. Ahora estamos en la segunda temporada y ya planeando la tercera, es más fácil pedirle a alguien que haga el ridículo.

– Al comienzo del ciclo, esas situaciones de actuación eran toda una rareza, aunque parece que, en poco tiempo, la comunidad científica se hizo más permeable a ese tipo de propuestas.

– No aceptar hacer un papel de plomero es mucho más esquizofrénico que aceptarlo. Ir a un programa de plantas y escritorios, con traje y corbata, y contarle a un periodista alguna cosa técnica con el lenguaje formal que se supone que deben tener los científicos, eso es esquizofrénico, porque los científicos no somos eso. Vos entrás a un laboratorio y se están cagando de risa.

– Digamos que pretendés que se muestren más genuinos.

– En el programa queremos mostrar un científico que se puede divertir, que es serio y no solemne y que puede contar las cosas de la misma manera como se la cuenta a su pareja en su casa a la noche. ¿Por qué tenemos que disfrazarnos de científicos serios para contar la ciencia, si no la contamos habitualmente de esa manera? Por ejemplo, un seminario en un laboratorio es muy intenso, es una experiencia muy interesante pero no es algo extremadamente técnico, duro y difícil. Hay gráficos, se muestran herramientas teóricas, hay un lenguaje unívoco, que es la riqueza de la ciencia, pero también hay chistes y anécdotas y hay recuerdos y hay historias en común que son parte de lo que la ciencia tendría que contar, porque si no estamos mostrando una sola cara de la moneda; que, por otro lado, es la menos atractiva.

– ¿Entonces, cuál es el objetivo fundamental de comunicar?

– La comunicación pública de la ciencia tiene muchos objetivos, uno muy chiquito es el proselitista: que haya más cientifiquitos, y si lo mostrás siempre como Telescuela técnica ese objetivo seguro que no se cumple. El otro objetivo, el más grande, es compartir la mirada científica sobre el mundo, pero si nadie te entiende nada no puede ver lo mismo que ves vos.

– ¿El programa apunta a públicos con distinto nivel de formación?

– Tanto con el programa de tele como con la colección de libros Ciencia que ladra apuntamos a algo muy difícil, que es tener múltiples niveles de lectura; que un mismo formato, un mismo libro, un mismo programa de tele lo pueda ver un pibe de la primaria y se interese por algo o que le genere una pregunta y que lo pueda ver su profe y se apropie de ese contenido para usar en el aula; que lo pueda ver su papá y su hermano mayor y su abuelo y la pasen bien. Cuando logramos eso, aunque sea en destellos, es el paraíso. Tenemos muchísimo rebote al respecto, tanto de los libros como de la tele. De los libros sabemos que se usan en muchas escuelas.

– ¿La divulgación debe tener un objetivo educativo?

– Para nada. La educación formal es irremplazable, pero que productos de divulgación colaboren con eso está bárbaro, y lo mismo que pasa con los libros sucede con la tele. Me parece muy importante tener en cuenta que hay un mundo inexplorado en la comunicación pública de la ciencia, y ojalá seamos muchos los que nos dediquemos a esto.

– No le tenés miedo a la competencia.

– Cuanto más seamos, mejor. Hay un mundo en cuanto a contar la ciencia, a colaborar con las escuelas, hacer museos, hacer programas de tele, de radio.

– Vos te formaste en la universidad pública, más particularmente en Exactas; te posdoctoraste en el exterior y das clases en la Universidad Nacional de Quilmes. ¿Cómo evaluás la educación científica en la Argentina?

– Los recursos humanos son nuestro fuerte, casi te diría que nuestro único fuerte. Algo estamos haciendo bien en la universidad pública desde hace bastante tiempo como para que los pibes que salen graduados de carreras de ciencias sean maravillosos; generalizando, por supuesto. Un pibe sale graduado de la UBA, de Córdoba o de La Plata, de Quilmes o de San Martín, y está bien formado, con lo cual tiene criterio para moverse en un laboratorio tanto de acá como del primer mundo. Ese es nuestro gran recurso.

– ¿Dónde ves que está ese valor agregado durante la formación?

– Yo siempre me he preguntado qué es el diferencial que tenemos como para que los pibes salgan tan bien formados, pero no lo sé. No puedo explicar qué es lo que pasa en la formación de grado, particularmente en la Argentina, para que salgan tan bien en el sentido de tener una amplitud de mirada que les permite insertarse en distintos ámbitos de la ciencia, tener criterio, tener una mirada científica. Las facultades de ciencia de las universidades públicas tienen eso, tienen la posibilidad de darte una mirada científica más allá del contenido. Ese es nuestro gran aporte a la ciencia local y del mundo.