Entrevista

“Sin capital de riesgo no hay desarrollo”

El prestigioso cristalógrafo Mario Amzel, doctorado en Química en Exactas en la década del 60, visitó la Facultad, donde brindó una conferencia. Con más de 40 años de carrera en Estados Unidos siempre mantuvo colaboraciones con investigadores locales. En diálogo con Noticias Exactas, analizó distintos aspectos de la ciencia y su relación con el desarrollo.

22 Nov 2012 POR

Mario Amzel. Foto: Diana Martinez Llaser.

Entrevista a Mario Amzel

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“Mario es el Messi de la cristalografía, o mejor, Maradona, diría yo. ¿Por qué? Porque, Maradona era más creativo que Messi y, además, tienen algo en común: un lugar en el corazón para Argentinos Juniors”. A esta caracterización futbolera decidió recurrir el físico de la CNEA, Ricardo Baggio, para intentar transmitir al auditorio el renombre internacional que posee Mario Amzel, cristalógrafo de proteínas y actual director del  Departamento de Biofísica y Biofísica Química de la Universidad Johns Hopkins, en Baltimore.

Amzel comenzó su licenciatura en Química en 1960 en el viejo edificio de la calle Perú,  “mi padre no me permitió estudiar Matemática que era lo que más me gustaba”, recuerda. Más adelante se integró al primer grupo de cristalografía que se había formado por esos años en Exactas. La trágica “Noche de los Bastones Largos” truncó lo que pudo ser el desarrollo de esta especialidad en el país ya que el grupo decidió emigrar en conjunto a Venezuela para poder seguir trabajando juntos.

En 1969 llegó como posdoc a la Johns Hopkins donde empezó a investigar la estructura de las proteínas. Ése fue el inicio de una extensa y brillante carrera en esa universidad que se prolonga hasta el día de hoy e incluye alrededor de 180 publicaciones internacionales.

A pesar de haber desarrollado casi toda su carrera en Estados Unidos, Amzel siempre se mantuvo en contacto con el país. Ha colaborado con numerosos grupos del Instituto Leloir y de Exactas. Además es Profesor Honorario de la UBA desde 1988 y, en 2011, recibió el Premio “Raíces” a la cooperación internacional otorgado por el Ministerio de Ciencia.

Si bien han pasado más de cuatro décadas, Amzel todavía recuerda con admiración el nivel de la enseñanza que recibió en Exactas. “Era impresionante. No vi nada de esa calidad en casi ningún lado”, asegura y agrega, “todavía, para la mayor parte de lo que hago, me baso en los conceptos fundamentales que aprendí cuando era estudiante”.

– ¿Cómo ve la preparación actual de los estudiantes de Exactas?

– Es mucho mejor que la de los estudiantes de Estados Unidos. Allá tienen cuatro años de college cuando llegan para hacer doctorados. Eso les da cierta preparación en ciencia pero lo que saben es bastante limitado. Los estudiantes de acá, cuando terminan una licenciatura en Exactas, realmente saben un montón.

– ¿Qué nivel considera que tiene la ciencia que se hace en Argentina?

– La gente que hace ciencia en Argentina es de una calidad increíble. Más allá de los recursos que los distintos temas requieren, lo que se hace es buenísimo. Muchas de las limitaciones derivan de la imposibilidad de tener acceso inmediato a la tecnología. Todo ese tipo de cosas influyen, no en la calidad de la ciencia, pero sí en el tipo de cosas que uno elige hacer.

– ¿Cómo ve las posibilidades de desarrollo que tiene la ciencia en Argentina?

– Me voy a referir a la parte de química biológica, bioquímica o química biomédica, que es lo que más conozco. En ese ámbito, a pesar de que parezca que ya todo está hecho, es un momento bastante inicial. Entonces, que Argentina se decida fuertemente a formar gente que luego se dedique a ese tipo de cosas sería un paso muy importante porque uno no está empezando cuando los otros ya están cerca de la meta, sino que apenas están unos pasos adelante. No es lo mismo, por ejemplo, en el caso de la tecnología satelital porque ahí uno ya está atrasado. Se puede hacer, pero claramente hay países que tienen mucha más infraestructura. En lo que hace a la biotecnología, la parte del descubrimiento está totalmente abierta. Sin embargo, me parece que la idea de que la ciencia es la fuerza motriz de la tecnología no está demasiado clara en Argentina.

– En ese sentido, aquí suele afirmarse que el principal problema se encuentra en el paso de la transferencia del conocimiento del laboratorio al sector productivo

– Yo también veo que eso pasa acá y no es nuevo. Hace mucho, cuando yo volvía a la Argentina desde Estados Unidos, solían preguntarme cuál es la diferencia entre un país desarrollado y uno en desarrollo. Yo en ese momento identificaba – y no cambié de opinión-, dos cosas: primero la acumulación de capital productivo, quiere decir que si hay que hacer algo están los recursos para hacerlo. Segundo: la velocidad con la que el conocimiento científico se traslada al sistema productivo. En un caso estamos hablando del capital de las grandes empresas ya instaladas. Y en el otro, se trata de capital de riesgo. Hay personas que dedican parte de su patrimonio a encontrar ideas que puedan resultar en un producto. El éxito de esas ideas tiene una probabilidad de diez o veinte a uno. Eso acá no existe. La ausencia de esa inversión de riesgo sólo puede suplantarla el Estado pero con una efectividad tan baja implica un costo político enorme. No es un problema de los científicos el hecho de que no haya transferencia a productos. Si el láser se hubiera inventado acá, le habrían dado la mano al tipo y no habría pasado nada porque el láser era una herramienta de laboratorio. La idea de que eso puede terminar en un producto tiene que venir de gente que esté preparada para realizar inversiones de riesgo, o del Estado, no hay otra alternativa.